En su segunda visita al país, Carl Barât fue secundado por otro integrante de The Libertines y Dirty Pretty Things, Gary Powell. Crónica de una noche para paladares exclusivamente británicos.

Por Pablo Mendez

Fotos de Nadia Guzman

La organización estuvo marcada por la puntualidad, digna actitud de la siempre obsesiva corrección temporal de un integrante de la escuela británica. A las 19 horas se abrieron las puertas y la fauna rockera comenzó a colmar la olla uterina del teatro Vorterix. En su mayoría adolescentes enfundados en chupines abrasivos, borcegos ingentes, aros nasales, anteojos de marco grueso y peinados con geometría vanguardista. Pero el público no se limitaba a portadores de acné con miradas de soslayo, sino que se extendía a veinteañeros que perpetuaban la edad en la que la inmortalidad se presume con actitud pedante de Zona Norte. También hay que marcar los altos humos de los que con seguridad eran invitados como marionetas y delataban los últimos alaridos de la moda: montgomery de colores híbridos en el caso de los hombres; tacos, chaquetas de cuero y pelos bicolores en mujeres. Tampoco debería para desapercibido el rockero tradicional: All Stars, jeans y remeras alusivas a la historia del rock inglés. Todo este gentío acorralado por las dos barras que vendían cerveza a precios en libras esterlinas.

19:45, el telón aterciopelado se abre y aparece Místicos. A primera vista cumplen con todos los clichés del género: el cantante bien podría ser un Paul Weller aturdido por la escasez de spray capilar, cantando letras que nunca pasarán a la posteridad; un guitarrista que extrae melodías de la guitarra de Grahan Coxon; un bajista que consigue dominar su instrumento con la seguridad de quien es vigía de los pormenores rítmicos; también un baterista perdido en el fondo alocando los palillos sin que los parches reciban los golpes merecidos. Cuatro o cinco canciones, poca locuacidad para interactuar verbalmente con el público y nada más.

20:30, nuevamente el manto rojo se abre y Fantasmagoria comienza un prólogo instrumental antes de que comience el repertorio seguramente acordado. Quizás un comienzo auspicioso que pronto se desgastará y que tendrá su punto más riesgoso y poco feliz con una de las últimas canciones donde los integrantes del grupo emularán las voces de negros con un improvisado fogón al estilo Harlem, intento triste que terminará por ser el chiste musical de la noche. Como resumen, un cúmulo de canciones bien intencionadas pero nunca rodeadas por la mística. Sin intercambiar palabras con el público más que algún “muchas gracias” perdido, se retiraron con una frase reveladora: “esto fue Fantasmagoria”. Chocolate por la noticia.

Aproximadamente 21:15, el irredento músico inglés hace su aparición. Barât es estado puro: su clásico pelo a media asta que lo deja ver como un niño de 41 años demasiado parecido a Bryan Ferry en los años de Roxy Music; su guitarra vintage, un pañuelo musulmán rodeándole el cuello, sus brazos fláccidos y blancos, casi transparentes; un litro de cerveza en vaso y los últimos tragos de una botella de whisky. Detrás suyo un Gary Powell con barba entrecana, que deja ver en su torso desnudo una musculatura prefabricada y un abdomen crecido ya sea por la edad o por la persistente costumbre inglesa de la cerveza caliente. Y dejemos para otra oportunidad los pantalones rojo furioso que darían envidia a la mismísima Lady Gaga. Un dato de color que siempre sirve a la costumbre argentina de enaltecer hechos cuasi intrascendentes o de índole particular: Vox y Martin, integrantes de Místicos portando los instrumentos como sesionistas invitados.

El set se dividió en tres partes implícitas: temas de The Libertines, de Dirty Pretty Things y de Barât solista. “Bang Bang You’re Dead”, “Up The Bracket”, “Horrorshow”, “Don’t Back Into The Sun” y “I Get Alone” fueron los temas que explotaron los movimientos de la mayoría del público, mientras los que no favorecieron el culto al pogo danzaban en un repiquetear intensivo. La porción acústica del show ofreció “9 Lives”, “France”, “The Ballad of Grimaldi” y “Whay Katie Did”, cuatro gemas demudadas de las versiones originales para acoplarse a la propuesta en vivo.

La efervescencia punky, la composición garage y la voz decididamente británica corresponden a la comodidad de Carl en los parajes argentinos. Lacónico pero con algunas frases del típico humor inglés, se remontó sobre el escenario como toda estrella de rock, con las poses que el manual del mejor rockero enumera.

El recital se vivió con la intensidad de quién se encuentra ante una banda clásica. Muchos habrán ocultado el deseo de verlo en un escenario junto al niño terrible de Doherty, pero así como en la visita del año pasado, Carlos (cómo lo llamaron y llamarán por estas rutas) ya es un invitado de lujo con futura asiduidad.

El show terminó con el público alzando una bandera inglesa, ejemplo del mejor target group que el brit pop pudiera obtener. Apostados sobre los márgenes la comitiva de prensa destilaba protuberancia periodística. Desde los nuevos medios especializados-elitistas hasta la agrupación que secunda las órdenes de la hegemonía periodística rocanrolera, la mirada crítica tiene fecha de caducidad. Párrafo aparte, amigos de amigos con pulseritas redentoras que dan paso al cielo del vip y músicos conocidos que dejan la gloria del estrellato por una firma de Barât en una de sus nalgas, son el panorama visual que deja la culminación del show. Te esperamos nuevamente Barât, tu show es la variable para comprender al ser argentino como modelo ontológico tercermundista. O tal vez es y será solo música.