Netflix cerró el 2015 con Making a Murderer, una serie que explotó en pleno 2016. Injusticia legal, estigmatización social y drama criminal, todo potenciado por el fenómeno masivo en que se convirtió.
Por Ale Turdó
Todos sabemos que la tele nos miente, que la ficción de la caja boba tuerce nuestra percepción y entorpece nuestro juicio. Pero de tanto en tanto –y muy especialmente en esta era “reality” que nos atraviesa- surge un producto que hace olvidar al público las cuestiones básicas de la representación en pantalla. Making a Murderer es una de las bombas con las que Netflix se despachó casi sobre el cierre del año anterior, pero cuyas esquirlas tuvieron un enorme impacto en nuestro reluciente 2016.
La serie de diez episodios cuenta la historia de Steven Avery, ciudadano del Condado de Manitowoc en el estado de Winsconsin, región de centro-este de los Estados Unidos -estado redneck y white trash si los hay- de casas humildes y una población clase media-baja sin un nivel educación superior. En medio de este contexto, Avery fue acusado y condenado en 1985 por la violación de una mujer. 18 años más tarde una prueba extremadamente tardía de ADN lo exonera de los cargos, convirtiéndolo nuevamente en un hombre libre en 2003. Ya en libertad, decide llevar adelante un juicio millonario contra el condado que lo condenó injustamente, y en medio de una batalla legal que potencialmente podría quebrar económica y moralmente al estado, es acusado de otro crimen en 2005, pero esta vez por el presunto asesinato de una mujer que misteriosamente fue vista por última vez con vida en su propiedad.
Durante diez años las creadoras de la serie Laura Ricciardi y Moira Lemos volaron constantemente de Nueva York a Winsconsin para documentar el derrotero del hombre que nuevamente se encontraba sentado en el banquillo de los acusados. La serie se vuelve sumamente atractiva por la forma en que construye el perfil de un sujeto que sufre las falencias de un sistema judicial en el que los pobres y sin educación siempre llevarán las de perder. Es un interesante análisis de los medios y la percepción creada por una audiencia que toma todo lo proveniente de la pantalla chica como una verdad absoluta y lo que esto conlleva.
El formato se apoya con fuerza en el material extraído de las filmaciones en pleno proceso judicial y los clips periodísticos y noticiosos del momento del juicio. Para complementar allí donde el material registrado no llega, tenemos las conversaciones telefónicas de Avery con sus familiares, compartiendo con el espectador aquellos detalles que de otra forma quedarían afuera. No se puede negar que es un producto sumamente adictivo que nos empuja capítulo tras capítulo a saber cuál será el destino del pobre Steve Avery. ¿Por qué un hombre que acaba de recuperar su libertad volvería a cometer un crimen y arriesgarse a volver a prisión? ¿Qué sistema legal podría ser tan perverso de hacer pasar al mismo hombre dos veces por el mismo calvario?
Pero no hay que olvidar que la TV es entretenimiento ficcionalizado. Y de la misma forma que la serie logra atraparnos de manera tal que todos queremos ir a la Casa Blanca y tocarle el timbre a Obama para que revea el caso Avery, también es necesario saber que varios puntos clave del juicio fueron dejados de lado en pos de inclinar la narrativa en un sentido determinado, obviando cuestiones que comprometen de manera irrefutable al Sr. Avery. Pero claro, la audiencia masiva no gasta su preciado tiempo en doble chequear la información ni prestar una mínima resistencia ante aquello que los medios pone frente a ellos. Es así como la administración Obama recibió una petición con más 128.000 firmas clamando por la liberación de Avery, basada solamente en aquello expuesto en esos manufacturados diez capítulos.
Pero no todo es culpa del chancho, hay que darle la derecha a Netflix por producir un material que logra este tipo de reacción, para bien o para mal. Al momento de lanzarse la serie, hubo un hermetismo tal entorno a los hechos en que está basada que todo juega a favor de hacernos creer fervientemente en lo expuesto. Ni siquiera en la sección “Trivia” de la IMDB encontramos información relacionada con todo aquello que la serie elije dejar afuera. La mente conspiranoide de quien escribe desconfía que esto sea algo casual; es crucial para los intereses de Netflix que se encuentren disponibles la menor cantidad posible de fuentes que permitan conocer aquellos datos que derribarían la construcción narrativa del producto.
Es así como Making a Murderer se convierte en una obra que nos deja una doble enseñanza: el sistema judicial no está diseñado intrínsecamente para proteger al indefenso y los medios de comunicación confunden más de lo que informan, reduciéndolo todo a un mero entretenimiento, ya sea que hablemos del superbowl, la season finale de Game Of Thrones, o un homicidio en primer grado.//∆z