El panorama gore
Por Nahuel Vázquez

Sayak Valencia -investigadora, filósofa y crítica cultural mexicana- se sumerge en el contexto político, económico y social de su país y de las ciudades fronterizas, para explicar la distopía de la globalización y hacer un análisis del surgimiento del capitalismo gore.

Por Nahuel Vázquez

Un contexto en el que la muerte es el negocio más rentable, en donde se produce una distopía de la globalización y nuevos sujetos, regidos por el mandato de la masculinidad, son capaces de desarrollar prácticas de extrema violencia. Este es el mundo que Sayak Valencia – profesora investigadora titular en El Colegio de la Frontera Norte (Colef)- analiza en su libro Capitalismo Gore (publicado recientemente por Paidós) al situarse en México y en la frontera con Estados Unidos.

La investigación tiene su punto de partida en Tijuana (México), zona fronteriza con el sur de California. Tijuana, dice Marta Lamas en el prólogo del libro, es el lugar en donde sucedió el primer asesinato de un candidato presidencial, ciudad “famosa porque todo se puede con dinero”. Y amplía: “Es la ciudad de los migrantes que sueñan cruzar a Estados Unidos, de los turistas que vienen a reventarse y la de los deportados que merodean en desesperación”.

Tijuana pareciera ser el espacio que lo permite todo, siempre y cuando se disponga de dinero. El poseer efectivo como una especie de membresía para acceder a todos los privilegios. Y la ciudad, además, sirve de metáfora de lo que Valencia propone hablar en su libro.

El gore es un término del género cinematográfico de violencia extrema. Para la autora –quien también es doctora europea en Filosofía, Teoría y Crítica en la Universidad Complutense de Madrid- la situación sociopolítica y económica actual en países tercermundistas, en particular México y espacios fronterizos que se aferran a las lógicas cada vez más exigentes de las potencias económicas, corresponde a una variación del capitalismo: El capitalismo gore.

Esta variación se caracteriza por el “derramamiento de sangre explícito e injustificado, el altísimo porcentaje de vísceras y desmembramientos, frecuentemente mezclados con el crimen organizado, el género y los usos predatorios de los cuerpos”, dice Valencia.

A su vez, lo gore viene a subvertir el planteo de Marx, cuando expresaba que la riqueza se presenta como una inmensa acumulación de mercancías. En este caso, la destrucción del cuerpo es el producto, la mercancía y la acumulación es motorizada por el número de muertos. “La muerte se ha convertido en el negocio más rentable”, sentencia la autora.

El origen del capitalismo gore

Sayak Valencia cuenta que lo que se denomina capitalismo gore es el lado B del proceso de globalización, la parte que muestra las consecuencias sin máscaras. Su surgimiento tiene origen en la transformación del estado benefactor por el de Mercado-Nación, en donde la unidad política es remplazada por una unidad económica dirigida “por las leyes del intercambio y del beneficio empresarial, y conectada por múltiples lazos al mercado mundial”, según la autora.

De este modo, la globalización se plantea -en el discurso neoliberal- como una realidad que propone la igualdad. Es decir, que el mercado es el campo que iguala todo y donde no hay diferencias. Pero al cual se accede con una condición: disponer de dinero. Estos discursos están centrados en la noción de consumo y alcanzan un bombardeo informativo/publicitario que alimenta la construcción de una identidad hiperconsumista. Si bien surgen en países de primer mundo, se replican también en países con economías polarizadas que intentan seguir esa lógica de sistema.

Valencia hace hincapié en una construcción cultural del capitalismo gore, es decir una educación que incrementa la socialización por el consumo como única posibilidad para mantener vínculos sociales. Sin embargo, la población con poder adquisitivo capaz de sostener ese deseo es cada vez más escasa.

“Ser una cultura de hiperconsumo”, dice la filósofa, “se deriva, como consecuencia lógica, de las prácticas políticas y de la emergencia de la nueva clase dirigente: los empresarios.” Este surgimiento trae consigo un nuevo formato de nacionalismo “que apela a los conceptos de unión e identificación a través del consumo”. El consumo es la bandera y “esta Nueva Nación que nos une”, como expresa Valencia, crea deseos consumistas en “lugares donde difícilmente podrán ser satisfechos por la vía legal”.

