Lucio Mantel presentó canciones propias, versiones y rarezas en un recital acústico de guitarra y voz el jueves 16 de agosto en la Ciudad Cultural Konex.
Por Emmanuel Patrone
Fotos de Pablo Lakatos
Una lámpara de pie, iluminando con luz tenue una silla de living y una guitarra acústica, lista para ser ejecutada. El look acogedor del escenario de la sala D de la Ciudad Cultural Konex parecía invitar a las decenas de asistentes a sentirse en un entorno familiar y cálido. Faltaba sólo alguien que nos ofreciese una tacita de té caliente, para apalear el fresco que golpeaba afuera y se colaba en el ambiente para completar la escena. Eso no sucedió, pero sí se consiguieron caramelos en cada asiento, como para ya comenzar a disfrutar del recital que estaría dando Lucio Mantel, pautado para las 21 de ese jueves, con un sabor dulce en la boca.
Media hora pasada la hora programada, y vestido con un pulóver colorado, Mantel apareció desde detrás de las cortinas del escenario, se sentó en la silla de living y agradeció los aplausos. El ambiente familiar, pronto se nos informaría, no iba más allá de la puesta en escena. “Hoy voy a hacer cosas que no hago habitualmente”, declaró el cantautor luego de entonar “Luminosa sombra”, una de las canciones de su primer álbum, Nictógrafo. Y es que es más usual encontrarlo a Lucio rodeado de una banda, que incluye una pequeña orquesta de cuerdas, y no tanto en la adaptación que apareció sobre el escenario del Konex la noche del 16 de agosto. De esta manera, canciones que en la versión en el álbum aparecían maquilladas con ruidos de diverso origen y armonías de cuerdas, se mostraron desnudas, despojadas de todo elemento que no sea sólo la voz y la ejecución impecable en guitarra de Mantel.
Tal vez a partir de esta anomalía de estar sólo él sobre el escenario, hizo que Lucio se tomara ciertas libertades que, intuimos, no suelen aparecer cuando hay, como él mismo informó, “hasta siete personas tocando” sobre las tablas en sus shows en vivo. Mantel, así, se dio el lujo de interpretar canciones que hacía mucho tiempo no tocaba, como la ya nombrada “Luminosa sombra” o, en una movida que describió como “muy jugada”, una llamada “Destiempo”, escrita para su banda de rock anterior y que no fue en su tiempo verdaderamente aceptada por sus compañeros. El clima íntimo estimulaba la charla entre el público y Lucio, que permitió anécdotas como la que rodea a “Destiempo” y ayudaron a romper por momentos el silencio teatral que inundaba la sala.
Además de tocar canciones de su autoría, tanto de sus álbumes solistas Nictógrafo (“Refugio” y “Nadie en el espejo”, que fue interpretada sin micrófono, escapándole a los límites del escenario y entre el público de las primeras filas) y el más reciente Miniatura (de los que se pudieron disfrutar “Punto de fuga”, “En el siguiente suspiro” y “Polka mar”), Mantel jugó en su lista de temas con versiones de los más variopintos orígenes. Primero cantó, mitad en español y mitad en portugués, “Livros” de Caetano Veloso, a la que enganchó con “Otoño”, uno de los temas de su primer disco. Más tarde rindió homenaje (digamos “homenaje”, no “tributo”, porque “tributo” le suena horrible a Mantel) al “Flaco” Spinetta –sin dudas uno de sus padres artísticos, expuesto desde la composición barroca hasta el vuelo lírico- con un cover sentido de “Retrato de mi adolescencia” (ya casi terminando el recital tocaría también “Canción para los días de la vida”). Y, por último, y formando el punto cúlmine de la relación artista-público, Mantel se ofreció como jukebox humano. “¿Qué quieren que toque?”. Alguien gritó “otra de bossa”. Se escuchó un desafiante “¡Manal!”. Otro bromeó pidiendo a Arjona, que llevó a responder al cantautor que “todas las canciones son iguales”, seguido por la ejecución de una serie de acordes melosos en guitarra. Finalmente, sorprendió con una versión de “Yoga” de Björk, que seguramente dejó atónito a más de uno de los presentes.
Después de una hora de notas punteadas, emociones cantadas con aire ansioso y ánimo de compañerismo, Lucio Mantel se despidió del escenario de la sala D de la ciudad cultural de la calle Sarmiento, parado y sólo con su guitarra, compartiendo el último aliento de una noche, en la que, más allá de que constituyó una situación especial, el ambiente íntimo y familiar nunca abandonó la sala.