Game of Thrones finalizó su séptima temporada con un episodio que dejó perplejos a los televidentes por más de una razón. Con una velocidad narrativa que contrastó con las primeras temporadas, esta séptima entrega de la adaptación de la saga de George Martin levantó tantas críticas como fervientes adhesiones. Lecciones electorales, dragones y un fogoso fan-service.

 Por Iván Piroso Soler

Ella sí
que era el fuego
Ella sí
que bailaba en las llamas
Apagó sus ojos tristes
y luego embarcó.

 “Perdiendo el tiempo”, Patricio Rey

 Jeff Bezos, CEO de Amazon, se pregunta lo mismo que muchos de nosotros. ¿Cómo una serie con dragones sobrevolando tierras imposibles, enanos oficiando de Jefes de Gabinete y escenas dialogadas con duraciones que harían sonrojar a Michael Hanneke cautiva tanto a geeks amantes de los juegos de rol como a adultos que hacen sus primeros pasos en el género fantástico? Sucede que el máximo responsable de la plataforma On Demand está buscando producir el próximo fenómeno GoT. Tarea para nada fácil. Sin embargo, lo que bien le hizo notar la periodista Natalie Mokry en el portal Film School Rejects fue que Game Of Thrones no siempre fue Game Of Thrones. El crecimiento fue constante a lo largo de 7 años (incluyendo la primera temporada en 2011), pasando de una media de 2 millones de televidentes en sus primeros capítulos a un pico de 16 millones en su último episodio. Nada de esto fue magia.

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 Lobo suelto

Cuando la serie arrancó, su propuesta era austera pero con una proyección por demás ambiciosa. La idea de adaptar un libro tan denso como complejo en sus tramas y narración era una apuesta que fácilmente ponía nerviosos a sus productores. Sin embargo, embarcados en el precedente de la titánica obra de Tolkien llevada exitosamente al cine, Game Of Thrones fue tomando vida y juego propio con el andar de las temporadas. Finalmente sucedió lo impensado: la historia televisiva terminó despegándose por completo de la obra de Martin, adelantándose en los sucesos y el desarrollo total de la trama. Muchos fans se vieron sorprendidos por esto y tuvieron que empezar a desechar sus críticas acerca del vuelo propio que iban tomando los guionistas respecto a la obra original. Ahora el juego corría, a partir de la sexta temporada, por cuenta enteramente de David Benioff y Daniel Weiss.

 El lobo caído

Quizá fue por esto (aunque son especulaciones) el cambio de tono de la serie a partir de la sexta temporada y profundizado en la séptima. Con Daenerys ya entrando en los preparativos para retomar el control de los siete reinos con Tyrion Lannister como principal vocero, Cersei aislándose progresivamente de cualquier tipo de alianza para profundizar su propio juego político y Jon Snow afianzándose como referente en su territorio (con la vital ayuda de su hermana Sansa) en el centro de la trama, la serie adoptó un ritmo por momentos frenéticos que no tardó en levantar críticas de su núcleo duro de fans. Sucede que, con la última temporada anunciada para 2018, una historia con la densidad narrativa como la que nos presentó desde el principio necesitaba apretar el acelerador para ir atando los cabos necesarios como para clausurar la historia. Naturalmente es una decisión creativa completamente discrecional, casi una responsabilidad política. Tanto es así que los productores fueron acusados de abusar del llamado fan-service por fanáticos y críticas. Diego Lerer en la web Microcine se despachó con un artículo lanzado apenas estrenada la temporada: “Por ejemplo, una más clara divisiónn entre héroes y villanos en la que, en la medida de lo posible, los primeros den a los segundos su merecido. Eso era algo que raramente pasaba en GOT –Martin fue siempre un especialista en frustrar los deseos de los fans y eso, irónicamente, es lo que hizo poderosa a su creación–, pero desde que no hay libros esa malicia desapareció. Hoy es lo opuesto: lo pedís, lo tenés. Te molesta, lo sacamos”. Lapidante.

