En el tercer disco de Florence + The Machine, How Big, How Blue, How Beautiful, Florence Welch logra equilibrar su tendencia a la pomposidad con instantes de delicadeza.

Por Emmanuel Patrone

En 2011, una olimpiada atrás, Florence Welch (más su máquina) desplegaba en Ceremonials una colección de canciones ampulosas de estirpe mística, llenas de arpas, percusiones rimbombantes y dramatismo ad hoc que, aunque melodiosas, quedaban mayormente sofocadas por una sobreproducción que no dejaban respirar las vueltas melódicas de la prodigiosa voz de Welch. Era un paso esperable a partir del genial debut Lungs, en el que Florence se probaba la camiseta del soul, del pop más arty y el garage con la misma solvencia. Una necesidad de demostrar que, luego de afianzado el primer paso (ser tapa de revista de medios especializados, recibir críticas entusiastas, aparecer en bandas sonoras de películas con Megan Fox), tenía una plétora de inquietudes desbordando de ella. Aunque, lamentablemente, todo se tiñó de una seriedad decepcionante de alguien que compuso una canción tan divertida como “Kiss With a Fist”.

Florence es una fuerza vocal importante, cuyos mayores méritos aparecen cuando canaliza ese dramatismo interior intercalando expresiones sutiles de melancolía con explosiones en forma de crescendos a toda pompa. Allí aparecían los puntos altos de su debut y allí también puede ubicarse a su tercer disco de estudio, How Big, How Blue, How Beautiful. Sería un atajo sencillo afirmar conclusivamente que este tercer disco es una mezcla perfecta de sus antecesores, de la variedad y melodicismo del debut y el misticismo pop de Ceremonials, pero es un acercamiento posible para denotar que, mientras que no ensaya la misma heterogeneidad de Lungs, presenta más instantes de cambios de ánimos que el segundo disco. Eso sin dejar de lado el rol de reina del drama de Welch.

Engaña el corte de difusión y primer tema de How Big, How Blue, How Beautiful. “Ship to Wreck”, con su guiño jangle ochentoso, promete por unos segundos un enfoque poco estruendoso hasta que Florence, en el estribillo, deja salir todo el aire de sus pulmones al pronunciar la palabra “wreck”. El resto del disco no genera demasiadas sorpresas al entendido al mundo de la inglesa. Hay canciones sobre mitos bíblicos, santos patronos de causas perdidas, fantasmas y corazones en llamas que viene impulsando la cantante desde sus primeros pasos. Hay canciones que suenan como un musical de una comunidad artística en medio de un bosque encantado, como “Third Eye” o, en menor medida, “Delilah”. Hay otras que retumban con una cantidad de instrumentos y coros entrando y saliendo, como esa guitarra eléctrica colándose entre los vientos en la destacada “What Kind of a Man” o el track de cierre, “Mother”. Y, finalmente, están las más delicadas, las más despojadas, las que se extrañaron tanto en Ceremonials para bajar un cambio, sentarse a respirar y, si le sale el costado más emocional a uno, lagrimear un poquito: “Long & Lost” y “St. Jude” cumplen en ese territorio.

How Big, How Blue, How Beautiful halla a Florence Welch nadando en su mar favorito, el de las canciones rebosantes de emoción y dramatismo sin perder un ápice de melodía, con una confianza y una seguridad que también encontramos en otro de los satisfactorios lanzamientos de chicas raras británicas del año, Froot, de Marina and The Diamonds. Pero si Marina tiene un lado juguetón que Florence no saca a luz demasiado seguido, Welch se distingue de sus pares por buscar a través de la melodía cierta ambición que no es para nada deleznable, sobre todo cuando puede equilibrar su tendencia a la profundidad pomposa con flashes de suavidad como en gran parte de este tercer disco.//z