En diálogo con ArteZeta, el periodista habla sobre su libro Arrogante Rock, que recopila conversaciones con una de las bandas argentinas más importantes de las últimas décadas. Y, entre otras cosas, analiza el arte de hacer buenas preguntas.
Por Pablo Díaz Marenghi
Foto de portada de Cecilia Salas
– Robert Quine es uno de mis violeros favoritos – dice, entusiasmado, sobre uno de los músicos más icónicos que acompañaron a Lou Reed. – Un monstruo. ¿Sabés cómo se murió? El chabón nunca había tomado heroína. Se murió la mujer, estuvo un año con depresión y se dio un pico con heroína para morirse. Se suicidó con heroína. Terrible. Un fenómeno, el pelado. Me compré el disco de Matthew Sweet solo porque tocaba él.
Roque Casciero (1968) entiende al periodismo con una pasión rabiosa que, sumada a su amor por la música, lo llevaron por diferentes trabajos en gráfica, televisión y web. En la actualidad es sub editor de la sección Cultura y Espectáculos de Página /12, editor de la web Silencio y docente en TEA y la UBA. Se crió en Junín. Su padre era periodista y a él le encantaba acompañarlo a su trabajo. Recuerda esa época: “Imaginate viviendo en una ciudad en donde mi contacto con la música era la revista Pelo y, de repente, Radio Del Plata empieza a pasar 9 PM con Lalo Mir y Elizabeth Vernaci. Terminaba eso y empezaba el Submarino Amarillo con Tom Lupo. Te quemaba la cabeza. Era una genialidad”. Emigró a Buenos Aires para estudiar sistemas, aunque rápidamente se dio cuenta de que lo suyo era otra cosa. “En la primera clase, en TEA, me di cuenta de que iba a ser mi vida y que yo iba a vivir de esto aunque me cagara de hambre, que es lo que pasa”, confiesa, entre risas.
En 2007 publicó Arrogante Rock: conversaciones con Babasónicos, en el marco de una colección que lanzaba en la Argentina el sello editorial Zona de Obras. Fue la excusa perfecta para analizar a fondo la obra y la esencia de una de las bandas más destacadas del rock argentino de todos los tiempos. Emblemas del denominado Nuevo Rock Argentino, Babasónicos supo reinventarse y convertirse en una banda revulsiva y ecléctica, con melodías que se convirtieron en hits y un repertorio que va desde el grunge al hip hop hasta el heavy metal, el tex mex y el electro pop. Reeditado recientemente por Editorial Planeta, el libro funciona como un compendio de memorias, un análisis minucioso disco por disco y un reservorio de reflexiones lúcidas de todos los integrantes, sobre todo de su principal compositor e ideólogo, Adrián Dárgelos. Que dice, por ejemplo: “La cultura rock es un estamento que tiene la cultura moderna y que sirve mucho para la identificación de los jóvenes; acompaña el desarrollo dentro de lo que sería la cultura capitalista actual”. O, haciendo gala de su cualidad de lector voraz: “Para mí, los callejeros siempre fueron los que vagaban por la noche, como Adán Buenosayres, con Emilio Gauna en El sueño de los héroes, o como Evaristo Carriego. Yo recibí una ética que me enseñó que esa era la gente callejera, la que estaba buscando su última oportunidad, en una lucha contra los fantasmas que le impedían estar sola”. Sobre su propia lírica, además, define: “Mi responsabilidad no es para que encajes en un paradigma social de moral judeocristiana. Tiene que ver con proponerte un viaje digno, con vuelo, de donde inclusive te lleves algo que sirva para cuando te pelees con la realidad (…). Babasónicos tiene esa condición de urgencia y está asociado al deseo. Las canciones tienen una arquitectura del deseo, no son solo una ocurrencia”.
En esta nueva edición del libro se amplía el recorrido hasta el presente, con dos momentos cruciales para la banda: la reciente polémica por el show en el Teatro Colón y la muerte del bajista y alma del grupo, Gabriel “Gabo” Manelli. Al respecto, el guitarrista Mariano Roger confiesa: “El hecho de que Gabo hubiera ido a grabar y se hubiera involucrado tanto cuando estaba súper enfermo, de algún modo, nos impulsaba. La ausencia de Gabo fue como una especie de derrumbe de la esencia de la banda”.
Rodeado de discos y vinilos, y con The Blue Mask (1982) de Lou Reed sonando de fondo, Casciero amplía algunos conceptos vertidos en el libro. Dimensiona, por ejemplo, el impacto de la banda dentro del rock argentino y desliza algunas ideas interesantes sobre el modo de entender, difundir y analizar la música.
AZ: ¿Cómo nace tu interés por Babasónicos?
