Este texto pretende ofrecer a los conocedores y a los legos una visión panorámica de lo que sucede en la escena electrónica en su conjunto y cómo los sucesos de la Time Warp son sólo una consecuencia de una larga cadena de negligencias.

Por Alan Ojeda

El día sábado a primera hora de la mañana se comenzó a difundir un número de muertes y otro de internados en grave estado por consumo de drogas en la fiesta electrónica Time Warp, que tuvo lugar en Costa Salguero. Como sucede cada vez que se registran hechos similares el periodismo, ese poder al margen de la ley, no tardó en transformar la discusión en un tumor discursivo cargado de moralina, prejuicios, opinología y ausencia total de pensamiento crítico. Es por eso que me veo afrontando por segunda vez la necesidad de escribir sobre el tema (la primera fue mi historia del éxtasis para un portal de investigación independiente). Aclaro esto porque es necesario y útil, no una cuestión meramente egocéntrica. Quien escribe no sólo asistió a esa fiesta sino que también frecuenta fiestas electrónicas con asiduidad, ha entrevistado a Djs internacionales, realizado investigaciones para la universidad al respecto y hasta ha organizado algunas fiestas del ramo con amigos. En pocas palabras, este texto es una visión crítica de quien conoce por dentro qué es lo que sucede.

Para poder analizar esto es necesario introducirse en la historia del éxtasis en relación a la música electrónica, cosa que omitiré y al que le interese podrá encontrar en la página anteriormente citada. Iré directo al punto y trataré de desglosar esto en puntos.

El rol del Estado: hace unas semanas se hizo conocido un artículo sobre Nixon en el que el infame ex presidente de los Estados Unidos afirmaba haber criminalizado el consumo de drogas como forma de perseguir a los grupos políticos y sociales que oponían resistencia a su gobierno y no por cuestiones de salud pública por lo que la noción de “Guerra contra las drogas” cae sin ningún tipo de posibilidad de respuesta. En este sentido las políticas de Estado sobre la producción y consumo de drogas han agravado la cuestión volviendo el presente harto más conflictivo y peligroso que el pasado. ¿Qué significa esto? Que cada año se producen alrededor de 200 nuevas drogas, es decir que el ritmo de producción es infinitamente más alto que el de cualquier legislación para regular y prohibir. Esto supone antes que nada dos problemas básicos e ineludibles: a- Cada nueva droga, en tanto desconocida y no probada supone riesgos incalculables a los consumidores (caso de las feniletaminas y de drogas como el PMA). Basta modificar un mínimo cada molécula para que ésta ya no esté regulada por la ley, porque un mínimo cambio altera la composición de la droga transformándola en otra y también sus efectos. b- El prohibicionismo como política de estado, en consecuencia, es el responsable primero de las muertes relacionadas a estos consumos, de la misma manera que la Ley Seca fue la responsable del nacimiento de Al Capone.

El Estado, lejos de fomentar la reducción de daños, la consciencia y consumo responsable (el capitalismo como máquina de generación de deseo sabe muy bien que es imposible censurar la necesidad de consumir algo: armas, dólares o droga) ha asumido una posición hipócrita que tomó como política principal la naturalización de la visión moralista por sobre el conocimiento genealógico de la relación de la historia y las drogas. Por ejemplo, la cocaína se prohibió a la par de la creación de las anfetaminas, la marihuana y las plantaciones de cannabis en EEUU implicaban un riesgo enorme a las madereras por su potencial productivo para hacer papel y fibras textiles, la prohibición del éxtasis por su potencial aceptación social y no por sus potenciales peligros, la persecución por motivos políticos y no de salud.

Frente a la incapacidad o falta de interés del Estado en el asunto, los encargados de generar consciencia y salvaguardar la salud pública han creado sus espacios desde la ilegalidad. Páginas como Argenpills, Cannabis Café y Energy Control han sido claves en la política de reducción de daños tanto acá como en el resto del mundo, ya que su trabajo implica el testeo químico de drogas para determinar su pureza y su carga. También han sido los responsables de establecer una “ética del consumidor” algo insoslayable en una sociedad de consumo como la de hoy en día. Como siempre la solución de determinado problema no nace de una imposición de autoridad sino desde la comprensión integral de todos sus factores, algo que nuestro país parece desconocer.