La realidad es que la séptima temporada profundizó lazos, relaciones y características que ya venían sembrándose a lo largo de toda la trama. El arquetipo de Jon (conflictuado, ensimismado, sacrificado) se mantuvo, así como su protagonismo, ya dado desde la quinta temporada. Cersei se ahondó en su rol de megalómana así como la determinación de Daenerys de convertirse en una líder popular para descargar su legitimidad como principal arma política -además del aparato territorial que supone la posesión de sus dragones, otra que la tercera sección electoral-. Sin tantas muertes repentinas de personajes centrales -¿Por qué no pensar que este era el fan-service?-, la historia pasó más por comenzar a cruzar los destinos separados en un principio. Si se reclama que la distinción entre buenos y malos ahora es menos difusa, no se entiende que desde un principio, literalmente desde el primer plano, los malos son los de afuera. White Walkers, salvajes, Reyes de la noche. La otredad siempre fue el punto nodal en esta historia de buenos y malos. Lo demás eran alianzas circunstanciales, rosca política. Que se critique que ahora “los buenos sean buenos y los malos, malos” es no entender el trasfondo político que nos ofrece la serie, sólo comparable a la trama de alianzas y traiciones que supo ofrecer, con menos éxito, Sons of Anarchy.

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Gran Lady

¿Pero hacia dónde nos está llevando toda esta trama electoral que nada tiene que envidiarle a las elecciones de octubre? Con Daenerys lista para retomar el territorio perdido años atrás, aparece de manera más determinante otro actor político por demás poderoso como son los White Walkers. Lejos quedó su amenaza latente: ahora se presentan como algo concreto. La obsesión de Jon Snow, líder del norte, es sellar un pacto de unidad con la Madre de los Dragones -y definitivamente algo más- y los Lannister, con menos poder militar que antes (sobre todo luego de la Batalla de los botines de guerra) pero aún con vasta influencia por su (supuesto) poder económico. Por otro lado, los hermanos Stark sobrevivientes lograron reunirse nuevamente en Winterfell, con una Arya ya convertida en una asesina profesional, un Bran urdido como el Cuervo de los Tres Ojos, una Sansa con una especial agudeza en estrategia militar y política y un Jon ya erigido como referente indiscutido del Norte. La historia de la familia se posiciona en su momento culmine.

A un costado de esta trama -en apariencia principal-, las intrigas familiares y políticas comienzan a ponerse ríspidas. Euron Greyjoy se hace con la mayor flota militar de Westeros tras secuestrar a su sobrina Yara mientras Theon elige salvar su vida. The Hound se reencuentra con su hermano frente a los líderes políticos de los principales reinos y Bronn y Tyrion tienen un reencuentro a la distancia en la increíble Batalla de los botines de guerra. Es una pena que debido a los pocos episodios de la temporada algunos de estos arcos no hayan tenido mayor desarrollo.

Sin embargo, lo más logrado de la temporada fue lo espejado de la evolución entre las relaciones que tuvieron Daenerys y Jon Snow por un lado, y Jaimie y Cersei Lannister por el otro. Mientras que los primeros lograron encontrarse en una alianza estratégica y emocional muy esperada por los fans, los segundos terminaron por derrumbarse en una prefiguración de lo que será un ida y vuelta de intereses en la última temporada.

Es difícil saber qué nos depara el futuro. Varias teorías -algunas descabelladas- circulan en la red (desde Brann como responsable de la situación por generar algún desfasaje espacio-temporal con sus habilidades psíquicas -incluso ubicándolo como el Night King-) hasta Cersei teniendo todo bajo control por tener a su lado un White Walker domesticado, como podría llegar a serlo The Mountain. Una cosa es segura: en algún momento de la última temporada tendremos una batalla entre un dragón vivo y uno zombie, mientras la tierra es escenario de una batalla entre gigantes, muertos vivos, caballeros y comandantas. Y vamos a estar ahí para verlo.//∆z