Roque Casciero: Siempre me parecieron una banda interesante. No me volvían loco al principio hasta que sacaron Babasónica (1997) y los vi en una presentación que hicieron para la Inrockuptibles. Fue como decir: “Pará, ¿estos que rapeaban ahora están rockeando de esta manera?”. Me llamaba la atención su aspecto, sus cambios de look, sus videoclips y que siempre tuvieran eso tan desarrollado. Nunca los había entrevistado hasta 1999, en una nota que hicimos con Fernando Sánchez para la Rolling Stone. En la primera entrevista fui solo. Y escuché Miami (1999) en el estudio mientras todavía lo estaban grabando. Esa fue una nota muy importante para mí, de crecimiento personal, y a ellos les gustó también por donde la habíamos llevado. Después los entrevisté varias veces más. Me tocó hacer la crítica de Jessico (2001) para la Rolling Stone. Me dieron el disco sin estar en orden, sin masterizar, y así y todo me rompió la cabeza. Me acuerdo que Diego (Rodríguez) me dijo: “Che, qué buena crítica”, y yo le dije “¡qué buen disco!”. Es decir, no hubiera escrito lo que escribí si el disco no me hubiera parecido tan bueno. A Mariano (Roger) también le gustaron un par de entrevistas que les hice. Nahuel Suárez (de Rock and Pop, después Vorterix) que es muy amigo de ellos, me había dicho que Mariano le decía que yo siempre le hacía buenas entrevistas. Empezamos a tener como una relación.
AZ: ¿Y cómo surgió la idea del libro?
RC: No surgió de mí, sino de una colección que iba a sacar Zona de Obras con Musimundo, la editorial de la primera edición. Sacaron el de Bersuit y el mío, y después no salieron más. Era una colección que Zona de Obras hace en España desde hace mucho. La idea era proponérselo a la banda, y ellos elegían con quién hacerlo. Con lo cual, tenía una cosa de “oficial” que mucho no me gustaba. Me interesaba mucho preguntarles, pero no quería que me retacearan en las respuestas. Adrián, por supuesto, lo leyó las dos veces que salió y en las dos veces tachó muchísimas cosas, de las cuales muchas salieron y otras entendí sus razones. Pero seguro que hay muchas cosas que ellos hubieran preferido no charlar – todo lo de Peggyn, por ejemplo, o, en esta nueva tanda, todo lo referido a la muerte de Gabo Manelli -, que para mí era fundamental hablarlo, conversar de las consecuencias de su muerte para ellos como banda. En su momento decían que no, estamos con Carca, bla bla, pero estaban hechos mierda como personas, y como banda se tenían que reconstruir. Todo eso lo hablamos y lo contaron. Yo seguía en contacto con ellos y nunca lo soltaban. Pero a la hora de hacer el libro sí. Creo que hay, desde la banda, sobre todo desde Adrián, un respeto por el libro en sí, por la idea de un libro que tiene que ver con que él es muy lector, y con que hay cosas que por ahí para él tenían que estar en un libro y otras no. Por ejemplo, cuando le pregunté sobre drogas, dijo “No, creo que ya no me drogo”, y después hizo la tapa de THC, ponele. Pero es un libro, no una revista que un mes después ya nadie se acuerda. Le da un valor especial que también me habilitó a mí a preguntarle sobre libros. Me parecía interesante no quedarme solo en cómo compusieron el hit, que también está bueno, sino ir más allá. Ver las diferencias de personalidad y un montón de cosas que me parecía que podían alimentar el conocimiento de los fans después de tanta fantasía. Estaba bueno bajarlos un poco a tierra. Ellos también lo quisieron.
AZ: En las preguntas que hacés se nota una búsqueda por conceptualizar a la banda y, al mismo tiempo, fomentar que ellos vayan reflexionando sobre lo que hacen, que es quizás algo que los músicos no hacen todo el tiempo.
RC: Bueno, ellos sí. Son una banda que tiene una conceptualización muy profunda de toda la vida, pero a mí me parecía interesante primero reflejar eso y, segundo, meter más. Todo bien con “Camarín”, pero vamos a discutir. O hablemos de política, que ellos nunca hacen grandes definiciones políticas. Creo que si vos leés sus respuestas, más allá de que en un momento Adrián se declara como una suerte de anarco-marxista, te das cuenta de que están parados de un lado que es muy claro. Él sí, por ahí otros en la banda no, pero me parece que es interesante ver eso y que en el medio de todo haya una banda que te hace bailar todo el puto tiempo, que sean los hiteros de “Microdancing”. Porque no es que sea “Ay, estamos hablando de una cosa profunda y elevada”, y Adrián te dice “Mirá, no es elevada, son ideas pero no es que sea gran poesía”. Son canciones y está bueno que sean así.
AZ: ¿Cómo fue el trabajo de las entrevistas?
