El libro explica las causas de la explosión latinoamericana de la banda y funciona como una necesaria primera aproximación a su mundo.
Por Matías Roveta
Soda Stereo, la biografía total tiene un principal mérito: su autor, el periodista Marcelo Fernández Bitar, acompañó a la banda desde el comienzo –cuando tocaban en el circuito de pubs del underground porteño en tiempos de efervescencia cultural pos Malvinas- hasta la consolidación total como grupo de estadios a lo largo de todo Latinoamérica. No es un dato menor cuando se trata de biografías de rock: ese lazo de confianza que se puede trazar con el autor, saber que estuvo allí cuando las cosas pasaban. El libro toma como punto de partida otra biografía que Bitar escribió sobre Soda en 1989 (testimonios de los protagonistas cuando “los recuerdos de los comienzos aún estaban frescos”), pero ahora se presenta con datos actualizados y nuevos reportajes realizados en los años subsiguientes. La biografía total funciona como una necesaria primera aproximación al mundo Soda Stereo que permite entender las razones (ambición total, inteligente visión de mercado, hincapié en lo estético y, claro, enormes canciones) del fenómeno masivo en todo el continente y recorrer en forma cronológica y ordenada las claves de ese crecimiento.
Escrito en forma amena y sencilla, el libro no da vueltas y evita ahondar demasiado en los datos biográficos clásicos de los libros rockeros (por ejemplo, infancia, educación o árbol genealógico de los artistas) para ir de lleno a la música. El autor se para en 1983 -año en que Soda empezó a tocar en vivo- y explica que había muchas bandas que tomaban distancia de las influencias del rock sinfónico y jazz rock para prestar especial atención, en cambio, a las consecuencias de la explosión del punk y la new wave. “En ese contexto nació Soda Stereo, tomando la ‘muy del ochenta’ formación de trío y originando una música que combinó la energía del punk-rock con ritmos como el ska y el reggae, todo dentro de la estructura clásica del pop, con letras plenas de ironía, doble sentido y grandes estribillos”, argumenta Bitar con ojo de crítico para delinear el ADN sonoro de la banda. Y hay más: “Desde un comienzo, las preocupaciones de Soda incluyeron detalles que pocos tomaban en cuenta, como la imagen en vivo y en fotos”, completa en la introducción Bitar. Soda compartió cartel junto a clásicos totales como Sumo o Virus en bares porteños como La Esquina del Sol o el Stud Free Pub –en tiempos de apertura democrática y renovación del rock argentino-, pero había algo que los distinguía del resto. “De entrada nomás quisimos hacer algo estético, con imagen propia. Junto a Alfredo pensamos en el concepto del grupo, cómo vestirnos y cómo aparecer en público”, según Gustavo Cerati. Alfredo es Alfredo Lois, quien desde el inicio fue designado como “director de arte” (cargo “en extremo inusual” -según Bitar- para una banda chica y en crecimiento, lo que denota el feroz nivel de organización y afán de grandeza de Soda desde el minuto cero) y fue responsable de, por ejemplo, la mítica puesta en escena en el Teatro Astros cuando la banda presentó Soda Stereo (1984): una fondo cubierto de paredes de televisores (reales y prestados para la ocasión) fuera de sintonía en clara alusión al tema “Sobredosis de TV”.
Entonces, raros peinados nuevos y puestas en escena llamativas, sí. Pero, también, grandísimos discos. El debut fue con Soda Stereo (1984), álbum que toma como influencia el sonido new wave/reggae de The Police (que había tocado en vivo 1980 en el país, hecho que Bitar cita como clave para la formación de Soda). A partir de allí, Gustavo Cerati, Charly Alberti y Zeta Bosio desarrollaron un sonido que estuvo siempre conectado con lo que sucedía con la cultura rock anglosajona: hubo pop adherente, funk y varios himnos en Nada Personal (1985) y Signos (1986), pero también un poco de oscuridad y dark rock justo cuando The Cure estaba en su apogeo; más tarde virarían al shoegaze y al noise de la mano del fenomenal Dynamo (1992) en tiempos de My Bloody Valentine o Sonic Youth. Allí fue cuando se esgrimieron como padrinos de la escena sónica, en parte por los coqueteos con el rock alternativo y la electrónica moderna de Dynamo: el álbum fue presentado en una serie de seis conciertos en el Estadio Obras en diciembre de 1992 con Babasónicos, Martes Menta o Tía Newton, entre otros, como bandas invitadas. Antes y después: editaron Doble Vida (1988), grabado y producido en Estados Unidos por Carlos Alomar, el guitarrista estrella de David Bowie; en 1990 editaron su gran obra maestra: Canción Animal, un disco que recupera el rock de guitarras en un primer plano con una búsqueda cruda y salvaje (los dos leones copulando en la tapa) y conecta con el rock argentino clásico, desde la escuela Spinetta (Gustavo Cerati linkearía en la versión de “Té Para Tres” de Comfort y Musica para Volar el riff de “Cementerio Club”) hasta Vox Dei. También, habría en ese disco citas a Led Zeppelin, la escena alternativa norteamericana (la dinámica estrofas suaves/estribillos ruidosos de “De Música Ligera” podría permitir pensar en Pixies/Nirvana) y los Beatles: el aroma a Liverpool permanecería en la despedida triunfal Sueño Stereo (1996) y su clásico “Ella usó mi cabeza como un revolver” con su cruza de guitarras eléctricas y cuerdas con “I Am the Walrus” como posible referencia.
El libro de Bitar además resulta interesante por cómo el autor logra explicar algunas de las causas de la explosión latinoamericana de Soda Stereo. La banda solía hacer giras eligiendo los lugares con cuidado en función de la posible respuesta del público allí y en varias ocasiones personal de representación del grupo aprovechaba los viajes para ir a lugares en donde Soda no había tocado aún para hacer promoción y conversar con productores locales en vistas de futuros shows: solían mostrar discos, gacetillas, videos, recortes periodísticos y cifras de ventas. “La combinación ideal para lograr un muy buen resultado en todos los países era formar un pool entre el empresariado, un canal de televisión, un programa de radio y la disquera (grabadora) local”, explica citado por Bitar el entonces jefe de prensa Roberto Cirigliano. Pero más allá de toda estrategia de marketing nada hubiera sido posible sin la música, está claro: allí en las grandes obras –y en super producciones con sonido de primer nivel que no tenían nada que envidiarle a los shows de artistas internacionales- radica toda explicación y las causas para entender cómo Soda Stereo arrasó con una tierra fértil (Chile, Colombia, México o Venezuela) deseosa de buen rock en español.
El libro abunda en detalles detrás de la gira del regreso Me Verás Volver de 2007 (justo diez años después del célebre “Gracias totales” de Cerati en River durante el concierto despedida) y llega hasta el presente con Sép7imo, el espectáculo teatral de Cirque du Soleil basado en el repertorio de Soda Stereo. Allí, Bitar cuenta los entretelones de la organización del evento y toda la saga de negociaciones entre personal de la banda y miembros de la empresa canadiense para poder llevar adelante la puesta. A lo largo de ese capítulo final se respira la sensación de legado eterno, sobre cómo la obra de Soda atraviesa generaciones y se revitaliza con el paso del tiempo. O en palabras del autor: “La vigencia de Soda Stereo sin dudas es más fuerte que nunca. Y es una historia que no ha terminado”.//∆z