Entonces, se produce la otra vía. Los sujetos que no encuentran representación en esas identidades constituyen una nueva subjetividad: sujetos capitalistas radicales. A ellos los llama Sujetos endriagos. El término endriago tiene raíz en el libro Amadís de Gaula y hace referencia a un personaje literario. En la novela es un monstruo: cruza de hombre, hidra y dragón, que habita en una suerte de paraje desolador. La autora utiliza la analogía con el personaje para referirse a eso “que pertenece a los Otros, a lo no aceptable, al enemigo”, que tiene en sus características ser ultraviolentos y que vive en los parajes fronterizos.

El endriago de Sayak Valencia habita en Tijuana, pero también en otros países tercermundistas o de Latinoamérica donde se reemplacen los recursos, como dice ella, por “una serie de factores que incluyen la migración masiva del campo a la ciudad, una moneda devaluada múltiples veces, la ineficacia del Estado para adscribirse, de una forma no servil, a los cambios decisivos de la economía mundial”. Estos nuevos sujetos producen una reconfiguración en el concepto de trabajo a través de un agenciamiento perverso que se afirma “en la comercialización necro política del asesinato”, como dice la autora, y siendo los protagonistas del crimen organizado.

Por su parte, Sayak nos cuenta que “el producto criminal bruto se estima que no sería inferior al 15% del comercio mundial, lo cual le otorga potestad en las decisiones económicas planetarias”.  Estos sujetos resisten a su situación a través de la violencia, buscando legitimar los procesos de economías incorporadas: mercado negro, tráfico de drogas, armas, cuerpos.

Para la autora, toda esta violencia está conectada al machismo y a una tradición mexicana que es heredera de la revolución. Sobre esto, ella introduce al escritor Carlos Monsiváis, quien dice que el término está implicado en la construcción estatal de la identidad mexicana y que se expande por México después de la revolución como signo de identidad nacional. “El macho vino a ser una superlativación del concepto de hombre que más tarde se naturalizaría artificialmente como una herencia social nacional”, dice Valencia. Esto se articula en que los endriagos no asesinan por dinero solamente, sino que persiguen dignidad y autoafirmación. “Como una respuesta al miedo a la desvirilización que pende sobre muchos varones dada la creciente precarización laboral y su consiguiente incapacidad para erigirse, de modo legítimo, en su papel de macho proveedor”, concluye Valencia.

 Narco / Estado

Los sujetos endriagos, afectados por la demanda del hiperconsumo, reconfiguran el concepto de resistencia “por medio de acciones distópicas” y de este modo se ubican “desde una tangente que históricamente había sido confinado a lo vedado: el crimen”, plantea Valencia.

El narcotráfico, siguiendo la línea del mercado, es otro modo de llevar a cabo la consigna globalizadora. Sus productos atraviesan las fronteras y se venden en mercados que demandan con más frecuencia. De este modo, “cumple así con la máxima fundamental del capitalismo: tener algo que vender a alguien que lo quiere comprar y obtener beneficios”, argumenta.

La autora indica que México tiene su economía más regular en el sector gris o negro. Esta situación se origina dentro de un Estado carente de estructura, que condujo a la población civil a un caos, y como respuesta lógica a ese contexto socioeconómico anormal es que surge el modelo criminal.

“La mafia se entreteje con el Estado y cumple mucha de las funciones de aquél, creando un entramado indiscernible y difícil de impugnar de forma eficaz, dado que las necesidades de la población civil se ven atendidas gracias a la creación de escuelas, hospitales, infraestructuras, etc., patrocinadas por el narcotráfico”, dice Sayak Valencia.

Constituye de este modo un Estado que no es ejercido por el gobierno, “sino por el crimen organizado, principalmente por los cárteles de la droga”, aclara Valencia, que utilizan la violencia como recurso para empoderarse. Toda esta genealogía del capitalismo gore se origina en procesos que se iniciaron en las potencias económicas y que propagaron sus exigencias para todo el mundo.//∆z