Por otro lado, la economía informal es una de las bases del capitalismo. He ahí que el narcotráfico y espacios como la Deep Web sean el ejemplo primero de lo que el sistema actual es y pide para funcionar. La Deep Web funciona en un límite difícil de comprender sin estas ideas. Mientras por un lado es la proyección de deseo del anarco-capitalismo (ausencia total de cualquier ley salvo la del dinero), lucra con la prohibición y el riesgo de transporte de los productos, ya que estos son el factor principal del alto precio de venta. La cocaína, por ejemplo, de legalizarse, su precio bajaría estrepitosamente ya que gran parte del precio reside en los recursos que posibilitan que la sustancia llegue del punto A al B.

El Estado no desconoce esto, solo parece esconderlo bajo una visión que implica ceder derechos civiles en pro de un estado de seguridad, ajeno a la esencia democrática republicana del estado de derecho, donde las libertades individuales (sobre todo de los civiles) deben ser respetadas. En pocas palabras: prohibición como forma de dominio, como excusa para persecución de sectores marginales y aumento del gasto en seguridad. El problema es, de base, ideológico. No hay que olvidarse de eso.

La movida electrónica: Desde sus orígenes en Chicago y Detroit la pista de baile ha sido un espacio especial. Durante la movida disco de New York en los 70s, en plena decadencia de la ciudad, la cocaína y los nitritos fueron las drogas más consumidas. Chicago y la música house durante los 80s eligieron el MDMA y su primo hermano MDA (ligeramente alucinógeno). Detroit, en cambio, se mantuvo relativamente al margen del consumo de drogas más allá de la marihuana.

El problema llegó, como es usual, cuando la mano invisible del mercado (legal e ilegal) descubrio en el MDMA una gran herramienta para la ganancia. Si bien en los primeros tiempos, durante el second summer of love del acid-house en Europa, el éxtasis permitió unir a los hooligans y a los de origen afro en una misma fiesta sin conflicto desatando una nueva oleada hippie, con el correr de los años (muy pocos) la adulteración de la droga –producto de la prohibición y la necesidad de aumental el margen de ganancia- derivó en una escena totalmente distinta que transformó incluso a Ibiza, el paraíso europeo de la fiesta, en un lugar oscuro cargado de anfetaminas y violencia.

Los Djs argentinos que iniciaron la movida electrónica en nuestro país se sorprenden de cómo la falta de conciencia y el abuso de drogas fue creciendo desde que llegó la movida a fines de los 80s hasta hoy, poniendo como mojón el 2001 y la primera Creamfields en Buenos Aires, que se consagró en la masividad y el mainstream de la mano del productor Martín Gontad.

Algunos, los más viejos, recordarán el caso de Poli Armentano, reconocido empresario de la noche, asesinado en sospechosas circunstancias que involucraban a la discoteca El Cielo (actual Pachá), habitado por personajes como Guillermo Coppola y el secretario privado de la Presidencia, Ramón Hernández. Al día de hoy las cosas no han cambiado por fuera de los nombres. Gente como Daniel Bellini y Víctor Stinfale son los dueños de la noche de Buenos Aires, regenteando lugares como Pinar de Rocha, Palacio Alsina y Pachá. No es extraño que estos espacios rara vez sean cuestionados o involucrados con escándalos públicos duraderos.

Sin embargo, no son estos los lugares más perjudicados. Los que deben cargar al final de cada debate con la mala fama de la movida son Djs y trabajadores independientes que viven de tocar o crear eventos en pequeña escala: el underground. Gente como Violett y Dami Darko, ambos Djs y productores, con hijos pequeños y una hermosa familia, son puestos en la misma bolsa que los magnates que pueden regular la venta de drogas ya común a cualquier evento masivo. Los medios, siempre al pie del cañón para pintar de un amarillo mediocre toda situación, no tardan en favorecer esta visión negativa de la movida en su conjunto.

