En El Engranaje de Cristal, el ex Redondos abraza su lado más folk y se mantiene vigente como uno de los mejores guitarristas del rock actual.
Por Matías Roveta
Cada tres años y con precisión quirúrgica Skay Beilinson –ahora Mon Capitain, según el arte de tapa (extraño) de Rocambole, más colorido de lo habitual- ofrece una nueva y notable síntesis de rock, psicodelia y letras de engañosa simpleza pero con contenido profundo. Así, en El Engranaje de Cristal aparecen varios de los identificables elementos sonoros que forman parte de su ADN: hay irresistibles climas orientales, mucha raíz étnica (“La Procesión”, “Cáscaras”) y riffs arquetípicos (“Chico Bomba”, “La Calle del Limbo”) a lo largo de una obra atravesada por, claro, la personalísima guitarra de Skay –más sentimiento que virtuosismo, siempre las notas justas y necesarias como puñales emotivos- que se eleva mágicamente en “Quisiera llevarte”, sin dudas la gran perla del disco.
“Qusiera llevarte lejos de aquí (…) fuera del tiempo y su prisión”, canta allí Skay, recurriendo a uno de sus tópicos habituales: el imparable tic tac del reloj que acecha y amenaza. Pero hay más de sus obesiones recurrentes: el mensaje antibelicista (“la guerra que nunca pierde”) en la mencionada “La Procesión”, la pequeñez del hombre ante la inmensidad (un zoom que va centrando en orden decreciente primero una “isla perdida en el mar”, luego un río que la atraviesa hasta llegar a su orilla, donde descansa un árbol de pan y un cofre lleno de vida enterrado en la tierra) y cierta lógica old school (el “viejo siglo XX” retratado como un moribundo animal de circo en “Chico Bomba”) en las visiones certeras de uno de los últimos sobrevivientes que mamó de punta a punta la cultura rock: un imaginario tan personal en el que se cruzan sus experiencias en las revueltas estudiantiles del ’68 en París y en la escena psicodélica de Londres (¡donde Skay vio en vivo a Jimi Hendrix!), junto con los años de contracultura y hippismo en La Plata de los sesenta y setenta.
¿Y qué es lo que hace especial a El Engranaje de Cristal y lo posiciona como uno de los mejores discos en la obra en solitario del músico de ojos color cielo? En primer lugar, que Skay abraza con placer las guitarras acústicas, que abren y cierran el álbum, desde el arranque con el entramado folk circa Led Zeppelin III de “Cáscaras” (que en la coda decanta en un sublime collage lisérgico que remite a los Beatles psicodélicos) hasta el final con la elegíaca belleza de “Epílogo”. Es algo que había estado presente en forma tímida hasta el momento en su discografía –allí el hermoso homenaje a Poli en “El viaje de las partículas” de La marca de Caín (2007)-, que empezó a crecer con fuerza en La Luna Hueca (2013) y que tiene ahora en El Engranaje de Cristal sin dudas la mejor aproximación al costado más delicado del guitarrista: porque hay distorsión y algún buen solo con wah-wah, está claro, pero en varios momentos del disco relucen las sutilezas de la mano derecha de Skay que ahora conviven con sus emblemáticos fraseos eléctricos (la alternancia entre el resplandor acústico y el blues eléctrico arrastrado que marca la dinámica de “El Equilibrista” puede servir de ejemplo).
Lo segundo tiene que ver con que pocas veces Skay se puso tan autorreferencial. Porque la letra de “En la Fragua”, enunciada en primera persona mientras suena una guitarra slide de Oscar Reyna y Skay dispara algunos de sus mejores punteos lacerantes, tal vez no sea un relato autobiográfico. Pero es muy dificil no asociar sus líneas al modo de vida y visión artística del guitarrista, y entenderlas sobre todo como una declaración de principios: “Soy el herrero que sobre el yunque, golpe tras golpe, su alma forjó / Con el reproche y su martillo, golpeé al orgullo y la vanidad / Golpe tras golpe por doce años forjé mi alma en la austeridad”. Como contraste ante el fenómeno masivo del pasado, la carrera solista de Skay -prolífica y llena de momentos musicales notables- se acentúa en el perfil bajo y la humildad, y se sustenta en centenares de encendidos shows junto a los Fakires en espacios reducidos a lo largo de todo el país. “Egotrip” refuerza la misma idea (acá lo que Skay golpea con su martillo-guitarra es el ego), mientras la arquitectura perfecta del riff de la Gibson SG suena oportuna para dejar en claro con total justicia el lugar de Skay en la historia: la otra mitad fundamental, el verdadero corazón del sonido de Patricio Rey que hoy brilla con vuelo propio.//∆z