Shaman Herrera: "Para mí el arte es la creación, no el mercado"
Pauta Julio 2021

De vuelta en tierras patagónicas, el artista reflexiona sobre Isla (2020) -su último disco, que toma a la electrónica como influencia-, un nuevo proyecto llamado Otro Lugar, su colaboración con Fútbol y su mirada sobre el arte. 

Por Carlos Noro Fotos de Juan Francisco Sánchez

Para tratar de definir a Shaman Herrera, es conveniente situarse en el puro presente: un tiempo que lo encuentra en una constante búsqueda creativa para dar forma a sus inquietudes y a su visión del mundo. Desde el punto de vista geográfico, este aquí y ahora, lo tiene viviendo en la Patagonia profunda. Más precisamente en Epuyén, al noroeste de Chubut, en lo que es una vuelta a un paisaje que lo vio nacer (es oriundo de Comodoro Rivadavia), que le dio su nombre (una localidad de Chubut que comparten mapuches y tehuelches, pero que terminaron de bautizar los galeses) y que hoy parece ser su lugar en el mundo y base de operaciones para seguir dándole forma a sus proyectos.

Antes, tuvo un extenso recorrido en la ciudad de La Plata desde principios de los ‘00, en donde fue parte del germen que luego terminó por conformar la movida indie que encabezaron bandas como Sr Tomate, La Patrulla Espacial, Prietto Viaja al Cosmos con Mariano o El Mató un Policía Motorizado; hizo las veces de productor o músico y desembocó en sus propias canciones con distintos nombres y sonoridades: primero fueron Los Hombres en Llamas, luego Los Pilares de la Creación y, finalmente, El Fuego. Son los distintos disfraces camaleónicos que eligió para realizar una música psicodélica, con colores y atmósferas folclórico-ancestrales, que generó un interesante movimiento en una escena de por sí abierta a propuestas nuevas y rupturistas en cuanto a sonido y lírica.

Hoy, además de seguir dándole forma a un proyecto con voces femeninas y diversos productores, Shaman reparte sus días entre su familia, el bosque y un EP propio lanzado el año pasado con una sorprendente impronta electrónica denominado Isla (2020). También, dos proyectos con banda -uno con reconocidos músicos de La Plata, que se llama Otro Lugar- y otro con el trío Fútbol. Todo contribuye a seguir alimentando sus ansias creativas, que parecen no tener límites y que seguramente en el futuro traerán nuevos horizontes

AZ: Venías viviendo desde hace años en La Plata y decidiste mudarte bien lejos al medio del bosque. ¿Tuvo que ver con buscar un nuevo ambiente compositivo?

Shaman Herrera: Desde hace veintidós años estoy en pareja con mi compañera, incluso desde antes que viviera en La Plata y ella fuera a estudiar a Buenos Aires.  Los dos somos patagónicos y siempre fue nuestra idea volver. Siempre quisimos volver a la Patagonia porque es nuestro lugar y porque, particularmente, yo siempre me sentí patagónico. Siento que es real el amor y el sentido de pertenencia que tengo por este lugar, es una raíz bien identificable en mí. También, decidimos venir para acá porque estamos cerca de una ciudad pero, al mismo tiempo, alejados, y haber tenido familia me hizo pensar en cambiar el estilo de vida. A eso se sumó una búsqueda que, como decís, está relacionada con lo creativo, con tener otro ritmo que me permita dedicarle más tiempo a lo que más disfruto de la música, que es la cuestión creativa. A mí me gusta tocar en vivo y me es redituable, pero lo que más me da placer es esa especie de tiempo muerto que me permite crear cosas. Necesitaba tener tiempo para mi sin tanta vorágine social como la que propone la ciudad. Quería escapar un rato de esa intensidad social de contacto permanente para concentrarme en la cuestión de ser padre, para reencontrarme conmigo mismo y para reinventarme.

AZ: Mencionaste el sentido de pertenencia. ¿Qué es ser patagónico?

SH: Desde lo más íntimo, tiene que ver con la soledad. Los que vivimos acá sabemos que tenemos la posibilidad de estar en un lugar a cientos de kilómetros de un ser humano y no cruzarnos con nadie. Eso implica poder vivir con esa cuestión en todo sentido: experimentar ese silencio y tener ese tiempo de disfrute o de admiración por el silencio. También tiene que ver con la idea de aprender a prescindir del contacto, porque no es tan accesible encontrarse. Viajar, la ruta: eso es ser patagónico. Hay que viajar cientos de kilómetros para ir de un poblado a otro. Eso es aire y esas distancias también están en tu mente.

AZ: Lo urbano propone lo contrario: exigencias de productividad, conexión y ruido permanente, temas que parecen atravesar a Isla ¿Lo pensaste así a la hora de componer las canciones?