Quien conozca la movida electrónica sabe y habrá experimentado que, pese a sus problemas, es la más abierta y menos violenta. Los hechos violentos sucedidos en distintos eventos siempre se han producido por factores externos, como por ejemplo gente que se cola en las fiestas para robar (los apuñalados en la Creamfields son un ejemplo, ya que fue a causa de la negligencia de seguridad que permitió la entrada a  cualquiera sin entrada luego de cierta hora). Desde sus orígenes la fiesta electrónica mantuvo como ley principal un lema: PLUR (“Peace Love Unity Respect”).

También es sabido por quien frecuenta la música electrónica y quien no que el empresariado argentino detesta hacer gastos en infraestructura para mejorar la comodidad de los asistentes. Ningún evento respeta los estándares de calidad internacionales que poseen en su origen. Ausencia de seguridad, falta de atención, falta de agua en baños o incluso falta de stock en las barras, sobreventa y ausencia de ventilación, son moneda corriente. Si tomamos en cuenta las ganancias que perciben esos empresarios, no sería difícil que Argentina tuviera eventos de la calidad de Europa.

Hay que tener en especial cuenta la introducción de los intereses privados en la organización de eventos, que siempre ha sido un factor degradante en nuestro país. Por otro lado, el underground intenta mantener su perfil y se ve asediado por una comunidad ya demasiado degenerada por la sociedad de consumo y la falta de ética que alguna vez promulgó (no hay que olvidarse del origen de la Love Parade).

La juventud: hoy en día nos encontramos frente a una encrucijada que bien podría llamarse fatal. La sociedad de consumo adoctrina mentes y espíritus sin calcular consecuencias y luego se desliga mediante un discurso moralista que solo sirve para marginar consumidores, ignorando los profundos orígenes de este comportamiento.

Los muertos de la Time Warp van desde los 21 y los 30. Son resultado de la laxa educación sobre reducción de daños que se dio desde mediados de los 80s hasta 2001. Muchos de esos jóvenes-adultos se relacionan con la droga de forma totalmente empírica, intuitiva y con una ausencia total de conocimiento crítico. Sin embargo hay en paralelo una juventud que por motivos pragmáticos (conocer para cuidarse, evitar pasarla mal, etcétera) han buscado nuevos espacios para adquirir una información que hoy en día abunda, pero está dispersa. Así nacieron los espacios sobre discusión de drogas donde muchas veces el nivel de los usuarios al discutir supera ampliamente al de los periodistas y falsos especialistas de TV.

Hoy en día, muchos de los encargados de llevar la discusión a las aulas no están al nivel de la tarea. No sólo poseen una formación antigua y moralista, sino que carecen completamente de fuentes de información confiables para establecer conclusiones. Es posible que ese sea, a partir de hoy, el punto en el que se deba hacer hincapié.

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Como no podemos evitar que nadie actúe en contra de su deseo, es necesario optar por una visión más omnicomprensiva que nos permita dar cuenta de qué factores desencadenan estos tipos de conducta autodestructiva. Repito, por millonésima vez, que esto no se trata de ser moralista, no se puede imponer una construcción subjetiva sobre lo que está bien o mal a un sector de la población sólo porque tengo el poder para hacerlo. Mientras los filósofos a través de la Historia se han devanado lo sesos tratando de construir una Ética –así, con mayúsculas- cada vez más gente se atreve, hoy en día, a juzgar según su estrecho campo de visión y análisis. El primer paso es, entonces, transgredir la mediocridad. Tarea difícil para una masa muy conforme y cómoda con sus propios prejuicios.

Los muertos de la Time Warp son, desde arriba hacia abajo, responsabilidad del Estado, que es cómplice del sistema corrupto que deriva en gente sin consciencia. Un problema harto conocido y viejo como la palabra Marx.

Estas son las palabras de alguien que ve, conoce, estudia y discute. Alguien que presencia, día a día, la decadencia no de una movida sino de la sociedad en su conjunto, y que felizmente camina al abismo de la mano de la hipocresía.//∆z

Algunos libros recomendados para saber del tema:

Historia general de las drogas y Aprendiendo de las drogas, de Antonio Escohotado

Acercamientos, de Ernst Jünger

Thikal y Phikal, de Sasha Shulgin

Una historia de las drogas, de Daniel Pinchbeck

Pharmacoteon, de Jonathan Ott