Con la primera fecha de su ciclo, Laptra demostró porque es uno de los sellos independientes más importante de los últimos años. Tendencia, hermandad y agite platense.
Por Joel Vargas
Fotos de Martín Wollmann
Todos los jueves de este mes se estará celebrando el Ciclo Laptra en el Club Cultural Matienzo. Es el festejo de uno de los sellos más importantes de la escena rockera independiente argentina. Los Faunos, hace unos días, publicaron en el muro de su facebook “Discos Laptra es el sello que creamos con nuestros amigos para darle batalla a las grandes corporaciones y sus maléficos planes”. Y sí que lo hicieron. Dueños de una propuesta estética y musical, que apenas en algunos años se convirtió en un referente de esta era del rock argentino. Basta nombrar a Go-Neko!, El Mató a un policía motorizado, Javi Punga, 107 Faunos, entre otros tantos, para hacer evidente la propuesta fresca, que forjaron los pibes Laptra.
Ahora me permito hacer una ecuación, pensemos en las fraternidades universitarias yanquis, esas que se hacen llamar “omega”, “beta”, “delta”, “gamma”, restémosle lo careta y sumémosle música al palo y un tigre blanco. Nos da como resultado la insignia, el cartel que estaba colgado en el Matienzo, emulando un poco el tono de esas fiestas de fraternidad. Más allá de esta digresión, si hay algo de cierto en lo que digo es que Laptra es una hermandad del sonido, del ruido, de la distorsión que te hace temblar.
Ahí estaba Reno sobre el escenario, histriónico, enfundado con su viola y la casaca del cartón de leche. Dispuesto a brindarle al publico un mix de rock noventoso y crudo con Los Castores Cósmicos. Canciones como “Dracula”,” Informe 314” y “En la carretera” fueron pequeños retazos de la personalidad musical made in noventas de Reno. Hubo cosas de Stone Roses, otras de los primeros Pumpkins y, por sobre todas las cosas, hubo mucho rock and roll.
Después llegaron los strokes argentos y barriales: The Hojas Secas. Es difícil explicar lo que uno siente al escuchar “Convidé”, “AP” o algún otro tema de ellos en vivo. Creo que la mejor manera de explicarlo es que uno se convierte en un fanático del catch. Durante todo su show, el Matienzo se convirtió en un espectáculo de lucha libre, un pogo salvaje. Un ring lleno de sudor y quilombo. La garganta poderosa de Lucas fue el árbitro de la contienda. Sus palabras machacaban y las guitarras lo acompañaban. El tigre blanco inmóvil observó la pelea desde arriba. Cuando terminó el último round con “La Solución”, fueron necesarios muchos litros de agua y/o cerveza para apagar el incendio.
La noche terminó con los pequeños himnos existencialistas y cotidianos de Santiago Motorizado. El set se caracterizó por lo variado: el Chango buceó por la introspección con “El Pastor”, y “Amor en el cine” y coqueteó con el punk de la escuela de Embajada Boliviana en “Ahora imagino cosas” y “El Gomoso”, por citar algunos ejemplos. Esta vez en el escenario lo acompañaron Mora, de los Faunos, creando mundos en los teclados y Tom de Go-Neko! aportando latigazos en la bata. “Vamos a hacer un tributo a Laptra, vamos a tocar canciones ajenas”, dijo el Chango casi sobre el final del show y arrancó con los primeros acordes de “El imán de los nuevo” de 107 Faunos. Fue una versión mucho más cruda y directa. Obvio que el publico la festejo muchísimo. Las canciones del imaginario fauno siempre sacan sonrisas, son pequeños destellos de alegría comprimidos en tres minutos. Luego le tocó el turno de ser homenajeado a Antolín y a una de sus gemas patagónicas, “Anti el oso”. El Chango, Mora, Tom y el público se la apropiaron, y cantaron desaforados: “solo en el bosque soy feliz”. La tercera canción fue “Noche Spooky Tropical”, otro homenaje a los Faunos. Tom la convirtió en un punk rabioso acelerando su tempo y Santiago lo ayudó limando la viola. El gran finale llegó con “Jenny”, el himno que cantaron todos, donde Tom pasó a tocar el bajo y de los parches se hizo cargo la Doctora Muerte, batero de El Mató. Todo terminó como empezó, con la hermandad arriba del escenario.
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