SH: Isla es una especie de aislamiento autoimpuesto. Después, vino la pandemia. La idea era tomarla como algo positivo y, básicamente, el arte es algo bueno que sale de toda esa experiencia. El disco es fruto de mi soledad y de la falta de recursos tecnológicos para hacer mi música. Estaba solo y por eso tuve que reemplazar con recursos tecnológicos eso humano que siempre tuve a la hora de componer mis canciones. Fue un desafío desde lo compositivo y lo personal, porque me tuvo que gustar un disco en el que estoy solo yo. Lo siento como una especie de transición hacia algo que estoy gestando ahora. Aprendí mucho con el disco y son aprendizajes que estoy aplicando.

AZ: Podría pensarse a la música electrónica como un producto más urbano, pero vos justamente hiciste este disco alejándote de la ciudad. ¿Qué encontraste en estos sonidos?

SH: Musicalmente, la Patagonia es muy extraña y nunca termina de ser lo que uno imagina. Eso también tiene que ver con la soledad y con que la gente vive al ritmo de las estaciones. Es imposible quedar ajeno a eso, especialmente en invierno donde el frío es tremendo. La electrónica sale por eso, también. No queda otra que encerrarse en casa, y las posibilidades que da ese género permiten componer desde la soledad del hogar: por eso es que hay muchos artistas de ese estilo por acá y en general.

AZ: La relación con la naturaleza parece estar presente en “Una mente se ilumina”, en donde cantas que “sube el riesgo de ser paria”.

SH: Las temáticas de mis canciones nunca son específicas de algo, siempre trato de ir conectando y de abrir hacia un lugar muy psicodélico. Este tema en particular tiene imágenes muy fuertes. El riesgo de ser paria es el riesgo que corremos en este país. Siempre tenemos esa sensación y de alguna manera esa imagen cotidiana se me trasformó en una imagen mayor que terminó de convertirse en lo que fue la canción.

AZ: En “Zorzal” decís que “las cosas no suceden como antes”, algo que pareciera tener que ver con tu historia en la música, en donde usás el cambio casi como método. ¿Qué te sucede a vos con eso?

SH: Eso tiene que ver con el artista queriendo reencontrarse con algo esencial que fue un momento. Ese es el problema de algunos artistas que intentan que las cosas sucedan como antes y nunca pasan de igual manera. Siempre hay un cambio y creo que en Isla está claro. Es mi declaración de que yo hago lo que quiero con mi arte, porque es mío. Para mí el arte es la creación, no el mercado. No es tener un producto para después venderlo. El arte sucede cuando uno crea e incorpora conceptos nuevos para generar cosas novedosas. Lo otro es el mercado, es la industria de la música: tener algo que suene bien, grabarlo, hacer una gira. Eso no es el arte. Incluso tocar en vivo no es el arte.

 

AZ: ¿Por qué tocar en vivo no definiría el arte?

SH: Para mí el arte es el acto creativo, el momento en que se manifiesta. Es la manifestación máxima y eso es una experiencia casi religiosa. Después, el resto son las réplicas y el estiramiento de ese momento en el tiempo, tratando de que perdure, reinterpretando e intentando reproducirlo para tratar de reflejarlo. Creo profundamente en ese momento como la verdadera manifestación del arte.

AZ: ¿Ese momento creativo es una instancia placentera o también tiene momentos de vacío o angustia?

SH: Uno puede estar en el peor momento de su vida y hacer la canción más grandiosa de todas. Cuando lográs manifestar eso, estás mejor porque conseguiste expresar algo de una manera coherente para vos mismo y para el resto. Es algo que me pasó. A los peores momentos les saqué una canción y, si no hago eso, queda una marca, una herida abierta. El arte sirve principalmente para sanar a quien lo hace, nada sana más que la propia canción y, el que puede canalizar con el arte esos dolores, tiene un extra. Yo trato de pensar desde un lugar metafísico del arte, para sacarle la funcionalidad y pensar que tiene que servir para algo como cualquier otra cosa.

AZ: Algo de eso aparece en lo vocal, donde propones lugares de experimentación incluso utilizando el Khöömei, un canto gutural mongol ¿Hay una dimensión espiritual en eso?

SH: Primero fue un instrumento más para hacer música. Pero, cuando fui practicándolo y viendo el efecto que tenía, empecé a tomar conciencia del poder del canto, que es impresionante. Es un sonido sanador y siempre lo he utilizado en canciones que tienen la intención de sanar, ya fuera para sanarme a mí mismo o que tuvieran un objetivo de hacer el bien. A medida que fui reconociendo ese poder, fui aplacando la manera de usarlo: cuando lo uso, es porque es imposible no usarlo. Me concentro más en la canción y en las palabras, y solo lo utilizo cuando siento que la canción lo pide. Es un arma de doble filo, porque se puede transformar en una especie de gracia o de cosa divertida y no quiero eso.

AZ: En “Tecka en repeat” utilizás el rap como influencia. ¿Cómo te llevas con la movida del trap?

