El rockumental,dirigido por Rob Reiner, posee una mirada satírica hacia el mundo del rock que no pierde vigencia, y lo convierte en obra de culto para los amantes de la música
Por Matías Roveta
“Yo quise registrar la imagen, el sonido y el olor de un grupo de rock muy trabajador durante una gira, y lo logré. Pero descubrí más, mucho más…”, nos cuenta Marty DiBergi apenas comienza This is Spinal Tap, y cuanta razón tiene. Lo que fue concebido inicialmente como documental sobre Spinal Tap (o “rockumental”, en sus palabras), terminó convirtiéndose en otra cosa: una poderosa sátira que ridiculiza varios de los tópicos rockeros de siempre.
En realidad, siendo precisos, se trata de un falso documental, centrado en una banda ficticia que en su momento no existía y que fue pensada por y para la ocasión. A raíz del éxito de la película editada en 1984, los actores Michael McKean, Christopher Guest y Harry Shearer, que en el film interpretan a David Hubbins (cantante y guitarrista), Nigel Tufner (guitarrista) y Derek Smalls (bajista), lograron formar realmente la banda Spinal Tap, hasta editar discos y realizar algunas giras por Estados Unidos y Europa.
La enorme relevancia de This is Spinal Tap, considerada obra de culto y material fílmico indispensable por la crítica especializada, consiste en que recurre a la sátira para vehiculizar ficción y realidad, utilizando la parodia como motor del guión. Así, logra desnudar aspectos del circo del rock, con sus actores, personajes e instituciones, siempre a tono de comedia, aunque rozando lo tragicómico en todo momento. Es que de esta manera vemos cómo una banda de adolescentes, irresponsables e inmaduros, se transforman en íconos de identificación y subjetivación. La banda en cuestión, Spinal Tap, se encuentra claramente en decadencia: tuvo su apogeo y época dorada hace algunos años atrás, pero ahora es defenestrada por la prensa y condenada a la extinción. Por eso deciden salir al ruedo nuevamente, y casi sin pretexto (su hipotético nuevo disco tardaría una eternidad en editarse) lanzan una nueva gira por los Estados Unidos, a 6 años de la última.
Pero las cosas no van bien: les suspenden sus shows, nadie los recibe en el aeropuerto y cuando editan su flamante álbum Huele el Guante,nadie acude a la presentación oficial. De haber logrado tocar para 15 mil personas en su última visita a EUA, ahora tan solo lo hacen para 1500. Ante semejante escenario, Ian Faith, su extraño e hilarante representante que regala éxtasis de risa, responde: “Yo creo que su atractivo se volvió más selectivo”. Lo cierto es que la banda, en sí formada por el dúo compositor Hubbins (carismático y carilindo cantante) – Tufner (virtuoso violero y cerebro musical) más el bajista Derek Smalls, sufre lo que alguna vez Noel Gallagher definiera como “Síndrome Spinal Tap”, en relación a lo que padecía Oasis: el permanente cambio de baterista. En el caso de Oasis, por su rol ignoto o intrascendente. En el caso de Tap, por cuestiones misteriosas y sobrenaturales, como la muerte en un extraño accidente de jardinería, ahogarse con el vómito de otra persona o desaparecer por la acción de una “combustión espontánea”.
Una vez de gira, el documental deja entrever los caprichos rockeros en relación al catering (“esto es un caos total, el pan es demasiado chico y se quiebra”, se lamenta Tufner) y se apela al fuerte de la banda: el rock de estadios, género bastardeado y propenso a ser criticado, quizás por su afanosa espectacularidad de shows maratónicos y puestas en escena estrafalarias. Pero en el caso de Spinal Tap es un rock de estadios trucho y algunos clichés de los grandes shows en vivo son llevados a la sátira profunda. En una presentación en Philadelphia, los tres miembros fundamentales de la banda surgen desde adentro de cápsulas con forma de huevo gigante, pero a Smalls el mecanismo se le traba y casi le corta un brazo. En otro show, Turner toca un solo con 3 guitarras al mismo tiempo, usando hasta sus pies, pero cuando imita la “caminata circular” en el piso, a lo Angus Young, se traba y termina pidiendo ayuda para levantarse. “Lamentablemente, todas las bandas de metal tienen o tuvieron algo de Spinal Tap”, dijo Lemmy Kilmister de Motorhead, con su habitual acidez.
