La banda liderada por Scott Weiland se presentó por segunda vez en nuestro país.
Por Matías Roveta
Fotos de Luciana Burgos
La ansiedad era grande. El público de un Luna Park al palo quería ver de nuevo a una gran banda como Stone Temple Pilots, que increíblemente nos volvió a visitar por segunda vez en dos años.
En el aire, y en la atmósfera del Palacio de los Deportes, flotaba también la sensación de reencontrase con algo familiar, ya a esta altura asimilado: en el caso particular de Scott Weiland, fue su tercer arribo a Buenos Aires, dos con los Pilots y uno al frente de Velvet Revolver en aquel recordado show de River en 2007. Y también tocan ahora en el Orfeo de Córdoba. Todo esto en tan solo 3 años. A diferencia de la primera visita de los STP en Octubre de 2008 y en el marco del Pepsi Music, el reciente arribo estuvo programado dentro de su Tour Mundial, comenzado en abril de este año, con la excusa de presentar nuevo disco: el homónimo Stone Temple Pilots, editado en marzo.
El venir con material nuevo y con un largo entrenamiento, como resultado de la extensa gira, le otorgó a este show ribetes interesantes. En vivo, Stone Temple Pilots es una banda ajustadísima, precisa y contundente. Empezaron con un arranque demoledor y a pura potencia: “Crackerman”, “Wicked Garden” y “Vasoline”. Este trío inicial demuestra el largo oficio de STP, y el enorme poder de esas canciones que nos retrotraen a tiempos pasados. Cuando presentaron material más reciente, como el gran hit “Between The Lines” (corte de difusión de su última placa) el resultado es igualmente conmovedor.
El show siguió con su paso firme, y luego de la ya consumada presentación de material nuevo, Weiland saludó al público con cierto cariño (“what a beautiful crowd you are”). Pero más allá de esto, al frontman, se lo notó un tanto parco y distante. Seguramente, el trajín de la gira o los efectos de tantos años de oscuridad y excesos mal pagados, dejaron huellas insoslayables en su personalidad. Pero afortunadamente, cuando tiene que cantar lo hace como los dioses, con una voz impecable y a flor de piel. Si hay algo que está claro con esta banda es que importa más la música que los cumplidos de arenga. La otra fórmula del éxito pareciera ser la siguiente: el baterista Eric Kretz y el bajista Robert DeLeo trabajan constantemente desde el bajo perfil, como laboriosos artesanos del ritmo, para que Scott Weiland y Dean DeLeo puedan lucirse. Scott con su voz y su megáfono, Dean con cinco guitarras y slide. Scott con el enorme poder melódico de su multifacética gola, Dean con el oficio del rock clásico, propio de un verdadero guitar hero que parece prenderse fuego, cruza perfecta entre dos genios del buen gusto: Joe Perry y Kim Thayil, no solo por estilo, sino también por aspecto físico.
La banda también ofreció momentos de rock sureño con dos grandes clásicos: “Big Empty” e “Interstate Love Song”, ambos del disco Purple (1994). Este último lo tocaron a continuación de “Plush”, himno inmortal de Core (1992), justo para el momento más emotivo de la noche. Hubo muchos otros matices que hicieron al show dinámico e intenso: mix de country western y David Bowie en “Hickory Dichotomy”, hard pop irresistible con “Cinnamon”, hard rock californiano en “Huckleberry Crumble” (todas ellas de su último álbum), y gemas de hard-grunge como las clásicas “Down” o “Sex Type Thing”, tema con el que cerraron. Luego de una breve pausa, con la banda juntando energías y el público extasiado, llegó el turno de los bises (con el conocido tandem final del Pepsi 2008), a cargo de “Dead & Bloated” y “Trippin’ On a Hole in a Paper Heart”.
Los recuerdos, las emociones y las nostalgias fueron muchas. El momento no pudo ser mejor: una banda legendaria de una época de gloria para el rock, que atravesando un gran presente y a fuerza de himnos inoxidables, nos recuerda cuán bien se hacían las cosas en los ´90, al menos en la música… A esta altura una cosa es segura: el de los Pilots fue uno de los grandes regresos del año, y otro hermoso regalo que este 2010 nos dejó.
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