Luego de décadas de ostracismo, la escritora argentina atraviesa —en sus múltiples reediciones, y a treinta años de su muerte— la revitalización de su obra.
por Enzo Maqueira
Desde que en 2001 Ricardo Piglia eligió Eisejuaz para formar parte de la colección del diario Clarín “Clásicos de la Biblioteca Argentina”, la obra de Sara Gallardo experimentó un redescubrimiento sostenido que, en los últimos tiempos, la convirtió en un nuevo clásico de nuestra literatura. No es para menos: tras años de olvido después de su fallecimiento en 1988, la escritora y periodista entra en el siglo XXI como una de las figuras imprescindibles de un canon hasta ahora reservado a los varones.
Dueña de una prosa tan sutil como cruda, tan clásica como rupturista, Gallardo enamora por sus libros y por su leyenda de hija emancipada de la aristocracia, por la actualidad de sus temáticas y por la versatilidad de su pluma. El fervor por su obra es tal que las editoriales están desempolvando textos dispersos, rarezas, material descartable; e incluso en esos papeles hay mucho para disfrutar.
El último grito de esta moda convertida en clásico es Los oficios (2018), publicado por editorial Excursiones en una cuidada edición que mezcla el arte plástico con las múltiples caras de Gallardo. La primera parte es una delicia para fanáticos: una entrevista de Esteban Peicovich durante el tiempo que Sara vivió en Barcelona; otra de Reina Roffé; un texto que la autora escribió para la revista Bazar, donde revela su vínculo con los conceptos “masculino-femenino”, cuenta sobre su vocación y sus amigos. Permiten conocer más sobre este personaje que en vida conoció el éxito y el sufrimiento, el placer de escribir y la desesperación por no encontrar ningún sitio donde sentirse plena.
La segunda parte incluye textos aparecidos en diarios y revistas: crónicas para La Nación pero también columnas de Confirmado donde exacerbaba los vicios y caprichos de una mujer a la moda, coqueta, pura tilinguería. Como una buena actriz, Gallardo podía encarnar ese personaje en sus textos periodísticos, o el de una observadora aguda de la realidad, de los viajes, de sus compatriotas por el mundo. Es lo que hace en Macaneos, otra perla editorial de esas que se agradecen, aparecida en 2016 bajo el sello Winograd y con curaduría de Lucía de Leone y de Paula Pico Estrada, hija de la escritora. Acá también hay columnas periodísticas, pero son las que cualquier estudiante debería conocer, como mínimo, para entender de qué se trata el asunto Gallardo y el periodismo narrativo.
Si la obra periodística de Sara Gallardo es ejemplar y nos descubre el velo de las posibilidades de los géneros y los puntos de vista, en sus textos literarios se despliega el abanico de recursos, estilos y virtudes de una escritora que supo dar cuantos volantazos quiso para construir novelas, cuentos y relatos. Ahí está Eisejuaz (1971, reeditado por Cuenco de plata en 2013), relato alucinado de un mataco que se cree elegido por Dios para salvar a su pueblo pero que, al mismo tiempo, debe cuidar de un paqui, un hombre blanco enfermo. Mucho se dijo de la construcción del lenguaje que hace Gallardo en esta novela. De su comparación con Rulfo y Di Benedetto. Nada es suficiente. Eisejuaz es, probablemente, la mayor obra maestra que se haya escrito en estas tierras.
Del otro lado de la complejidad, igualmente perfecta aunque menos pretenciosa y más emocional, el nacimiento, apogeo y caída de una relación entre dos jóvenes, un campo, dos galgos, un viaje a Europa, una pregunta sobre la naturaleza del amor. Es Los galgos, los galgos (1968, reeditada en 2016 por Sudamericana), novela que la autora editó en una versión más corta (Historia de los galgos, incluida dentro de la Narrativa completa que publicó Emecé en 2004) y que invita a la doble lectura. En el medio, la joyita escondida que este año reeditó Fiordo: Enero, publicada originalmente en 1958. Hasta no hace mucho, pocos hablaban de esa novela que cuenta la historia de Néfer, una sirvienta de campo que es abusada, carga con un embarazo, está enamorada del peón de la finca de enfrente. Hoy, reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito mediante, es lectura obligada por su temática pero también por su maravillosa prosa y su madurez, pese a ser escrita cuando su autora tenía poco más de veinte años.
Pantalones azules, de 1963 (también reeditada por Fiordo, en 2016), es probablemente su libro menos logrado y relata las tribulaciones de un chico bien que se enamora de una mujer que no está destinada a su clase social. Fue su segunda novela y, durante años, según se lee en una de las entrevistas de Los oficios, Gallardo se enojó consigo misma por haber publicado un libro que no tenía la madurez del anterior. En cambio, El país del humo (1977, reeditado por Cuenco de Plata) es un libro de relatos que encierra, en cada nuevo texto, una pincelada más sobre el impresionante don de la palabra de su autora. Hay reminiscencias a los pueblos originarios pero también hay fantasía, hay campo, hay historia argentina. Sobresalen algunas maravillas: “Las treinta y tres mujeres del emperador Piedra azul” es una lección de literatura, de voces y registros.
Por último, La rosa en el viento, de 1979 y todavía sin reeditar. El tratamiento del lenguaje remite a Eisejuaz, pero las circunstancias de su escritura son bien distintas. Sara salía de su depresión por el fallecimiento de su marido Héctor Murena. Algo de eso hay en ese libro extraño, coral, que el lector poco entrenado encontrará difícil y que sus fanáticos juzgarán como otra de sus gemas.
Tras años de cegueras, machismos y omisiones, el campo literario argentino parece haber sucumbido al influjo de la obra de Sara Gallardo. El olor a viejo que emana de cierta vanguardia hasta hace poco dominante, así como la irrupción del feminismo y la reivindicación de nuevas formas de narrar por fuera del gesto postmoderno, posicionaron a una mujer, por fin, en el panteón de nuestros grandes escritores. Una escritora única, irrepetible y fundamental que volvió del olvido y promete quedarse. Esta vez, para siempre. //∆z