Recordamos a la celebre escritora con una entrevista que salió publicada en 2018 antes de su participación de la Feria Internacional del Libro de Bogotá. En estos párrafos que siguen, Molloy analiza la cuestión política que hay en su obra. ¿Qué nos deja su partida? Esta charla desmenuza su legado.
Por Pablo Díaz Marenghi*
Una cicatríz decora el dorso de la mano derecha de Sylvia Molloy (Buenos Aires, 1979) . La escritora y ensayista argentina, docente en la Universidad de Nueva York hace décadas, tuvo un fugaz paso por la Facultad de Ciencias Exactas en un intento de estudiar Química. Una gota de bromo cayó de una probeta a su piel y dicho accidente se convirtió en un recordatorio perpetuo de su fuga hacia la literatura. “Se sacó la mejor nota Molloy, pero usted no está contenta aquí” le dijo el Jefe de Trabajos Prácticos. Ella, siempre con un libro bajo el brazo, entendió que su lugar era otro. Desde muy pequeña, cuando leía libros de cocina y se enamoraba de los personajes de Charles Dickens, se fascinó por la lectura. Su camino continuó fuera del país: se doctoró en Literatura Comparada en La Sorbona, en 1967. En Citas de lectura (2017) cuenta esta y otras anécdotas que ayudan a entender por qué se especializó en la escritura autobiográfica. Escribió varios ensayos, entre ellos Acto de presencia: la literatura autobiográfica en Hispanoamérica (1997), dedicado exclusivamente a analizar cómo diversos escritores deciden construir los cimientos de su obra con los escombros de su propia intimidad. También publicó retazos autobiográficos en Varia Imaginación (2003) y Vivir entre lenguas (2016), donde analiza, a modo de nouvelle, su propia vida tamizada por lecturas en diferentes idiomas que forjaron una identidad diversa. Desde la ficción, escribió El común olvido (2002) y En breve cárcel (1981), esta última controversial y política al incluir al lesbianismo en un contexto y tiempo atípicos (los ochenta, durante la Dictadura Militar). Otro ejemplo es Desarticulaciones, en donde con textos breves, casi a modo de diario íntimo, cuenta su relación con una amiga y ex pareja, de edad avanzada, que sufre Mal de Alzheimer y amenaza con olvidarla. Ficción y realidad, escritura creativa y académica, puntos de vistas propios y ajenos, se funden en el universo literario de esta autora.
En diálogo con ArteZeta, a días de arribar a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBO), Molloy analiza la cuestión política, la cual considera inevitable en su obra; el desarraigo que fue un motor para su escritura y la cuestión del género en relación a lo autobiográfico, un aspecto central, según ella, para su obra y los tiempos que corren. Molloy parecería profundizar el análisis que realiza la catedrática de Arte Contemporáneo Estrella de Diego en su libro No soy yo: autobiografía, performance y los nuevos espectadores: “No es, pues, extraño que la pasión por la autobiografía se inscriba (…) en territorios de un modo u otro asociados a la teoría de género (…) tal vez porque las mujeres no hemos tenido tradicionalmente una historia propia al carecer, desde el discurso dominante claro, de la subjetividad que requiere el acto mismo de comenzar a narrar (se)”. Desde sus cuentos, novelas y ensayos invita a cuestionar lo establecido.
ArteZeta: Uno de sus trabajos de ficción más destacado es En breve cárcel (1981), considerado pionero en abordar la temática lésbica en la literatura argentina ¿Cómo recuerda esta novela y cómo fue trabajar estos tópicos?Sylvia Molloy: Esta novela nació de una casualidad. Me había ido a París por un año con una beca, supuestamente para terminar mi libro Las letras de Borges (1979). Necesitaba un lugar donde vivir, vi un aviso en el periódico y fui a ver un departamento. Cuando llegué y me abrieron la puerta me di cuenta de que ya había estado en ese lugar, hacía mucho tiempo, y que allí había conocido a una persona de quien me enamoré perdidamente y que me hizo sufrir mucho. Fue un desafío: o rechazaba vivir allí, me iba, y cerraba una puerta para siempre. o aceptaba y me entregaba a los fantasmas del pasado. Elegí lo último, como acto de reparación en más de un sentido del término, y poco a poco me di cuenta de que el libro sobre Borges debía pasar a segundo lugar, que lo que me urgía de veras era contar aquella historia. Y así lo hice. En breve cárcel no fue fácil de publicar en la Argentina; estábamos en plena dictadura militar y las dos editoriales que se interesaban por el libro no se atrevieron a sacarlo por la brutal censura que reinaba en esa época. Pero tuve suerte. Severo Sarduy, que era muy amigo mío, se ofreció a hacer de mediador con Seix Barral y mi novela salió en España. Solo cuando terminó la dictadura pudo publicarse en la Argentina.
