Cuando la banda canadiense comenzó su gira R40, que conmemoraba los cuarenta años sobre los escenarios, tenía en claro que sería la última. La situación no era tan clara para los fans, que se hicieron eco de los rumores del retiro y comenzaron a llenar uno tras otro los shows.
Por Juan Alberto Crasci
El documental Time stand still (2016) podría ser otro aburrido y autocelebratorio muestreo de lo que es un tour para una banda tan grande: traslados, cansancio, armado y desarmado de escenarios, más cansancio, pruebas de sonido, músicos en constante estado de excitación y ebriedad, y seguidores enceguecidos por las luces de la banda. Y nada de eso está presente en este film, más cercano a la elegía que a la celebración. Solo hay testimonios de fans ―nerds promedio con notorias incapacidades de sociabilización― que, de diversas partes del mundo ―incluso hay unos cameos de dos fans argentinos― siguen a Rush a todos lados. El culto a Rush creció con los años, paulatinamente, alejado de las modas y la centralidad de los medios de difusión rockeros. Porque se trata de una banda lo suficientemente progresiva para el hard rock, y un tanto rockera para el progresivo de su época. Esa incomodidad los transformó en punta de lanza y principal inspiración para los músicos de un nuevo subgénero: el metal progresivo.
Los testimonios de Neil Peart, Geddy Lee y Alex Lifeson dan cuenta de la comunión lograda por ellos en estos cuarenta años, y la imposibilidad de continuar si no era manteniendo el alto nivel de autoexigencia. Peart, el baterista, se mostró determinado a abandonar las presentaciones en vivo, debido al desgaste que significó para él afrontar show tras show durante tantos años. Su semblante estoico demostraba un grado muy fuerte de paz interior, de decisión meditada. Para un músico de más de sesenta años, en especial para un baterista de una banda tan compleja, técnica y obsesiva tanto en lo compositivo como en lo interpretativo, resultaba cada vez más complicado terminar los shows. Peart constantemente decía “soy un profesional y tengo que hacerlo”, a pesar de las enfermedades, de las ampollas gigantes en las manos o las plantas de los pies en carne viva. También, sin ánimos de menospreciar: “Si tuviera que tocar las partes de batería de Charlie Watts a mis setenta y tres años, podría seguir haciéndolo, pero tengo que tocar las partes de Neil Peart”.
Por su parte, el guitarrista Alex Lifeson, con amargura y resignación se sumó a la causa de Peart. Lifeson comenzó a padecer artritis, lo que también, de modo gradual e inesperado ―no sabía cuándo la dolencia iba a recrudecer―, ayudó a acompañar la firme decisión de Neil Peart. Quien se mostró más golpeado y acongojado, casi sin poder aceptar la situación del retiro forzoso, fue Geddy Lee, el bajista, cantante y tecladista ocasional de la banda. Show tras show cerraba los conciertos con la frase “Espero que nos volvamos a ver en algún momento”, y abandonaba el escenario casi corriendo.
Los shows, desde el regreso de la banda en 2002, luego de una serie de desgracias acontecidas a la familia de Neil Peart, solían durar más de tres horas. La mitad del concierto se enfocaba en la actualidad de la banda, retrocediendo a los poperos ochentas, mientras que la segunda parte se centraba en los clásicos progresivos y rockeros de sus primeros seis o siete álbumes. Con esta intensidad, de shows que promediaban las tres horas y media, la banda recorrió el mundo hasta el 2015, siempre presentando material nuevo.
¿Qué supone esta despedida para una banda como Rush? Quizás lo que precipitó la decisión sea la firme convicción de componer, grabar y ejecutar música al máximo nivel posible, alejados de los avatares del mercado, reinventándose constantemente: las cuatro décadas que abarcan su discografía dan muestra de los cambios de dirección que atravesó la banda, sin por ello deteriorar la calidad de su música. No poder darlo todo ―o sufrir demasiado para conseguirlo―, padecer las consecuencias normales y naturales del paso del tiempo, de los achaques de la edad, fue lo que inclinó la balanza hacia el lado del retiro. ¿Qué cifra la frase de Peart sobre las partes de batería de los Rolling Stones? ¿Que la música de los Stones es mala, o de inferior calidad? No, pero sí que podría ser interpretada, al menos desde lo técnico, en piloto automático, mientras que la música de Rush requiere de un enorme grado de concentración, memoria, entrenamiento físico y destreza. También habla de la intransigencia de unos músicos que, al no poder seguir ejecutando la música que desean hacer, prefieren dejar de tocar. Puede parecer caprichoso o extremo, pero también es parte de una ética, un posicionamiento ante el arte, el negocio de la música y la vida. Una banda que en cuarenta años no dejó de lado su intención de hacer lo que quiso no podría hacerlo en el último tramo de su carrera.
El documental avanza hacia el fin de Rush. Los testimonios se suceden y la tristeza va ganando terreno, porque lo que en última instancia se refleja es una reflexión en torno al paso del tiempo y a la aceptación de las distintas etapas de la vida del ser humano. El tono general de Time stand still se asemeja al de la explicación de la despedida. La gira, que no fue anunciada como el fin, se desarrolló normalmente, sin grandilocuencias ni elucubraciones acerca del retiro definitivo. No se utilizaron los shows mediáticamente ni se sacó provecho económico de la situación. Rush fue y venció, y por medio de la película se despide, sin estridencias, como empezaron y como también llegaron a lo más alto.
La última canción que tocó Rush en vivo, el sábado 1 de agosto de 2015 en el Forum de Los Ángeles, fue el clásico de su primer álbum de 1974: “Working man”. Toda una declaración de principios de estos laburantes canadienses. //∆z