Bruce Springsteen recuerda sus primeros pasos en la música, el éxito y la difícil relación con su padre en la autobiografía Born to Run.
Por Matías Roveta
“Mi hermana Virginia se había quedado embarazada a los diecisiete años (…) Tuvo que dejar el instituto en el último curso, acabar su educación en casa y casarse con su novio y padre de la criatura, Mickey Shave (…) Mi tenaz hermana se mudó al sur, a Lakewood, después de que su desliz trajera las consecuencias esperadas, tuvo un precioso hijo y empezó a vivir la misma vida de clase trabajadora de mis padres (…) Mickey trabajaba en la construcción y padeció la recesión de finales de los setenta, cuando se dejó de edificar en el centro de Jersey, perdió su empleo (…) Mi hermana era dependienta en K-Mart. Criaron a dos guapos muchachos y a una hermosa hija, y hoy tienen un montón de nietos (…) Compuse ‘The River’ en honor a ella y mi cuñado”, relata Bruce Springsteen cerca del inicio de Born to Run, su libro de memorias, sobre la inspiración que conllevó a su gran clásico de armónica doliente y guitarras acústicas de 1980. La cita, extensa, también sirve para identificar rápidamente al artista y su misión: dice más adelante, sobre las letras de Darkness on the Edge of Town (1978), que quería comprender e identificar cuáles eran las cuestiones políticas que “mantenían amordazadas las vidas de las clases trabajadoras en Estados Unidos”. Y amplía: “Determiné convertirme en la voz informada y compasiva de la razón y la venganza para las afligidas vidas de mis padres”.
En eso radica buena parte de la mejor lírica de Bruce, que cuenta que su infancia en Freehold, New Jersey, se dio en el contexto de una familia de clase media baja que luchaba día a día. “Aunque nunca pensé realmente en ello, éramos bastante pobres”. No padeció nunca la falta de comida, ropa o cama, aclara, pero sus padres trabajaban a destajo: su madre como secretaria y su padre como operario en una fábrica de Ford. Vivía en el seno de una comunidad de italianos e irlandeses, en una pequeña casa contigua a una iglesia de barrio y a pocas cuadras de un cementerio. “A los nueve o diez años ya lo hemos visto todo muchas veces. Arroz o flores, llegar o partir, cielo o infierno, aquí en la esquina de Randolph y McLean todo sucede en un día como cualquier otro”: podría ser la voz en off en la intro de alguna película de mafias locales de Martin Scorsese, pero es en realidad el tono inspirado que por momentos logra Springsteen con su prosa.
Derribando fronteras
El “Big Bang”, así define Bruce el enorme impacto que generó en él ver por televisión el debut de Elvis Presley en el Ed Sullivan Show en 1956. “Los tontos que estaban tan seguros de saber EL MODO –EL UNICO MODO- de construir una vida, de ejercer un impacto sobre las cosas y hacerte un hombre o una mujer, han sido desafiados”, explica enfervorizado sobre esa transmisión revolucionaria, y enseguida agrega que convenció a su madre para ir corriendo el día siguiente a -como no podían permitirse comprar- al menos alquilar una guitarra en el local de instrumentos del centro de Freehold. Pero había más: cuenta cómo de a poco fue entrenando sus oídos al compás de los éxitos de Roy Orbison o Sam Cooke, entre otros, que sonaban desde una radio ubicada en lo alto de la heladera de la cocina de la casa familiar, hasta que llegó lo que él llama “El Segundo Advenimiento”. Sí, The Beatles. Escuchó por primera vez “I Want to Hold Your Hand” tronando desde la radio del auto de su madre y no tardó en darse cuenta de lo que pasaba: “No es que quisiera conocer a los Beatles. Quería ser uno de ellos”.
Son los hechos que Bruce ordena como decisivos en su camino a convertirse en músico y así poder anhelar algo mejor, romper las barreras de su pueblo y perseguir sus deseos de progreso y su ciega confianza en que otro mundo -alejado de la dura realidad social a la que estaba acostumbrado- era posible. Todo eso de lo que habla “Thunder Road”: “Así que, Mary, sube / Esta es una ciudad de perdedores y yo me largo de aquí para vencer”, remata la letra Bruce justo antes de que la E Street Band explote con el corte de batería, el muro de guitarras eléctricas, el saxo festivo y un piano penetrante. Pero para eso todavía faltaba bastante. Primero armó una fugaz banda local llamada The Castiles que pasó sin pena ni gloria y luego fue el turno de Steel Mill: “Música contundente y proletaria, con guitarras a todo volumen y un sonido influenciado por el rock sureño”, explica el Jefe. Durante una buena temporada fueron la gran banda estrella en el circuito de bares de la zona costera de New Jersey, Asbury Park, y Bruce podía vivir de su música. Pero en un punto el sonido de este grupo lo saturó y quiso regresar a sus raíces en el soul: en esa decisión de cambio de rumbo está el germen de lo que luego sería la emblemática E Street Band, una mini orquesta con su sonido arrasador de rock and roll y power soul. “El nuevo sonido que perseguía, una amalgama de buenos temas propios mezclados con música rock influenciada por el soul y el R&B, acabaría siendo la base para el sonido de mis dos primeros discos, Greetings from Asbury Park, N.J y The Wild, the Innocent & the E Street Shuffle”, enfatiza con ojo de crítico Springsteen sobre esos dos álbumes que marcaron el inicio de su prolífica obra.