AZ: En este mismo sentido, esta obra puede leerse como un gesto político, de resistencia o de subvertir ciertos cánones. ¿Cómo aparece la cuestión política en su literatura?
SM: Fue sin duda un gesto político en un momento en que, por más de una razón, “de eso no se hablaba”. Pero en un sentido más amplio la cuestión política es inevitable tanto en mi escritura crítica como de ficción, dados algunos de los temas que trato: viaje, exilio, traducción, género, para citar tan solo cuatro que se entrelazan. Mi último libro de crítica, por ejemplo, publicado hace unos años, Poses de fin de siglo (2013), trabaja lo que llamo los “desbordes del género”, analizando cómo esos desbordes marcaron políticas culturales del siglo veinte.
AZ: En varios pasajes de su obra aborda una escritura confesional o autobiográfica ¿Por qué recurre a este tipo de escritura que algunos consideran hoy en auge?
SM: Me atrae la escritura autobiográfica porque me interesa de sobremanera el modo en que el sujeto compone su personaje y las complicadas artimañas a las que recurre para convencernos de que ese “yo” que narra el relato en primera persona es, sin lugar a duda, él mismo o ella misma, y no una ficción. La autobiografía, en ese sentido, es un ejercicio de seducción en el que el autor le vende al lector aquello que André Gide llamaba “su ser facticio preferido”: facticio, no ficticio, es decir fabricado por el escritor. En lo que se refiere a mi ficción, confieso que no tengo mucha imaginación. Por lo tanto, para componer mis relatos, recurro mucho a mis recuerdos, a cosas que me pasaron, o que le pasaron a otro, o que alguna vez leí. Compongo historias en base a fragmentos de mi pasado, cosas que recuerdo o creo recordar que me permiten anclar el relato. Es lo que hice en En breve cárcel y en El común olvido. El caso de mis relatos más recientes es algo diferente, en que trabajo el recuerdo de manera más personal en lugar de ficcionalizarlo abiertamente, hago trabajo de memoria y también trabajo de testimonio. Son como escrituras autobiográficas desviadas en tanto no buscan componer un personaje sino, más bien, desarticularlo.
AZ: Estudió en Francia y vive y enseña en universidades de EE. UU hace muchos años (hoy en Nueva York). En una entrevista decía que su lugar es de alguien “que vuelve a su país y siente que pertenece y a la vez no pertenece porque, esencialmente, el haberse ido lo pone, para siempre, en otra parte”. ¿Cómo se siente hoy al respecto?
SM: El haberme ido, primero a estudiar a Francia y luego a trabajar a Estados Unidos, me desasentó, por así decirlo, de manera definitiva. Una vez que te vas no podés volver del todo, pasás definitivamente a una vida “entre”: entre países, entre culturas, entre idiomas. No sos de aquí pero tampoco del todo de allá. Esto que puede parecer una pérdida ha sido para mí una ventaja: sospecho que de no haberme ido de la Argentina y de algún modo perder asidero no hubiera escrito. La pérdida fue motor de mi escritura, una manera de suplir lo que ya no se tiene.
AZ: Una vez dijo que “hay que desautoguetizarse para mostrar la utilidad del género como categoría, para romper con lecturas canónicas y desestabilizarlas”. ¿Por qué le parece importante trabajar cuestiones como el género, lo queer, el patriarcado desde la literatura?
SM: No me acuerdo por qué usé esa palabra, “desautoguetizarse”, tan pretenciosamente fea. Pero sí estoy de acuerdo con que hay que desestabilizar las lecturas que se han vuelto canónicas, trabajar en los intersticios del texto, observarlo desde otras perspectivas. Y el género, en ese sentido, es un instrumento crítico particularmente útil que obliga a la relectura, al cuestionamiento de los binarismos y de las categorías estancas. Invita a formulaciones nuevas y a la vez recalca el carácter inestable de las construcciones críticas que se quieren autosuficientes.
*Esta entrevista fue publicada originalmente en Revista Arcadia.