La editorial Colihue trae una nueva antología de uno de los poetas más particulares de Argentina. En tiempos donde la memoria parece ser a corto plazo, la voz de Bayley viene a interrogarnos desde el pasado sobre el compromiso con el acto de escribir.  

Por Alan Ojeda

“[En la poesía] la palabra entra en relaciones que, en vez de reducir o encerrar su valor poético, como en el discurso lógico, tienden a liberarlo, dotándolo de una conciencia nueva, inventiva“, dijo, alguna vez, Edgar Bayley, poeta, editor y crítico argentino. Fue, sin dudas, un personaje singular. No sólo fue uno de los responsables de Poesía Buenos Aires (1950-1960) y el único número de Arturo (1944), revistas que renovaron el panorama de su época y la forma de pensar el arte, sino que también ejerció con total coherencia el oficio de poeta. ¿Qué quiere decir esto? Rimbaud se adjudicaba el haber inventado el color de las vocales (“A noir, E blanc, I rouge, U vert, O bleu: voyelles”) y vivió toda su vida como una gran búsqueda del lenguaje definitivo. ¿No es esa la tarea de un poeta, de cualquier escritor acaso? Quizá hoy en día nos resulte lejano ese ahínco. Es por eso que la reciente publicación de Todo el viento del mundo (2015), la antología poética de Edgar Bayley editada por Colihue y con selección y prólogo de Guillermo Saavedra resulta una refrescante vuelta al pasado, palabra que en boca de algunas personas de las nuevas generaciones parece tener una connotación negativa. Sin embargo, como decía Faulkner: “The past is never dead. It’s not even past”.

En una entrevista reciente para ArteZeta, el poeta argentino Reynaldo Jiménez dijo: “Bayley conmigo fue durísimo cuando le llevé mis poemas, como uno de esos maestros zen ‘malos’ que te pegan con la varilla para que no te duermas. Son cosas que después, con el tiempo te despiertan, y queda la resonancia”. A cualquier lector atento, la lectura de los poemas que integran esta antología generarán el mismo efecto: el eco de una voz, un ritmo, la posibilidad de una nueva sintaxis quedarán en su cabeza. Uno de los poemas que integra ésta selección es el clásico “Otros verán el mar”, poema al que Alberto Vanasco dedicó una novela homónima:

otros verán el mar
la soledad del sueño
encenderán nuevos nombres
viajes felices al extremo de la mañana
otros tendrán secretos
olvido tolerancia
otra voz otras luces un juego diferente
¿qué vida retendrás mientras tanto
qué esperanza dirás todavía
en la calle o el bosque renacido
en qué rostro o amor revivirás tu viaje?
otros tendrán la isla
conquistarán la inocencia
refundirán la noche la vigilia
el amo y el esclavo
entonces no habrá sido en vano
tanto descenso y tempestad y absurdo
tanto desprecio y lagos de sombra y brujas
tanto perdón y puerta sin llamado
un hombre una mujer
al principio y al fin del mundo
otros verán sin pausas
sin fronteras
inventarán el fuego y la confianza
¿qué día albergará tu nombre
en qué vena o qué metal
tendrá destino tu silencio?

Quien lea las páginas de este libro confirmará algo: los buenos escritores siempre se mantienen jóvenes. La escritura de Bayley no envejece. La antología permite comprobar eso de forma rápida. En un par de páginas uno ha avanzado diez años y, sin embargo, lejos de encontrarse con una madera ya muy tallada, se da cuenta de que se han forzado aún más los límites, se ha explorado nuevamente. Quien dedica su vida a la poesía debe descubrir ese destino que se encuentra siempre un paso más adelante, como un encuentro hacia un Otro absoluto que nunca se concreta.

Alguna vez Néstor Sánchez dijo: “Yo quiero encontrar casi todos los días el libro, la voz de un hombre, que me convoque, que me desubique los esquemas, que me pida cosas, que me obligue a participar, a confundirme, a cumplir un ciclo en su lectura”. Con su escritura, atípica, personal, alejada del resto de sus contemporáneos (¿intempestiva quizás?) Edgar Bayley nos propone ese camino. Leer poesía es aprender a leer poesía continuamente, cumplir un ciclo con cada autor, con cada libro. La simple existencia de una escritura distinta basta para poner en cuestión todas las demás: ¿por qué escribís vos? ¿Cómo escribir? ¿Capturaste las palabras, las hiciste tuyas? ¿O escribir servilmente como glosando las voces de otro?

De la misma forma que actualmente se observa un desprecio por el exceso de pasado, que muestra la incomodidad que nos genera relacionarnos y elegir entre las infinitas potencias vivientes que nos anteceden, también puede encontrarse en varios escritores jóvenes una actitud cómoda y mediocre frente a las dificultades de la lectura. Hay lectores que demandan claridad y desconfían de los avatares de la lectura, como si de alguna forma ese esfuerzo estuviera anticipando un engaño, una retórica oscura sobre el vacío (aunque tal vez ese abismo sea el corazón de la poesía). Frente a ese olvido-negación que se hace presente como un trauma, la obra de Bayley viene a darnos un cachetazo. Es imposible estar conforme. Todo el viento del mundo viene a gritarnos la imperiosa necesidad del poeta de recobrar en cada intento “la infinita riqueza abandonada”..//∆z