SH: No lo hice pensando conscientemente en el trap. Fui probando el tarareo de lo que canto y era una cuestión muy veloz. El desafío de ponerle letra a eso, lo transformó en la canción. A mí me encanta el rap y el trap, me gusta lo nuevo y la música joven, aunque nunca conscientemente quise hacer algo así.

 AZ: ¿Hay un elemento lúdico que se liga a lo experimental a la hora de componer?

SH: Claro, más en este EP, en donde utilicé herramientas nuevas de otra manera o cuestiones que no había usado nunca. Fue un juego constante y todo fue apareciendo de esa manera. Se transformó en un proceso interesante de escucharme y ver si efectivamente me gustaba lo que sonaba. Lo bueno es que me gustó y creo que el desafío es ver cómo lo traslado al vivo, si incorporo algún baterista o cómo transformo las canciones que suenan tan electrónicas. En el medio, pasó la pandemia y me puse a componer otras cosas, no me quedó otra.

Más allá de Isla, una de las últimas creaciones de Shaman es el grupo Otro Lugar y su disco Cap. 1- Pertenencia (2020). A diferencia de sus otros proyectos, propone el formato de banda (Julian Rossini, Edu Morote y Lisandro Castillo, todos músicos reconocidos de La Plata) para crear una música en donde hay una fuerte presencia de lo onírico mezclada con elementos electrónicos, que dan forma a una interesante reflexión del mundo en que vivimos en plan conceptual.

Ese proyecto es algo que contrasta con las dos canciones que lanzó como singles junto a la banda de punk rock experimental Fútbol, con quienes tiene planeado lanzar un disco en conjunto que lo obligue a subirse al frenesí y la velocidad de un trío con formación de batería, guitarra y violín. “Velas negras” y “El canto de los pumas” son el inicio de lo que pronto serán nuevas canciones que funcionarán como síntesis de dos proyectos que se han encontrado en los escenarios en varias oportunidades.

AZ: ¿Cómo surgió la idea de Otro Lugar?

SH: Empezó con un grupito de canciones que tenía armadas y que quería producir de determinada manera: ahí armamos el grupo y empezamos a trabajar a distancia, ellos juntos allá y yo, acá. Ellos las produjeron y le terminaron de dar forma, hasta que fui a grabar en uno de los últimos viajes que hice a La Plata. Después, me traje las pistas, mezclé acá y lo lanzamos, pero quedó atrapado en la pandemia. Algo similar pasó con Fútbol. Sacamos dos canciones y la idea es hacer un disco juntos, porque me gusta ese formato, es una banda de rock punk extraña que la rompe en vivo. Un poco la idea es respetar el sonido de Fútbol y mezclarlo con mi voz. Nos gusta mezclar los dos universos vocales y ver en qué se transforma.

AZ: Este año Shaman y los hombres en llamas (2011) cumple una década y estás pensando en reeditarlo. ¿Cómo envejeció el disco?

SH: Envejeció de manera hermosa. Hay muchas canciones muy lindas, no porque las haya hecho yo, sino por cómo funcionaba la banda y los sonidos. Es un disco que se grabó en vivo, con la banda tocando con un flow muy particular. Ya estamos en el proceso de rearmar el arte y el disco está remasterizado, lo va a editar Deseo Discos. Me pareció que el álbum merecía tener una edición en vinilo y la idea es darle una especie de homenaje a un disco con el que mucha gente me conoció. Tal vez presentarlo, pero depende de cómo se den las cosas: que reúna la banda y el contexto.

AZ: Daniel Melero participó en el disco. ¿Cómo fue esa experiencia?

SH: Aportó en la post producción. Tomó las canciones y las llevó hacia otro lugar, aportó pequeñas intervenciones que le dieron otro color y otra aura al disco. Yo había hecho un álbum sepia y él lo hizo metalizado, por eso para mí es el disco plateado. Gracias a él.

AZ: Hay pocas ediciones físicas tuyas editadas. ¿Vos guardas algunas?

SH: La mayoría están agotados y yo no tengo discos míos. Nunca tuve plata para reeditar, ni me dio por esa economía de la reedición. Soy muy desprendido en cuanto al arte. Tampoco me escucho ni soy fetichista.

AZ: De alguna manera ese disco es una forma de ver tu propia poética en retrospectiva. ¿Cómo analizás tu escritura?

SH: Hay un lugar desde mi poética bastante específico y creo que mis temáticas no varían mucho. Varía todo lo demás, el contexto de lo que se dice, pero son las mismas preguntas que, en diferentes épocas, presentan distintas respuestas. En definitiva, canto sobre lo intangible, sobre las cosas que no podés ver. Lo que está detrás de cámara, el detrás de escena. Mi universo es pequeño, es una cosa chiquita. Creo que las mismas cosas las veo desde otra perspectiva y no avanzo en preguntas, sino en respuestas. A veces uno quiere rebelarse contra uno mismo, pero hay cosas de las que no se puede zafar.//∆z