Nacimos para correr
Sus discos hasta ese momento habían logrado un éxito moderado y Bruce Springsteen estaba ahora decidido a ver si podía “atraer la atención del público mayoritario que está al final de dial radiofónico”, según sus propias palabras. Su carrera necesitaba un salto mayor y ese cimbronazo total llegó de la mano de Born to Run (1975), aún todavía hoy su mejor obra. Para la canción homónima del álbum se inspiró en el rock and roll de los años ’50 y ’60, el sonido de guitarra de Duane Eddy, el muro de sonido de Phil Spector y “el tono vocal operístico” alla Roy Orbison, para construir un clásico con iconografía rutera, autos veloces y neumáticos calientes, pero que se trataba en realidad de los peligros que esconde creer en el ideal romántico del sueño americano: “Durante el día sudábamos en las calles de un huidizo sueño americano (…) Esta ciudad te arranca los huesos de la espalda / Es una trampa mortal, es una llamada al suicidio”, canta allí Bruce. Ante eso, Springsteen propone la aventura de un modo de vida alternativo, animarse a probar algo distinto y escaparse del cerco pueblerino mientras la juventud esté todavía de su lado. El disco ayudó a moldear de forma definitiva el sonido clásico de la E Street Band, con Bruce desde el centro con su guitarra solista (la icónica Fender Telecaster de la tapa) y su voz pasional, secundado por el jubiloso saxo de Clarence Clemons que brilla en “Jungleland” y el piano virtuoso de Roy Bittan de “Backstreets”.
Born to Run (1975) pondría la vara muy alta y sería el primero en una seguidilla maravilla de discos. Siguió Darkness on the Edge of Town (1978): según el autor, en “Born to Run” los personajes estaban decididos a irse, a escapar; Darkness propone el viaje inverso, dar la vuelta con el auto y volver al pueblo. Allí donde estaba su identidad, su esencia, en los recuerdos de infancia y juventud en ese barrio proletario de casas chiquitas sin agua caliente. Y desde allí encontrar su verdadera voz como artista al intentar, de nuevo, comprender: “¿Cuáles eran las fuerzas sociales que constreñían las vidas de mis padres? ¿Por qué era todo tan difícil?”. Más tarde la opulencia compositiva del disco doble The River (1980) y Nebraska (1982), con su hechizo acústico y minimalista, profundizarían ese nivel de empatía con las clases trabajadoras y con quienes hacen lo que pueden para subsistir en cada rincón de su país.
Días de gloria
Con el mismo tono ameno y sentido que caracteriza en buena medida la narración de su libro, pero no sin un dejo marcado de molestia, Bruce explica la historia detrás de uno de sus grandes hits. “Born in the USA” sigue siendo unas de mis mejores y más malinterpretadas piezas musicales”, argumenta el autor. “La combinación de sus estrofas blues ‘deprimidas’ y su ‘entusiasta’ estribillo afirmativo, su demanda de una voz patriótica ‘crítica’ junto al orgullo del lugar de origen, era al parecer demasiado conflictiva (¡o simplemente una molestia!) para sus oyentes menos exigentes”, completa. Justamente una de las palabras que enfatiza Bruce es crítica, tal vez como alertando a escuchas de ocasión que vieron en el sentido efusivo de ese estribillo –reforzado por el ataque de la batería de Max Weinberg y un riff de sintetizadores de Roy Bittan- una suerte de declaración nacionalista. Se trataba en realidad de una canción protesta que cuestionaba con dureza la guerra de Vietnam y relataba cómo un ex combatiente de origen obrero volvía a su país tras el conflicto armado solo para encontrarse con más problemas. Born in the USA (1984) explotó por los aires y fue un hito en la carrera de Springsteen. A partir de allí llegaron las giras enormes con estadios llenos en todo el mundo y shows maratónicos de varias horas de duración, basados –como explica Bruce- en el “código de honor profesional” que implica el acuerdo tácito de que cada noche se dará lo mejor.
