True Blood intentará recuperar algo de su antigua gloria en su séptima y última temporada que arrancó el domingo por HBO.

Por Martín Escribano

Parece que fue ayer cuando los japoneses lograron sintetizar sangre artificial para que los vampiros pudieran mostrarse abiertamente en sociedad (“salir del ataúd”, dirían ellos) e incluir en su dieta las botellitas de medio litro que funcionarían como reemplazo de las pobres víctimas humanas.

Pero no fue ayer sino en 2008 y en la serie creada por ese genio que es Alan Ball ha pasado mucha agua, o mucha sangre, si se quiere, bajo el puente. Su brillante primera temporada mostraba a los vampiros como depositarios de mil y un prejuicios sociales, más víctimas que victimarios, una minoría temida y perseguida por políticos, científicos y religiosos. Esa idea ha nutrido a la serie hasta el día de hoy, pero también es cierto que así como muchos personajes han evolucionado, otros (entre ellos los protagonistas) quizás se hayan desdibujado irremediablemente. La sexta temporada perdió a Ball como productor ejecutivo y fue, con mucha diferencia, la peor de todas. Bienvenido sea el final, entonces.

A pesar de su agotamiento dramático “True Blood” no le teme al ridículo. Esa será su principal arma para los próximos diez capítulos. ¿Qué otra serie hubiera casteado a Rutger Hauer para hacer de hada… bah, de hado? ¿Qué otra serie hubiera mostrado cómo un vampiro milenario castra en primer plano a una suerte de Mengele que secuestraba chupasangres para estudiarlos en campos de concentración? ¿Qué otra serie hubiera redoblado la apuesta año tras año incluyendo, además de humanos y vampiros, a hombres lobo, brujas, hadas, ménades, metamorfos y hasta… hombres pantera? ¿Qué otra serie nos ha dejado villanos tan desquiciados como Rusell Edgington, Steve  Newlin, Lorena o Sophie-Anne Leclerq?

Se terminan las aventuras de Sookie Stackhouse, nuestra camarera telepática, y Bill “el vampiro-bueno-ya-no-tan-bueno” Compton. El pueblo de Bon Temps, Louisiana, ya tiene un lugar en nuestro imaginario. También el bar Merlotte’s y Fangtasia, esa disco solo para vampiros que ha servido de marco para las fechorías del vikingo impío Eric Northman y su hija vampírica Pam De Beaufort (la VILF por excelencia, digamosló) El tema “Bad Things”, de Jace Everett, es uno de los mejores openings que se pueden encontrar entre las series contemporáneas y lo seguiremos cantando hoy y siempre.

Los vampiros tendrán que enfrentarse en esta última temporada a la inminente amenaza de la hepatitis V. Allí estarán Jessica, la colorada baby-vamp, el lobizón Alcide amado por absolutamente toda la platea femenina y el boludo de Jason Stackhouse que, quién sabe cómo, se las ingenió para llegar con vida hasta acá.

Por séptima y última vez True Blood saldrá a la cancha. Es el deseo de muchos que lo haga como lo supo hacer en sus inicios: con los colmillos de punta.//z

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