Esta semana se estrena una nueva adaptación de: It, dirigida por Andrés Muschietti. Aquí un análisis de la icónica novela de Stephen King.
Por Celso Lunghi
It (1986) cierra el ciclo de las grandes obras de Stephen King. Es su novela número doce. A partir de entonces, con la única excepción de Misery, que se publica apenas un año después, habrá que esperar una década para que nos vuelva a sorprender con un resultado tan integral, como es el caso de La milla verde (1996) salvo que, en esta oportunidad, ya bastante alejado del terror. Con elementos sobrenaturales, sí, pero no de terror. En síntesis: It es la novela que un escritor de género –King ha reflexionado acerca del mismo en distintos ensayos– le dedica al miedo, uno de los ejes centrales del libro.
Ahora bien, ¿miedo a qué? En las historias de Stephen King, esa pregunta encuentra siempre una respuesta inequívoca: a los monstruos. El monstruo es el motor de su ficción. Ya sea bajo la forma de una madre dominante que mantiene en la ignorancia a su hija con respecto de su propia sexualidad (Carrie, 1974); o de los fantasmas de un hotel que, valiéndose de su encierro, pretenden que un hombre mate a su familia (El resplandor, 1977); o de un bebé devuelto a la vida por el misterioso poder de las tierras indígenas (Cementerio de animales, 1983), siguiendo las palabras del narrador de Cujo (1981), “el monstruo nunca muere.” En It dicha premisa es llevada al límite, debido a que el monstruo adopta la forma del miedo más profundo de cada uno –la momia, el hombre lobo e, incluso, un simple pájaro–, para alimentarse de él y, cuando todo eso falla, usa el cebo del payaso. Porque… “¿a qué niño no le gustaba un payaso?”
En este sentido, It es también una novela acerca del cambio. Mejor dicho: acerca de lo que aparentemente cambia, pero en realidad permanece inmutable. Veamos algunos ejemplos: el monstruo se transforma pero en el fondo continúa inspirando miedo; Derry –la ciudad en la que transcurre la acción– progresa, pero continúa siendo su hogar; “los perdedores” crecen pero internamente siguen siendo aquellos siete niños que, en el verano de 1958, se enfrentaron a una entidad sobrenatural.
En general en la literatura y en el cine los niños inspiran terror –Regan en El exorcista (1973), Damien en La profecía (1976), Isaac en Los niños del maíz (1984) –, pero acá lo padecen. El terror no emerge de ellos, sino que lo sufren y, en este punto, la novela nos recuerda otra de las premisas del género: el terror es en esencia pesimista. Es un género que parte de la base de que lo sobrenatural es inaprensible y que, por lo tanto, a pesar de que los personajes se esfuercen, sus intentos por enfrentarlo y vencerlo van a ser inútiles.
“El hogar es el sitio en el que tienes que enfrentarte a la cosa escondida en la oscuridad.” Una de las frases de mayor contundencia sirve para adentrarnos en la trama. It empieza con un llamado. En rigor: con seis llamados. Mike Hanlon, el bibliotecario de Derry, ante una nueva ola de crímenes –en esa ciudad, se producen cada veintisiete o veintiocho años, antecedidas e interrumpidas por una enorme masacre–, se contacta con sus amigos de infancia con el objetivo de dar cumplimiento a una antigua promesa: reunirse para matar al monstruo. Sin embargo, ninguno de ellos lo recuerda y ahí se abren dos líneas de análisis. En principio, se pone sobre la mesa el tema de la memoria, otro de los ejes del libro, no sólo la individual, sino también la colectiva. Mike aspira a escribir una historia de Derry y es incapaz de localizar fuentes: sus habitantes guardan una complicidad con las matanzas que cíclicamente sacuden a la localidad que él no puede justificar. Y, en segundo lugar, habilita el recurso del flashback, de suma importancia en el terror. El marco temporal, de hecho, es una única noche, en la que cada uno de ellos aporta sus datos para tratar de reconstruir lo sucedido y, así, establecer un plan.
Por otra parte, en su calidad de novela de iniciación, It se encarga de presentar otro tipo de terror, mucho más inquietante que el sobrenatural: el cotidiano. La mayoría de los personajes es o ha sido víctima de distintas clases de violencia: Bill, después de la muerte de su hermano, es ignorado por sus padres; Eddie padece las consecuencias de la sobreprotección de su madre; Bev es golpeada por su padre y, de grande, por su pareja. “Descubrió una de las grandes verdades de la infancia: los verdaderos monstruos son los adultos”, se apunta, en un momento, actualizando la ambivalencia alrededor de la cual se erigen las ficciones de Stephen King: el miedo a lo que excede nuestra capacidad de entendimiento pero, además, a lo real, a lo tangible. Baste mencionar a Margaret White.
En sus páginas se distingue un elemento nodal: el agua. Ellos se conocen construyendo un dique; el libro abre con Georgie, el hermano de Bill, corriendo un barquito de papel que se va por una boca de tormenta una tarde de lluvia; la trama cierra con una inundación. Aparte, el monstruo insiste con la muletilla “Aquí abajo todos flotan”, en un doble sentido: uno metafórico –la relación entre los muertos y los globos que ostenta en calidad de trofeos– y uno concreto, material, físico –al vivir en las alcantarillas, sus víctimas yacen en las aguas que corren debajo de la ciudad, ocultas y, al mismo tiempo, a la vista de todos.//∆z