Tunnel of Love (1987) siguió por la misma senda del triunfo a partir de sus historias de engaño, amor/desamor y traición sumergidas en el contexto de una producción a tono con la época y atravesada por los teclados, los sintetizadores y las cajas de ritmos. Ese mismo sonido marca a otra canción que hubiera funcionado muy bien en ese álbum, pero que fue escrita años después: “Streets of Philadelphia”, compuesta para la banda de sonido de la película Philadelphia (1993) de Jonathan Demme. Con su temática sobre la enfermedad del SIDA, algunas frases desgarradoras [“Vi mi reflejo en una ventana / No reconocí mi propia cara (…) Y la ropa ya no me queda bien”] y con Springsteen amainando toda veta posible de dolor a través de la contención de su voz madura, se convirtió en un gran clásico que le valió un Oscar al músico.
La casa de mi padre
Uno de los mayores méritos del libro es cómo Springsteen abre de par en par su corazón y se muestra tal cual es. Porque su música, sus discos y su trayectoria hablan por sí solos de su grandeza, pero Bruce no esconde nada y apela a un nivel alto de honestidad cuando habla, por ejemplo, de los aspectos menos virtuosos de su personalidad. Se define como un tipo con ciertas inseguridades, obsesivo en su trabajo en el estudio de grabación y, en algunos casos, una suerte de pequeño dictador benevolente a la hora de tomar decisiones sobre el rumbo artístico de su banda. También, un tema delicado ocupa un lugar central en las páginas de la obra: una profunda depresión subyacente con la que tuvo que lidiar durante buena parte de su vida. En gran medida los problemas surgen de la traumática relación que mantuvo durante años con su padre y que llevó a Springsteen a tener que buscar ayuda profesional. Las parejas solían durarle poco y tenía aversión hacia la vida doméstica, tal vez como recuerdo del tormento que significó vivir de chico en la casa de su padre, una persona poco comunicativa, resentida y con problemas con la bebida.
Dice, Bruce, hablando de sí mismo: “Quería matar lo que me amaba porque no soportaba ser amado, (…) el veneno corría por mis venas, por mis genes”. Las causas de ese comportamiento errático parecen estar bien claras: “Todo surgía directamente del manual de estrategias de mi viejo. Mi padre nos hizo creer que nos despreciaba por amarle, que nos castigaría por ello…y lo hizo”. Si bien reconoce recaídas regulares en pozos depresivos (por ejemplo, cuando un ladero de toda una vida como Clarence Clemons murió a causa de un derrame cerebral en 2011) y que su batalla dura hasta hoy, años de terapia y el hecho de conocer a la mujer adecuada lo ayudaron a salir adelante. “Cuando la miré, vi y sentí mi mejor yo”, dice con tono romántico el Jefe sobre Patti Scialfa, corista de su banda pero -más importante aún- esposa y madre de sus tres hijos. Cuando su primer hijo estaba en camino, Bruce un día recibió una visita sorpresa de su padre y pudo, por fin, limar asperezas: “Había venido a decirme, en vísperas de mi paternidad, que me quería, y a advertirme de que debía ser cuidadoso, hacerlo mejor que él, no cometer sus dolorosas equivocaciones. Intento honrar lo que me dijo”.
Años de madurez
La E Street Band tuvo un parate pronunciado luego de la gira de Tunnel of Love (1987). Durante esos años, Bruce grabó dos discos con otros músicos –Human Touch y Lucky Town, ambos de 1992- y volvió al terreno de la intimidad acústica de la mano de The Ghost of Tom Joad (1995): un discazo en conexión directa con Nebraska (1982) y una gran canción homónima que narra la historia de un fantasma que ronda los rincones del país como guardián de los desamparados, los que no tienen techo y los que luchan contra el racismo y el odio. El regreso triunfal de la E Street Band fue con The Rising (2002), con producción aggiornada de Brendan O’Brien, algunas guitarras filosas y relatos de duelo y heroísmo inspirados en la tragedia del 11-S. Cinco años más tarde, Springsteen entendería con Magic (2007) por donde había que atacar: “¿Quién será el último en morir por culpa de un error?”, canta furioso sobre la base del poder de fuego rockero de su banda y en franca crítica a la administración Bush en el estribillo de “Last to Die”.
Wrecking Ball (2012), inspirado en la crisis económica de 2008 y atravesado por un rock visceral con elementos de country, folk y góspel como marco sonoro para ataques a capitalistas inescrupulosos y la elite banquera, es otro punto alto en esta última década y media en la que Bruce Springsteen experimenta –al igual que otro nombre pesado como Bob Dylan- nuevamente esplendor creativo tras muchos años de carrera. El nombre de Dylan surge con naturalidad en las páginas del libro como una de las grandes influencias en la obra de Springsteen, desde los tempranos inicios de los ’70 cuando el músico de New Jersey recién empezaba y soñaba con crear algo grande. Dice el autor, posicionándose en el kilómetro cero de su largo recorrido: “Mi intención era colisionar con los tiempos y crear una voz que tuviese un impacto musical, social y cultural”. Lo lograste, Bruce.//∆z