Más allá de ser una graciosa y entretenida comedia, esos arrestos de dura y cruda realidad son los que le dan a esta película su enorme poder. La historia y desarrollo de los géneros de rock también son puestos bajo la sagaz óptica de Rob Reiner, director del falso documental. Cuando Spinal Tap aún no había sido bautizada, a principios de los ’60, era una banda de pop meloso y edulcoradas melodías, tal como barrunta su máximo hit “Bizcochos y Pasteles”; luego, antes del estallido Beatle, tocaban un skiffle bien guitarrero, y en el año 1967, cuando “todo el mundo estaba cambiando” (Tufner dixit) viraron hacia la psicodelia. No obstante, a principios de los ’70, trasformaron nuevamente su estilo y se decidieron por un hard rock proto-heavy metal. Ya en los ’80 encontrarían su rumbo: el glam metal de estadios.
La industria discográfica tampoco se salva. Spinal Tap firma con Polymer a mediados de los ’80. El director del sello, en pleno estado de júbilo y ambición, afirma: “Les deseo mucho éxito, y ahora vamos a triunfar en Estados Unidos”. Aquí se ven referencias a la invasión de la música inglesa en EUA, a fines de los ’60, cuando los Tap se encuentran en una severa crisis económica y su representante decide sacar un conejo de la galera: ir a Japón, eterno recurso de ganancia multimillonaria utilizado por todas la bandas de estadios (léase Led Zeppelin, Deep Purple, Rolling Stones, Guns and Roses, etc.).
Sin dudas, lo central del film de Reiner es la interminable lista de parodias a los grandes nombres del rock. No se salva ninguno. Cuando, debido a “exageraciones sexuales” en el arte de Huele el Guante, Polymer los censura y el disco es editado con una simple e insulsa tapa negra, remiten al discazo Stone Beggars Banquet (1968). O cuando, para justificarse por esa tapa toda negra, apelan a referencias en torno a la muerte y Satanás, usando riffs pesados y distorsionados a lo Sabbath (en una canción hay un pasaje de teclado y sintetizador igual a “Wan’t get Fooled Again”). En un show montan el “Stonehenge” en el escenario y relatan historias con personajes y “niños pequeños bailando a la luz de la luna”, haciendo referencia a The Who. Sus letras crudas y cargadas de sexismo limitan a la mujer casi a receptáculo y desatan un verdadero “Cock Rock” o “Rock Falo”, definición del sociólogo y periodista Simon Frith. Canciones como “Whole Lotta Love” de Led Zeppelin entrarían en este género misógino. Calzas apretadas y la exaltación de lo macho pueden haber influenciado a Axl Rose ¿Quién sabe? Con esta película todo es posible…
Pero la parodia principal que atraviesa el guión es para Los Beatles. Siempre en relación a la polémica tapa de Huele el Guante, la RRPP de Polymer, Bobbi Flekman, le dice a Ian Faith: “No creemos qua una tapa sexy sea la razón por la cual un álbum se vende. Recuerda el Álbum Blanco, la tapa era sencillamente blanca…”. Todo se vuelve aún más sugestivo cuando el tenue equilibrio interno de Spinal Tap se termina. David Hubbins decide invitar a su esposa Jeanine a la gira, quien comienza a vivir con la banda y a emitir juicio sobre la calidad de las canciones, manipulando a su esposo. La maldición del 5to miembro… Su presencia desata la ira y los celos de Tufner. Cuando Hubbins decide reemplazar al manager por su esposa, Tufner explota y abandona la banda. La lucha de egos y la intolerancia sólo es atenuada gracias a Derek Smalls, algo así como un mediador, de increíble parecido físico a Ringo.
El desenlace, en el caso de los Beatles, lamentablemente lo conocemos. Con Tap la historia fue distinta: un final soñado, de película. Hubbins y Tufner reconciliados en pleno show en vivo, mientras tocaban para el delirio de sus fans. En este caso, no hay correlato con la realidad, ni algún ejemplo histórico al cual parodiar. Sería bueno que el gesto pudiera ser imitado por bandas reales, hoy separadas. Permítaseme soñar un instante.