Tame Impala aterrizó el fin de semana en Buenos Aires e hizo delirar a sus fans con su show cargado de psicodelia.

Por Gabriel Feldman

Foto de Nat Motorizada

Domingo 19, pasadas las 22. 30, y en medio de un Niceto Club repleto, está entrando al escenario la nueva sensación oceánica, Tame Impala. Una hora antes Humo del Cairo había dejado atrás “La tierra del Rey” y los confines de “El Alba” (la parte A y la B, como debe ser) en un set contundente de media hora en donde mostraron un poco de Vol. II, su último trabajo, tiñendo de negro las fantasías hippies de una concurrencia que esperaba a sus nuevos amores de Perth, Australia, que Innerspeaker (2010) calaron hondo en el corazón y los cerebros del mundo.

Ahora sí, Kevin Parker, Rickenbacker 330 negra y blanca al hombro sobre el escenario con su tropa: Jay Watson (teclados), Dominic Simper (guitarra) en primera línea. Nick Allbrook (bajo) y Julien Barbagallo (batería) más atrás, en su segunda presentación en la city porteña. Porque Tame Imapala es Parker, multi-instrumentista, voz y único compositor, que se rodea de amigos con los que comparte otros múltiples proyectos, un colectivo creativo, similar al que tenemos en La Plata con los muchachos de Laptra, que se unen para poder tocar sus creaciones en vivo en una verdadera orgía musical.

El sonido es espeso, cargado de efectos, con una voz hasta las bolas de reverberación, que se transforma en una energía envolvente, de tan envolvente por momentos agobiante. Y Luego de los ajustes necesarios en “Solitude Is Bliss” y “Desire Be Desire Go”, la interpretación se libra de algunos acoples molestos y se vuelve impecable. Cada cual está fluyendo en su propia película: minitas sub-25 que alzan los brazos sumidas en el transe psicotrópico y bailan “Why Won’t You Make Up Your Mind?”; algunos muchachos en el balconcito del segundo piso agitando como barrabravas, extendiendo sus brazos cual banderines, corean cada uno de los estribillos, ya sea para “Lucidity” o para “It Is Not Meant To Be”; y los más claustrofóbicos se retraen hacia el hall central, con sus pupilas negras, infinitas, para calmar la sed en sus gargantas temblorosas, dejando atrás las posibilidades de un mal viaje. Ahora de fondo la invasión en los sentidos que es “Apocalypse Dreams” se completa con el galope de “Elephant”, que junto a “Half Full Glass Of Wine”, son los adelantos de su nuevo disco, Lonerism, pronto a salir en octubre.

La banda también tiene su propia película y se mueven en slow-motion. Se contornean, van y vienen, enredados en sus propias melodías. Dominc Simper, por su parte, con su figura lindando lo femenino, no despegó nunca la mirada de sus pies cual shoegazer profesional. Todos fluyen en su película y en dos miradas de reloj, la hora ya había pasado y los Tame Impala se despedían, sin antes hacer la parafernalia del bis – que me voy, que vuelvo, apreto manos a los de las vallas, demás gestos afectivos y te tocó una más para volarte el marote: “Runway, Houses, City, Clouds” – dejando en el aire los últimos acordes y la promesa de una futura vuelta. Otra sesión sónica quedó atrás y esta patrulla espacial continuará en su meteórico ascenso tras su primera visita al continente.

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