La quinta novela del autor austríaco, nominada al premio Man Booker en 2016, es, en apariencia, simple: en menos de ciento cincuenta páginas se narra sin estridencias la vida de un campesino desde que es niño hasta su muerte.
Por Juan Alberto Crasci
Andreas Egger es un niño huérfano de cuatro años que debe vivir con un cuñado de su madre y trabajar en su granja a cambio de cama y comida. La férrea educación del familiar lo pone de frente a la primera de sus tragedias silenciosas: ante un mínimo error, el hombre lo golpea y le quiebra el fémur, que, mal curado, lo dejará con una leve cojera para toda la vida. Pero Andreas se sobrepone, como lo va a hacer ante cada obstáculo que le presente la vida.
Antes, la novela empieza con una elipsis, con un Andreas de veintinueve años que intenta salvar a otro campesino de una tormenta de nieve, pero éste se repone y escapa hacia la extensa blancura, no sin antes mencionarle a la Dama Fría. Al comenzar el libro ya estamos ante la presencia de la muerte.
La pérdida está muy presente a lo largo de la novela. La primera en morir es Marie, su primer y único amor, cuando un alud de nieve destruye su casa en el valle. Y un compañero de trabajo pierde un brazo durante las tareas de deforestación e instalación de una serie de teleféricos en las montañas. Otros personajes, agrestes y envejecidos, se sientan a esperar a la Dama Fría, que se demora en llegar.
La narración, lineal y centrada en las descripciones del paisaje y en las acciones de los personajes, tiene unos breves momentos de elipsis, que, manejados con maestría, adelantan momentos clave en la vida de Andreas. La historia atraviesa casi todo el siglo XX: las dos guerras mundiales ― Andreas fue capturado por los rusos y vivió unos años en aquel país durante la Segunda Guerra Mundial―, el avance del turismo en los Alpes del que orgullosamente es parte por su trabajo en la construcción de los teleféricos, la aparición de la televisión y la llegada del hombre a la luna.
Egger vive con tranquilidad lo que le toca, sin lamentos ni grandes quejas. Se adapta a las vicisitudes que la vida le plantea en el gélido entorno montañoso. Y el narrador tampoco interfiere en la novela. Sabemos de Andreas por lo que él hace y no por comentarios o juicios de valor. Hombre solitario, sabio de las montañas, Andreas entendió desde joven que la vida es una larga preparación para la muerte, que al final llega, también, sin estridencias. //∆z
Toda una vida, de Robert Seethaler (Viena, 1966)
Ediciones Salamandra
Traducción: Ana Guelbenzu
144 páginas.