Detrás de un Tom Hardy multidisciplinario, se alinean los componentes de una producción mestiza que reúne puntos fuertes de distintos géneros. Así como los parias que la protagonizan, a lo largo de su primera temporada, intenta hacerse de un lugar seguro en el minado tiempo de ocio televisivo.

Por Matías Buonfrate

La hija del muerto es interrumpida durante el funeral. Un hombre calvo, con la cara achacada quiere saber si pagó el chelín adicional a los sepultureros. Así el cadáver de su padre quedará enterrado a mayor profundidad y sus restos no serán saqueados. El marido se niega, insultado en su tacañería. En ese momento entra a la capilla un hombre robusto, viste un abrigo negro y sobre la cabeza lleva una galera aplastada. La hija del muerto se queda sin aire y se pregunta si se habrán abierto las puertas del infierno. Quien acaba de entrar es su hermano, desaparecido hace doce años en África. Mientras todos rezan cabizbajos el Padre Nuestro, él permanece callado, con la cabeza en alto y la galera firme.

En Taboo, Tom Hardy se posiciona en el centro de la obra, su proyecto más personal. Compone al personaje principal, produce (junto a Ridley Scott, entre otros) y es uno de los co-creadores de la serie, crédito compartido con su padre, Edward Hardy y Steven Knight (uno de los ideólogos de Quién quiere ser millonario y escritor – director de Locke, también protagonizada por Hardy).

Decir que Taboo conjuga un guión fuerte, una producción elegante y un elenco excelente sería caer en un lugar común para la televisión de principios del siglo XXI. La tríada de producción-guión-elenco es una constante para la televisión serializada. Abundan los ejemplos, inclusive en producciones “menores”. La televisión anglosajona tiene una capacidad de adaptabilidad cada vez mayor para articular el camino del héroe en narraciones nuevas de estructura repetida. Entonces, ¿qué nos permite destacar a Taboo?

La premisa es simple. En 1814, James Keziah Delaney, regresa a Londres para el funeral de su padre. Fue dado por muerto tras 12 años de estar perdido en África, regresa para hacer valer el legado paterno. Su única herencia es el estrecho de Nootka, un pedazo de tierra sobre la costa oeste de Estados Unidos. Nadie se cansa de decir que si el mundo fuera un cerdo, el estrecho de Nootka sería su culo, pero James sabe que es un punto estratégico deseado por la corona y los independentistas norteamericanos. James adquirió algunas habilidades en su exilio que le permitirán hacer prevalecer sus planes por sobre las pretensiones de los demás.

Para empezar, es una pieza de época sobre un período poco visitado. A principios del siglo XIX, la guerra de independencia estadounidense llega a su fin y el imperio británico encara la derrota mientras ve crujir sus cimientos en otros territorios. En Taboo, el análisis territorial sobre África es crucial. Sin embargo el escenario es Londres. La recreación realista es sombría, sí, pero también escatológica. Vemos la suciedad y llegamos a olerla. En los hospitales infectados, los prostíbulos sudados, los bares podridos, y el campo lleno de mierda. Es una ciudad deshonrada, capital de un imperio en conflicto cuya figura monárquica mengua, encarnada en el cuerpo deforme de un príncipe regente delirante (Mark Gatiss, lisérgico).

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En este imperio degradado, actúa una enorme corporación cuyo poder es inabarcable, la Compañía de las Indias Orientales. Su presencia agrega elementos de espionaje corporativo primitivo, una cruza de política cortesana y estratagemas de dominio global. Así se suman los elementos del thriller contemporáneo, intrigas en las que actúan espías (agentes simples, dobles y triples), asesinos a sueldo e informantes.

Existe un último condimento que termina por darle un sabor especial e inigualable a esta mezcla. A la Londres glamorosa y mugrienta en la que la tecnocracia de la Compañía erosiona el poder de la monarquía, llega la magia. El componente disruptivo que James Keziah Delaney importa desde su larga estadía en África. Es confusa, sangrienta y sucia. Está hecha de agua, fuego y tierra. Incomprensible pero capaz de alterar las convenciones dicotómicas.

Política, acción y magia. Esta combinación hace que merezca ver los ocho capítulos que componen la primera temporada de la serie.

Entonces, ¿cuál es el taboo? ¿Hay cosas indecibles en un mundo de intrigas? La verdad no existe o no importa, es una composición variable. ¿Queda algo impracticable para el poder absoluto? No, genocidio, corrupción y traición organizan la cotidianeidad. Lo único inexistente, impensado y prohibido es el amor. En Taboo nada es simple y el amor complica todo aún más. James ama a su media hermana Zilpha (Oona Chaplin). Zilpha está casada con Thorne (Jefferson Hall). Incesto aparte, en este triángulo ninguno puede ganar. Los tres están destinados a consumirse. El desarrollo dramático de Thorne y de Zilpha es el más interesante. Son personajes que, si bien intentan ponerse a la altura de las circunstancias, fracasan. En un contexto imperfecto donde todos encajan, ellos son los únicos que pueden romper el molde. Es en este escenario donde el previsor James Keziah Delaney se encuentra sorprendido.

Esto nos lleva al principal punto débil de la serie, la fortaleza de nuestro héroe. James es demasiado eficiente. El mundo le parece demasiado simple. Sufrió en África y ahora se enfrenta a fuerzas inferiores. La angustia es para sus colegas y antagonistas. Aquí Tom Hardy, se saca el gusto de interpretar en su estado más puro el arquetipo que más le cabe. Es Bronson con galera, lo más puro de los hermanos Kray y el lado menos sensible de Tommy Conlon. James es una fuerza inquebrantable que no se detiene y es demasiado inteligente para ser atrapado con la guardia baja. Excepto en lo que respecta al amor. Zilpha es la fuerza desestructurante que lo saca de sus previsiones, la única que puede meterse debajo de su piel.

Taboo resulta una propuesta única a la que es difícil comparar. Otras producciones que parecieron dar un salto al vacío, se basaban en obras antecedentes. Game of Thrones hoy en su ocaso hiper exitoso, fue una apuesta insospechada por la fantasía medieval, que hubiera resultado aún más improbable sin la obra de George R.R. Martin como predecesora. The Walking Dead, ya más muerta que caminando, le debe todo al comic de Robert Kirkman, al que sigue casi al pie de la letra a pesar de los problemas que le presenta su estructura folletinesca. La poco citada The Magicians tiene su homónimo literario así como el último dream team de HBO, Big Little Lies. Hay muchas más. Como sea, cada recreación televisiva arrastra algo del público del material original, corrige sus imperfecciones y hasta puede usarlo como testeo de mercado. Taboo, por otra parte, se ensaña en hacerse un lugar por sus propios medios, con el mismo ahínco con que sus personajes se aferran a la existencia. Combina una narración histórica realista, despliegues de acción muy bien producidos y un drama contundente. A la par, nos lleva junto a Delaney y su pandilla de desclasados por los caminos sinuosos de un thriller posmoderno y paranoide. Es demandante y poco benevolente con el espectador, pero quien se encuentre dispuesto a verla se encontrará ante una de las propuestas más arriesgadas de los últimos años.//∆z