Los canadienses volvieron al país por segunda vez con nuevo disco y revalidaron su vigencia. Tomando prestado elementos del heavy metal, demostraron por qué son algo más que una banda pop punk de los 2000 que la pegó.

Por Pablo Díaz Marenghi
Fotos de Guillermo Soria (Gentileza Rock On)

Remeras negras, parches, fanzines, stenciles y raros peinados nuevos. La cola que se forma en la puerta de Groove, en paralelo con la Avenida Santa Fe, es una especie de pasarela punk rock. Con sus particularidades: no hay crestas, hay mayoría de caras jóvenes. Hay chicas adolescentes que se bajan del auto de su padre y que le avisan a qué hora deben venir a buscarlas. Es lunes. El clima está ideal. La primavera comienza a despedirse de a poco. Mientras tanto, en este rincón de Palermo se cocina a fuego lento lo que será la segunda visita de SUM 41 al país. Los abanderados del pop punk en Canadá, dirigidos por el blondo Bizzy D, regresan luego de su primera visita al país en 2015, casi exactamente un año después y al mismo lugar. ¿Qué quedó de aquél subgénero del onetwothreefour más identificado con la balada romántica que con la pulsión anti sistema? Su último disco, 13 Voices (2016), el primero con la vuelta del guitarrista histórico Dave Baksh, le da otro color al sonido embebiéndolo de metal pesado. Como un chicle confitado que encierra un relleno pegajoso y se deja descubrir recién cuando uno lo muerde.

GSF_9580Cerca de las 20 todos ingresan y van buscando las primeras cervezas. La oscuridad del local toma un poco de color con pequeñas manchitas provenientes de stickers y pelos de colores. Primero Mysense rompió el hielo; una propuesta sonora que recuerda a Shaila, con canciones punk melódicas muy rápidas y algunos homenajes: “Pet Sematary”, de los Ramones y “Holiday” de Green Day. A las 21.33 se proyecta un video con imágenes de la gira de SUM 41 y suena la intro de “T.N.T” de AC/DC, como evidenciando el gusto por el heavy metal del grupo. Salen al escenario Bizzy, Baksh, el baterista Frank Zummo, el histórico “Cone” McCaslin y el segundo guitarrista Tom Thacker. El público estalla, vuelan papelitos y se activan cuatro máquinas de humo, en una estética muy de Superbowl. El setlist arranca bien al palo, con uno de los himnos de la banda que supo musicalizar aquellas tontas películas americanas: “The hell song”, de su segundo disco Does This Look Infected? (2002). En vivo es más pesada, más rápida y despierta el mosh casi instantáneo de los cientos que se amontonaban pegados al escenario. La canción se mete en la cabeza de todos los jóvenes y ex jóvenes presentes. Si hay una época de la vida en la que impacta SUM 41 es en la adolescencia. Los músicos hoy se acercan a las cuatro décadas pero comenzaron a rockear de muy pibes. Sus preocupaciones, sus miedos, sus desventuras por el verano de Ajax, en Ontario; todo esto se vuelca en sus letras al ritmo de ese pop punk/melódico del 2000 que también popularizaron Blink 182, Good Charlotte, Green Day y otros. Su rasgo más distintivo es esta cualidad para narrar el eslabón intermedio entre la niñez y la adultez. Con el tamiz de la inseguridad, los excesos (el propio Bizzy D con su alcoholismo es la mayor prueba) y el descontrol, SUM 41 se recicla y vuelve sobre sí mismo intentando revitalizar un sonido que, para muchos, ya quedó vetusto.

Luego intercalarían temas de su última obra, como “Fake my own death” -con una estructura sonora bien pesada, alla Metallica– con clásicos como “Over My Head (Better Off Dead)” o “Underclass hero”. “Hey, we´re be back” grita Bizzy antes de que suene “Goddamn I’m Dead Again” y arenga al público a saltar y poguear. Groove no está lleno del todo, hay mucho espacio al fondo, pero se nota que los presentes son fieles seguidores de la banda. Algunos históricos, que volvían a ser jóvenes de nuevo, otros que se sumaron más tarde al pop punk por cuestiones generacionales.

El caso de SUM 41 es raro. En vez de casarse con un género, trataron de revitalizarlo. Utilizando al heavy metal como un desfibrilador sobre el cadáver agonizante del sonido de los dos mil, demuestran en temas como “There will be blood” o “War” (ambos de su último disco) un sonido más valvular, más trash metal. Los pibes, que ahora ya no lo son tanto, rockean empapados de la influencia de la música pesada y lo demuestran cuando improvisan la intro de “Paranoid” de Black Sabbath y el público enloquece. El momento meloso llega con “With me”, una balada punk romántica del disco Underclass Hero (2007). Luego de “God Save Us All (Death to POP)”, del último álbum, en una versión mucho más parecida a un tema de Motörhead, es el momento del solo de batería para que se luzca Zummo y el resto descanse. Después de un breve parate vendría el punto más alto del show. Una versión demoledora de “No reason”, un cover de “We will rock you” de Queen con el estilo de SUM 41 y dos hitazos: “Still waiting” y la emblemática “In to deep”, por la que gran parte del público conoce al grupo. Todos cantan. Todos se vuelven locos. El mosh llega casi hasta el borde del escenario y los músicos, realmente, parecen no envejecer. También es digno de destacar el trabajo de guitarras de Baksh/Thacker, quienes se complementan muy bien y entretejen solos, acordes y riffs a pesar del flojo sonido que posee, a nivel general, el local palermitano. Los músicos se van. Son casi las 23 pero la gente tiene ganas de más. Ellos vuelven y suenan los bises: la balada emo por excelencia “Pieces”, de Chuck (2004), es cantada por todos. Luego el cierre es demoledor, de la mano de “Wellcome to hell” y “Fat Lip”, dos hitazos de la banda en donde Bizzy le canta al desamor, las relaciones enfermizas, la disconformidad social del adolescente y las fiestas locas del High School. El final es a todo trapo, otra vez con humo y papelitos de colores que vuelan hasta el techo.

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A las 23.05 todo termina. El público escapa de a poco, con la distorsión y los acordes híper veloces aún zumbando en los oídos. El show evidencia que el grupo sigue vivo. Lograron revivir al muerto que descansaba sepultado, six feet under, en un cajón empapelado con logos de MTV. El punk tiene eso, que a algunos aburre y a otros fascina: un sonido monótono, repetitivo y casi un mantra de cuatro acordes, distorsión, rabia y velocidad. Los canadienses le dan su propio matiz, le agregan heavy metal, hard rock, trash y una chispa de frescura que los distingue de otras bandas que quedaron en las páginas de alguna vieja revista musical llena de polvo. Sus shows no son mero espectáculo sino más bien ritual; interacción e intercambio simbólico entre audiencia y artistas. El espectador es, más bien, partícipe de esa ignición melódica. Por segunda vez en dos años queda claro que el pop punk permanecerá asociado para siempre a una época que no volverá jamás, pero puede seguir vigente con propuestas musicales como SUM 41, que se lucen, sobre todo en el vivo, construyendo un show que estalla en lo profundo.//∆z