La banda liderada por Julian Casablancas lanzó The New Abnormal, su sexto disco de estudio, siete años después de su placa anterior.
Por Rodrigo López
The New Abnormal (2020) aparece casi veinte años después del estallido de ira, potencia, nostalgia y esperanza que fue Is This It (2001). Aún imaginamos la aparición del primer disco de The Strokes como un momento al que regresaríamos sin dudarlo. Pero las agujas del reloj corren impiadosas sin que nada ni nadie las pueda detener. Aunque no lo parezca, aquel glorioso debut cargaba sobre sus espaldas un sinfín de preguntas y reflexiones acerca de tamaño problema. Unos muy jóvenes Julian Casablancas, Albert Hammond Jr., Nick Valensi, Fabrizio Moretti y Nikolai Fraiture se convirtieron en portadores únicos de las ilusiones, angustias y miedos de toda una generación de fanáticos y de artistas que añoraban los tiempos en los que las guitarras y el caos dominaban el mundo.
Is This It (2001) y de Room On Fire (2003) son dos obras invencibles que cimentaron el nombre de The Strokes tanto en la memoria colectiva como en la cultura popular del Siglo XXI. Con sus marcadas diferencias entre sí, la crudeza, la frontalidad y la frescura de estos dos discos salidos directo del garage le permitieron a los neoyorquinos revitalizar al rock clásico, vencer con una sola mano al Nü Metal y pavimentar el camino para que cientos de bandas en todo el mundo puedan consolidar carreras que, en muchos casos, fueron hasta más consistentes y pertenecientes al mainstream que la de ellos mismos.
El recorrido de The Strokes no ha sido menos lineal que el de, por ejemplo, una banda como Oasis: un progreso que llegaba a medida en que la técnica, intereses e intenciones individuales se expandían y entraban en conflicto. Una ascensión género-estilística tan marcada como poco buscada en la que predominó con claridad la pulsión más exploratoria de Julian Casablancas y de Nick Valensi. Repasar una y otra vez los cambiantes sonidos de Angles (2011) y de Comedown Machine (2013) es la mejor manera de entender esto y una de las pocas formas de comprender en todo su esplendor a su sexto disco de estudio, The New Abnormal: un trabajo en el que colisionan de frente la nostalgia y la mirada hacia el futuro, con la primera como una mera herramienta para poder concretar la necesaria evolución final conceptual y sonora que pocos de sus fanáticos esperaban o deseaban.
The New Abnormal no contiene una terapia de aceleración caótica y agresiva como la de sus dos primeros discos. La utilización de ciertas imágenes sónicas que remiten a sus inicios es tan autoconsciente como poderosa y deja en claro que a The Strokes no le interesa el –siempre inútil, hay que decirlo– debate acerca de si el rock está vivo, muerto o en coma alcohólico. Lo que a los neoyorquinos les importa es el hecho de que, ante los evidentes cambios en el panorama cultural del presente y los posibles de cara al futuro, no hay otro liderazgo que funcione más que el propio. Y que hayan decidido volver al ruedo con un disco nuevo plagado de mensajes consecuentes bajo el brazo va muchísimo más allá de una mera declaración de viejos principios o de un acto reflejo tardío.
The Strokes abre su séptimo disco de estudio con “The Adults Are Talking” y, en una clave similar a la de Is This It, marca el ritmo con una suavidad tensa y altos niveles de autoridad. A bordo de un riff entre pegadizo y bailable (el sello de los años ’80 cruzado con el de la era post 2000s), el quinteto de Nueva York construye una fábula digital con toques analógicos. Es elemental la precisión de Moretti y de Fraiture para introducir –acertados falsetes de Casablancas mediante– una nueva anormalidad retro-futurista coronada por un punteo exquisito de un Valensi encendido.
Esta serie de texturas digitales sobre paisajes semi-analógicos se hace aún más imponente durante “Selfless”, una balada 3.0. Transición casi imperceptible hacia un paisaje mucho más oscuro, mantiene el camino global de su antecesora pero establece en el mismo movimiento una conexión con la estética cyber-punk de Comedown Machine. Mientras se pasea por el escenario como un crooner experimentado, el frontman deja en un segundo plano a sus compañeros y nos explica que el futuro de la banda tal vez se parezca demasiado al alocado interior de su cabeza.
“Brooklyn Bridge to Chorus” sostiene la intensa mirada hacia la línea del horizonte y encuentra a The Strokes experimentando con retazos de la new wave británica y pizcas del rock electrónico de aquellos años de furia. Tracción a sangre en la era de las máquinas. La prueba de que los viejos riffs todavía son muy necesarios y que pocos saben planificarlos y ejecutarlos como ellos. Queda al descubierto la esencia originaria en cada uno de los estallidos. Más cerca del futuro que del pasado, esta pieza evidencia el juego fenomenal con la nostalgia, con un breve retorno de Casablancas a su densa paleta de graves.
