La ganadora de la Palma de Oro de Cannes de este año es The Square, la última película de Ruben Östlund. Un retrato tajante sobre el mundo del arte contemporáneo y la hipocresía de sus individuos.

Por Ignacio Barragan

 

El cuadrado es una figura que atraviesa todo el arte contemporáneo. El primero de ellos aparece con Malévich y su cuadrado negro de 1915 que se volvió emblema de las vanguardias estéticas y más tarde vendrán las pinturas de Theo van Doesburg y Mondrian donde esa misma forma aparece intervenida por colores con un fin abstracto. Por último, tenemos la revalorización que se le da a esta figura en la década del sesenta con artistas como Josef Albers y Frank Stella. The Square, la última película del director sueco Ruben Östlund vuelve a retomar este símbolo para entablar una conversación con el arte contemporáneo pero no para revitalizarlo u otorgarle un nuevo sentido sino para atacar la hipocresía del hombre moderno.

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El filme trata sobre un episodio en la vida de Christian, un ser mundano de la elite sueca que es el curador en jefe de un museo de arte contemporáneo de Estocolmo. El punto central de la trama gira en torno a la inauguración de una obra de arte de la artista argentina Lola Arias que es simplemente un cuadrado de cuatro por cuatro delimitado en el suelo con luces de neón que supone fines humanitarios ya que lleva un lema en el que se lee: “The square es un santuario de confianza y afecto. Dentro de él todos tenemos los mismos derechos y obligaciones”. A raíz de esta instalación artística es que se dan una serie de encuentros entre civilización y barbarie como lo son el lanzamiento de un video polémico sobre la obra, donde se hace estallar en pedazos a una niña de la calle, o la gala de su presentación, donde hay una performance de un hombre simulando ser un orangután.

Ruben Östlund es un director que busca hacer una crítica social a través de su cine. En el caso de Play (2011) se la agarra contra el racismo, después con Force majeure (2014) apunta contra la vida conyugal y con The Square (2017) arremete contra el mundo del arte contemporáneo. Todas tienen como común denominador a la hipocresía del hombre. En el caso de su última película, hay una serie de escenas bien logradas que grafican esta relación problemática entre los individuos y las obras de arte. En primer lugar, podemos observar las distintas reacciones entre los visitantes del museo y una instalación que consiste en un conjunto de piedritas acumuladas en una sala del mismo. Se puede ver desde el personaje que apenas se asoma a la sala para ver la obra en unos pocos segundos hasta el que solo ingresa para poder sacarle una foto para Instagram, todas estas secuencias demuestran lo mismo, una nula apreciación de la obra de arte contemporáneo ya sea porque no se entiende o porque no interesa. Por otro lado, tenemos el caso mismo de Christian que a lo largo de la película se encuentra más enfocado en recuperar su celular robado que en tomar decisiones de curaduría para el museo. De esta forma, se puede enmarcar esta película en la línea de La grande bellezza (2014) de Sorrentino y por lo tanto también de La dolce vita (1960) de Fellini donde se pueden apreciar una serie de burgueses despreocupados que viven de la cultura que a la vez menosprecian o les genera desgano.

Se debe realizar una mención aparte a la figura del homeless o el mendigo que es un personaje recurrente a lo largo de la película. Este individuo en particular funciona como un arma de doble filo. Sirve para mostrar lo insensible de las clases altas frente a los desposeídos como también para ilustrar el mal comportamiento en general que tienen estos sectores vulnerables. Básicamente, lo que trata de decir Östlund es que el hombre es un ser egoísta y despreciable ya sea como pequeño burgués diletante o como persona de la calle, en ambos casos sus actitudes frente a la vida esconden motivos materialistas y nada altruistas.

Esta película sueca que contiene actores como Claes Bang o a la ya famosa actriz Elisabeth Moss (Mad Men o The Handmaid’s Tale) ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de este año con un jurado dirigido por Pedro Almodóvar. Si bien el filme puede resultar un poco largo debido a sus casi dos horas y media de metraje, es una obra en verdad interesante debido a su atractivo argumental y su crítica mordaz hacia el arte. Nuevamente, Ruben Östlund pone el dedo en la llaga en la larga tradición de las contradicciones del individuo.