Hablamos con el director Santiago García Isler sobre Algo Fayó, documental sobre el historietista Pablo Fayó, figura del comic underground de los ochenta y noventa. 

Por Eduardo D. Benítez

A primera vista el documental Algo Fayó, parece ser la historia de un renunciamiento, la interrupción del recorrido de una obra historietística. Sin embargo, mientras vamos conociendo los pliegues del personaje que retrata, nos encontramos con el relato de una liberación, de una búsqueda artística contada a partir de una acumulación de desprendimientos, de despojos posibles. Dibujante, cantor de tangos, cultor del rasgueo compadrón de la guitarra criolla; Pablo Fayó se mueve a gusto entre los escombros  que va dejando el acartonado mainstream cultural. Aunque, según la película, no siempre sucedió así. Figura del comic underground surgido entre fines de los años ochenta y la década del noventa, Fayó se formó y participó de varias de las publicaciones más importantes de esa generación como la Revista Fierro y Suélteme! (que fundó junto a Diego Parés y Esteban Podetti, entre otros).  Después sobrevino el abandono de toda ambición de legitimación en el campo artístico. Se exilia de la historieta y se entretiene en los márgenes. Se mete de lleno en el arrabal porteño a cantar tangos a capella. Pero sobre todo, se focaliza en un ascético “No Hacer”, como si persiguiera el mandato macedoniano forjando la “invención de una nueva dignidad: la omisión por Acto”. Deja de publicar, olvida los originales de sus viñetas en diferentes casas de amigos y familiares, vive en la terraza de una pensión. En ese contexto, el realizador Santiago García Isler lo sigue con su cámara en los bares donde se luce como cantor de tangos a la gorra, en sobremesas con sus músicos, en reuniones con sus ex compañeros del cómic. Con García Ilser hablamos para tratar de desentrañar la figura ecléctica de Pablo Fayó, remedo doméstico y aporteñado del mito rimbaudiano.

AZ: ¿Cómo surgió la idea para hacer Algo Fayó

Santiago García Isler: Estaba leyendo un libro de Enrique Vila-Matas que se llama Bartleby y compañía en el que se cuenta la historia de diferentes escritores que por diferentes motivos dejan de escribir y se sienten atraídos por la nada, por el “no hacer”. En algún momento me pareció que Pablo Fayó bien podría integrar esa lista. Al mismo tiempo Matilde Michanie -la productora con la que hicimos A vuelo de Pajarito (2014)- me propuso presentar un nuevo proyecto al Incaa y, conversando diferentes ideas, encontramos en Fayó un Bartleby perfecto para el experimento. Es más, cuando le comenté el asunto al poeta Hernán La Greca, me dijo: “Fayó es el eslabón perdido entre Crumb y Bartleby”. Así que me reuní con Pablo que, bastante desconcertado y entre risas, aceptó la propuesta. Muy generoso.

AZ: ¿Qué era lo que te estimulaba de Fayó como para retratarlo en tu película?

SGI: Lo que más me interesa de Fayó es la originalidad y la audacia de sus decisiones. Por ejemplo, cuando dice que “se quiere bajar de la clase media”. Pienso que todos tenemos más o menos un camino marcado que tenemos que recorrer, cosas que se espera que hagamos, ambiciones personales, y muchos fantaseamos con hacer lo que él hizo, decir: “hasta acá llegué, no me venden más nada”. Es como la lancha de Willard en Apocalipsis now, que después de casi ser devorados por un tigre en la selva, el tipo anota en su diario: “No bajarse del bote”. Bueno, Fayó se bajó y anda por ahí con la guitarra.

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AZ: La película en algunos momentos es más expositiva, con testimonios a cámara, y en otros se pone a observar las situaciones con un poco más de distancia… ¿cómo fuiste encontrando el tono? 

SGI: Esto fue lo más difícil. Por empezar, cuando me reuní con Pablo y le propuse hacer la película, los dos coincidimos en que intentaríamos que el tono fuese de comedia o al menos de farsa. Queríamos hacer una película graciosa. Pero al mes de empezar el rodaje se murió mi papá. Digamos que al menos mi ánimo no era el mismo. Entonces empecé a entrevistar a sus colegas y amigos, más en plan investigación, sin pensar que quedarían las entrevistas en el armado. Luego sucedió otro hecho inesperado: Pablo se encontró con Juan Sasturain en un velatorio, le contó acerca de la película y le preguntó cómo se llamaría. Pablo le contó que el título provisorio era “Un parpadeo cósmico” (Frase enunciada en una historieta de Agapito, por uno de los hermanos Peladilla) Entonces, aparentemente, Juan le sugirió que se llamara “Algo Fayó”. Un nombre no solamente mil veces mejor, si no que además sirvió para recuperar el tono de farsa. Y también fue importante una propuesta de Matilde y de los montajistas, Custodio/Straface, que consistió en parar el rodaje en la mitad y hacer un armado borrador. La idea era ver si teníamos una película o no, y el resultado fue bueno. Algo había. Retomamos unos meses después y Fayó ya estaba más tranquilo y participativo. Grabamos una excursión familiar al Tigre, la “falsa” presentación del libro Agapito y completamos una entrevista en la terraza de la pensión en la que rozó, al menos, algunos temas más privados. A partir de esta parte se sumaron al grupo de guión los dos montajistas.

AZ: A pesar de que -como dice Podetti en una secuencia- “todo es político”, no se lo ve a Fayó hacer comentarios sobre la coyuntura o al menos no directamente. ¿Esto fue deliberado o simplemente no surgió en el rodaje? 

SGI: Se fue dando así. Hay un momento que quedó afuera del armado que podría decirse que también es político, que se dio cuando en la entrega de premios “Banda dibujada” fue invitado a cantar un tango. Le dedicó al gobierno nacional el tango “Al mundo le falta un tornillo” e inmediatamente aclaró que no simpatizaba ni un poco con ellos.

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AZ: ¿Creés que esta condición “bartlebyana”  expresada en la figura de Fayó, es una manera de gambetear la figura de artista socialmente aceptada?

SGI: Me parece que la condición “bartlebyana” es el no hacer. La libertad de expresión es para hacer. Coincido con lo que dice Parés en la película: si alguien le ofrece a Fayó un millón de dólares por no hacer nada, él sería el tipo más feliz del mundo.

AZ: ¿En qué medida te parece que Algo Fayó puede proponerse como una mirada a contrapelo de la sociedad de consumo actual?

SGI: Creo que al que vea la película le va a pasar lo que a casi todos los entrevistados e involucrados: todos reaccionamos con el dedito levantado señalando qué hacer, que “hay” que hacer. Fayó no nos puede dejar a todos tan expuestos. El documental puede resultar divertido y también incómodo. A mi por lo menos me ha hecho replantearme algunas cosas ¿Por qué acepto los trabajos tan bodrios que acepto? ¿Para qué? Y qué se yo… tengo que comprar cosas. Una camperita de esas inflables que se auto guardan… Una vergüenza…//∆z