La distorsión juguetona de “Bad Decisions” remite de forma directa a “Dancing With Myself” de Billy Idol. Es recuerdo y desafío al mismo tiempo. La voz del cantante retrotrae a los meses posteriores a la caída de las Torres Gemelas, en donde la potencia y la crudeza eran lo más importante. De acuerdo al desenlace posterior, es cierto que los norteamericanos tomaron una buena cantidad de malas decisiones. Pero es tanto o más cierto que la mayoría de sus herederos –he aquí el eje de la canción– nunca pudieron superar la etapa de la fotocopia. La originalidad quedó exclusivamente en manos de aquellos que iniciaron, permitieron y lideraron la revolución.
La solitaria voz de Julian en una de las sesiones de grabación es el enlace con “Eternal Summer”. Establece un contrapunto entre graves y agudos como si fuese un autómata que canta detrás de una elevada pared digital. Entre ceros y unos, The Strokes nos enseña cómo se ve el verano del futuro. Psicodélica, estresada, agresiva y paranoide, esta canción es una de las pinturas más experimentales de su carrera. Desde la isla artificial, entre turistas y margaritas, llega el mensaje burlón acerca de las canciones tradicionales bajo el sol, acompañado por un estrepitoso descenso hacia terrenos industriales en donde dialogan un exacerbado futurismo brilloso y la certeza de un presente gris alarmante y lluvioso.
“At The Door” atiende a este binarismo e inclina la balanza con decisión hacia la incertidumbre y la oscuridad del sonido del Vangelis más clásico. Es tenebrosa y doliente. Genera una sensación de vacío muy fuerte y conmueve por su visceralidad. Gana terreno de forma escalonada y utiliza el goteo electrónico para, finalmente, convertirse en un góspel de 8-bits que nos deja literalmente a la deriva en el espacio exterior. El riff invencible y muy rockero de “Why Sunday’s Are So Depressing” quiebra la secuencia radicalmente. Busca una unidad con sus raíces más profundas, sin mostrar por ello ninguna intención de abandonar el sensual contorneo y coqueteo digital. El inevitable movimiento daftpunkiano que se escucha hacia el cierre transforma a este hit instantáneo en un contundente experimento que posee un pie en The Strokes y otro en la faceta solista de Julian Casablancas.
Ya cerca del límite temporal, “Not The Same Anymore” plantea un juego peculiar: la banda ralentiza una base muy similar a la de “Everything Now” de Arcade Fire para agregarle una dosis justa de distorsión sangrante, algo similar a lo que habían hecho en “Razorblade”, deudora de “Mandy”, de Barry Manilow. Los segundos finales traen una imagen campestre y soleada, que hacen de este alejamiento del tono global de The New Abnormal apenas un espejismo. La sentimental y genéticamente neoyorquina “Ode To The Mets” es un canto épico, orgulloso y valiente al siempre tan temido “qué será”, tironeo entre la new wave y el post-punk –con todo lo que ello significa–. Julian Casablancas termina una de sus performances más redondas con un alarido ahogado, mientras que el tándem Valensi-Hammond Jr. se encarga de crear una atmósfera fantasmagórica que está más que a la altura de las circunstancias.
El regreso a los primeros planos de The Strokes los encuentra sumergidos en una nueva y vigorosa etapa artística y creativa. Sus nueve canciones comparten la cualidad de generar una sensación de cercanía y lejanía al mismo tiempo, una dicotomía aplicable a lo que ha sido una gran historia llena de encuentros y desencuentros. Una historia que comenzó con el quiebre del siglo de la mano de una simple pregunta: ¿Esto es todo? Inauguran ahora la tercera década del Siglo XXI con una respuesta igual de clara y revoltosa. Pero esta vez Julian Casablancas, Albert Hammond Jr., Nick Valensi, Fabrizio Moretti y Nikolai Fraiture cargan sobre sus espaldas con las ambiciones, esperanzas y frustraciones de una generación que ha crecido a la par suyo y que, por momentos, parece no entender que el paso del tiempo y los cambios son tan necesarios como inevitables. Sin ningún tipo de ataduras emocionales con la falsa idea de un pasado en donde todo fue perfecto, los norteamericanos vencieron a la tiranía de las expectativas y le regalaron a sus fanáticos un disco personal, introspectivo y experimental que condensa a la perfección la manera en la que el tiempo, para bien y para mal, ha pasado para cada uno de ellos. En palabras de Jean Paul Sartre: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”.//∆z