En Oczy Mlody, The Flaming Lips sigue buscando la fuente de la juventud psicodélica pero se pierde en el camino.

Por Mateo Mórtola

En una entrevista hecha en octubre del año pasado, Wayne Coyne explicó el título del nuevo disco que iba a salir pronto y que, finalmente, The Flaming Lips publicaron el pasado 13 de enero. Contó que “oczy mlody” significa “eyes of the young” en polaco y que con su guitarrista, tecladista y principal aliado creativo, Steven Drozd, imaginaron Oczy Mlody como una droga del futuro, más por el sonido del conjunto de palabras que por su significado.

Wayne Coyne está acercándose a los 60 años y hace más de 30 que es el cantante de The Flaming Lips. Por eso los ojos de juventud como droga y por eso Miley Cyrus, los nuevos y veinteañeros integrantes sumados en los últimos años, los shows donde la escenografía y el confetti -como los yanquis lo llaman tan amorosamente- le ganan a la interpretación musical y la necesidad un poco forzada de estar alucinando todo el tiempo. Oczy Mlody es un disco irregular y desencajado: transmite un único ambiente oscuro, encerrado y denso, siguiendo la línea de The Terror (2013) y Embryonic (2009), con las interrupciones del pop lisérgico de The Soft Bulletin (1999), Yoshimi Battles the Pink Robots (2002) y At War With The Mystics (2006).

Oczy Mlody arranca con un instrumental homónimo que sienta las bases de todo lo que se escuchará después: una estructura de beats electrónicos, con tachos planos y secos, marcando un paso ritual sobre el que se edifican colchones de sintetizadores y una melodía hipnótica que se repetirá, con variaciones sutiles, a lo largo del disco. El álbum tiene momentos memorables y de una emocionalidad poderosa: la fragilidad de la melodía de “Sunrise (Eyes of the Young)”, el laberinto de bajo simultáneamente robótico y groovero en “Nigdy Nie”, la psicodelia barretiana y las cuerdas de soundtrack de los 60 en “Galaxy I Sink”, la densidad de jungla, construida a base de percusión y bajos repiqueteantes, en “One Night Hunting for Faeries and Witches and Wizards to Kill” y el pop tierno y triste de “The Castle”. Cada uno de estos momentos resalta y gana brillo propio precisamente porque irrumpe en la cadencia monótona y el ambiente espeso que predominan en la mayor parte del disco.

Por más glitter que Miley Cyrus aporte al último tema, “We a Famly” (y al Instagram de Wayne Coyne), por más Oczy Mlody con la que los Flaming Lips quieran alucinar, los de Oklahoma son a esta altura señores grandes que le temen cada día más a lo inevitable. En “Almost Home”, lamentan: “el insecto trepa en la hoja. La hoja cae al fuego, quemando mi frágil sueño sobre un mundo lleno de amor. No era como yo lo pensaba: hiriéndonos hasta convertirnos en polvo”. Como a todos, el tiempo los pone tristes y oscilan constantemente entre la aceptación y la negación en “Sunrise…”: “el amanecer insiste con su alegría pero, ¿Cómo puedo alegrarme ahora que mi flor está muerta?”.

No hay dudas de que The Flaming Lips tienen una capacidad de experimentación y creación de ambientes asombrosa. Que pueden adaptar la psicodelia más sesentosa a una estructura de ritmos electrónicos e hipnóticos. Pero en Oczy Mlody todos esos recursos están puestos sin un propósito y objetivo claro. Cuando eso sucede, lo que se logra es un disco aburrido y pesado; una suerte de pastiche experimental de su propia obra.//∆z