Stray Toasters es un comic de 1988 realizado íntegramente por Bill Sienkiewicz. En ArteZeta recuperamos esta pieza maestra tanto argumental como gráfica, que en su momento fue considerada demasiado vanguardista.

Por Gabriel Reymann

Flujos y reflujos del capitalismo. El modo de producción imperante se presenta hace décadas como una dilución perpetua en la que la degradación y el retroceso hace que se muerda su propia cola de Ouroboros volviendo a fases precapitalistas. La perspectiva habilita a observar épocas jodidas como los 80’s con un halo de nostalgia por pérdida de derechos cuasi-adquiridos. Aun en la década de Thatcher y Reagan, con todo lo que ello implicó, se mantenían ciertos hábitos de curaduría, riesgo y apuesta en la industria cultural. Esta nota es sobre Stray Toasters, comic estadounidense de 1988 realizado completamente por Bill Sienkiewicz. La introducción viene a colación porque un dibujante muy standard en sus comienzos tuvo la banca suficiente por parte de editores de la Marvel Comics y DC para desarrollar su potencial sin que nadie le dijera “esto es demasiado raro” o, mejor dicho, a pesar de eso. Y la nostalgia es porque en cualquier rama cultural ese tipo de intermediarios ya no están, no tienen la visión, o están perdidos en la maquinaria burocrática.

De los 80’s a esta parte pasó una gran cantidad de agua bajo el puente de la industria del comic. Pese a esfuerzos de toda índole el noveno arte carga con ese mote de hermano menor. Más allá de los sectarismos en los que incurre mucha gente que integra el gueto se hace agua en una cuestión fundamentalmente retórica: hay que saber vender(se) un poco. Hay quien supo por primera vez del cine de Herzog o Tarkovski gracias a las palabras de Lorenzo Mattotti en la contratapa de su Fuochi. Alguien paró la oreja respecto a los Davids (Lynch y Cronenberg) gracias a comparaciones que se hacían de sus obras con Black Hole de Charles Burns. ¿Qué tal hacer el camino inverso? Se le podría recomendar Valentina de Guido Crepax a cinéfilos de Godard o Fellini. Y, sin dudas, Stray Toasters a los seguidores de David Lynch.

La comparación no tiene nada de arbitrario: Bill Sienkiewicz fue el encargado de adaptar al comic la versión de Dune que el director de Blue Velvet llevó al cine. Su trayectoria creativa había comenzado en Fantastic Four a fines de los 70’s, para pasar a colaborar con Doug Moench en Moon Knight —velada “versión” de Batman para Marvel—, trabajo en el cual empezaría a dar sus primeros saltos cualitativos importantes. De la estética al estilo Neal Adams (pope del comic estadounidense de los 60’s, también gran experimentador visual y narrativo en su época) evoluciona gradualmente a un estilo aun más realista, de angulaciones exageradas, claroscuros fuertes y cierta bidimensionalidad tomada del Art Nouveau, de Gustav Klimt puntualmente. En su siguiente trabajo, New Mutants, es donde se consagra definitivamente a través de portadas pintadas a mano, ámbito en el cual aún hoy se destaca, e interiores subiendo las apuestas de riesgos —y sí, co-creando al Legion de la serie de tv—. Entre infinidad de portadas, el genial relanzamiento de The Shadow para DC junto a Andy Helfer y un uno-dos fenomenal junto a Frank Miller (la miniserie Elektra: Assassin y la novela gráfica Daredevil: Love and War, las dos entre lo mejor de la obra de ambos), finalmente Sienkiewicz encara su propia obra integral de cuatro partes en 1988.

En su momento de lanzamiento Stray… fue vista como un intento excesivamente vanguardista, un paso demasiado allá. Quizá el grueso de su público potencial —el de superhéroes— no poseía las competencias para detectar un relato mucho más lineal de lo que daban las primeras impresiones: aunque dinamitado desde adentro, el formato de historia acerca de familia disfuncional enmarcado en un clima policial se hacía reconocible. La miniserie comienza con el asesinato de una mujer por parte de una criatura con cabeza de ¡tostadora! El encargado de investigar el crimen es el protagonista Egon Rustemagik, un policía venido muy a menos recién salido de una institución psiquiátrica, bollando entre la culpa y el resentimiento de haber sido enviado allí por una ex amante, una psicóloga llamada Abigail Nolan. Nolan tomará custodia de Todd, el hijo de la mujer asesinada, que era paciente de ella. El niño tiene dificultades para comunicarse y una maraña en el plano de lo simbólico…con las tostadas. Dahlia, femme fatale klimtiana de ensueño y también amante de Rustemagik, busca dar con el paradero del niño y de allí empezarán a moverse las piezas. Más allá es terreno de spoiler. Entremezclado con la trama principal se observarán las aventuras de un diablo en el plano terrenal, mandándole postales de vacaciones a su familia en el infierno. Algo así como lo que ocurre en Sol Tenebras Lux de Reygadas, pero mucho más humorístico que solemne.

Si en el terreno argumental Sienkiewicz se reveló como un guionista debutante con claro oficio, es en el aspecto gráfico donde se sabía de antemano que Stray… no podía fallar y fue una apuesta más que redoblada. Ya solo en lo estrictamente instrumental hay para elegir plétora de materiales: óleo, aerógrafos, acuarelas, tizas pasteles, pluma y plumín, mimeógrafo, fotocopiadoras, fotografías —recortadas y pegadas, y también de objetos montados por el propio autor—, todo ello con pericia y criterio para que no sea un rejunte de ejercicios visuales. Sienkiewicz también se valió de estéticas variopintas del siglo XX y más atrás también: ahí desfilan el ya mencionado Klimt y la escuela de Secesión Vienesa (el protagonista bautizado Egon no debe ser una casualidad) pero también la animación de Tex Avery, el pop art de Robert Rauschenberg, ilustradores vanguardistas como Barron Storey o el salvajismo alucinógeno de Ralph Steadman, entre tantos otros a ser identificados. ¿Y la narrativa? Otro salto al vacío sin red exitoso: echar mano de todos los recursos que el autor pueda utilizar porque hay que decir muchas sensaciones distintas y cada sensación requiere diferentes maneras. De splash pages —páginas de una sola a viñeta— a grillas de doce viñetas. De tipografías y colores de recuadros específicos a falsas publicidades al final de cada capítulo. De repetición de imágenes seriadas con o sin variación a disección de una imagen integral en varias viñetas. Y una curiosidad narrativa muy de la época: los televisores como espacio de producción semántica y escenario vital, innovación de Howard Chaykin en American Flagg! que terminaría popularizando Frank Miller en su Dark Knight Returns.

Habitualmente, Stray Toasters no sería la primera elección —el material más “accesible”— para adentrarse en la notable trayectoria de este artista gráfico. Para eso funcionarían mejor relatos más tradicionales desde su estructura y su acercamiento visual como New Mutants o Elektra. Pero el poderío de su inventiva visual y la audacia de su planteo argumental son una buena invitación para los no iniciados a meterse al mar sin probar la temperatura.//∆z