RC: Todo empezó en Panda, porque estaban mezclando el DVD Luces (2007). Ahí hice con Adrián un poco, con Mariano, con Panza. Después, con Dieguito (Rodríguez) lo hice en su casa en su momento. Con Adrián seguimos en su casa, varias tandas. Después en esta última tanda con Mariano lo hicimos en el estudio. Después me fui de gira con ellos un fin de semana que tocaron en Zárate, Santa Fe y Rosario. Ahí hicimos varias. Con Adrián un par de veces más porque con él nunca se termina: todo el tiempo hay nuevos datos, nuevas cosas, consumos culturales nuevos, cosas que te dice como “Tenés que leer esto, tenés que escuchar esto”. Además, por ejemplo, un tipo como Panza, que en las notas no habla tanto y es callado, tiene cosas que son tremendas. Por ejemplo, cuenta que cuando está de gira sueña que Gabo vuelve a tocar, y me lo contó estando de gira. A mí se me puso la piel de gallina automáticamente. Después me dice: “Y en otros sueños, me doy cuenta de que no”. ¡Me mató! Eso tenía que ser el final del capítulo. Y Panza es al que un día se le ocurre decir “¿Va a venir o no va a venir, deléctrico?”, que era el que ponía los cables. O tirar la palabra romantisísmico y que eso sea el título del disco. Son creatividades distintas, por lo general canalizadas por Adrián, o en lo musical por Tuñón y Mariano, y que generan una banda que para mí es única. Una banda que no tiene paralelo ni en el rock argentino ni afuera. Porque hay muchas que pueden tener puntos de contacto con algunas cosas y ellos tenerlos con algún aspecto de alguna banda. Pero no hay una así, que tengan esa cosa popular. Por ahí en un momento me parecía que tenían algo cercano a los Flaming Lips, en cuanto a tener una popularidad muy grande siendo una banda rara pero al mismo tiempo teniendo hits. Pero no, son mucho más populares que los Flaming Lips en el microclima latinoamericano. Son realmente únicos y por eso también me gustaba la idea de seguir las conversaciones diez años después, ponerlos de nuevo en ese lugar que quizás para ellos era un poco incómodo. Tampoco creo que el libro sea definitivo. Ellos están haciendo otro disco y ya quiero entrevistarlos. Escuché un tema que estaban grabando un día que fui al estudio y me rompió la cabeza. Ya les quiero preguntar: “¿De dónde sacaste esta frase?”. Esa clase de cosas me motivan a hacer periodismo. Es mucho más interesante preguntarle a Santiago (Motorizado), por ejemplo: “Che, la depresión sin épica. Desarrolle” (risas). Me parece que eso es lo lindo de nuestro laburo. Por eso, también, salvo los prólogos que escribí para cada edición, no hay intervenciones mías salvo en preguntas. Me parece que la pregunta tiene un valor. Tiene un peso. En los últimos tiempos la entrevista pasó a ser un género menor para algunos, y la crónica tiene un lugar de una gran relevancia. No estoy para nada de acuerdo. Me parece bastante molesto que no se pueda escribir sin la palabra yo adelante, por ejemplo. Hacer buenas preguntas no es para cualquiera. Me gusta ese rol, me gusta preguntar, poder sacar algo que por ahí, el que estaba enfrente, no estaba dispuesto a darlo o que ni siquiera lo había pensado. Me parece uno de los ejercicios más lindos del periodismo.
AZ: Respecto al armado del libro, ¿tuviste alguna referencia?
RC: Había visto los libros de la colección. Pero, por ejemplo, en el de Yumber (Vera Rojas) que era sobre Bersuit él escribía un capítulo entero y hacía otro de preguntas. Contextualizaba de otra manera. A mí no me gustaba eso. Yo quería que mi participación fuera a través de preguntas. Además, lo loco es que todas las entrevistas son individuales. Entonces yo tenía que encontrar una forma de relato a partir de entrevistas individuales. Porque me parecía que, si estaban todos juntos, iban a hablar Adrián o Mariano y el resto no iba a meter bocado. Encontrar eso me llevó bastante tiempo.
Cuando hice el primer libro, lo que me faltaba era empezarlo. No quería que empezara con Adrián contando su historia. Pero me faltaba un capítulo. Cuando ya estaba todo escrito, Adrián ya lo había leído, estaba todo listo y dije: “No, pero falta algo”. Y era: “¿Qué es Babasónicos para ustedes?”. Y las definiciones que dieron son muy buenas. Lo de Gabo es tan profundo. Lo de Tuñón es un cachetazo en la cara. El tipo dice: “Para mí, Babasónicos significa que los subversivos también pueden ser amigos”. Lo que dice Gabo es de una profundidad y una belleza tan enorme, de un tipo tan áspero como él, que cada vez que lo leo me mata. Esto de que hay una sed de cultura y nosotros de alguna manera delirante estamos tratando de saciarla. Es muy fuerte y es muy lindo.
AZ: Hay momentos en el libro en donde incluís conversaciones con Adrián específicamente. Y hay varios pasajes que se destacan. Uno es cuando hablan del under de los ochenta y luego de la movida sónica, el Nuevo Rock Argentino. ¿Cómo viviste esa época y cómo ves a la distancia el impacto de esa escena?
RC: No formaba parte de eso. Tenía otros gustos y todavía no me dedicaba fuerte al periodismo. Tuve una particularidad: vivía en la misma manzana que Die Schule, con lo cual escuchaba a todas esas bandas durante toda la noche. Era muy raro eso. Pero no era que me había sentido atraído de movida con ellos. Escuchaba mucho otra generación, pero sí escuchaba las mismas cosas que escuchaban ellos de afuera: desde Sonic Youth, Pixies o Nirvana hasta algo de hip hop. Por ahí el contacto fue más por ese lado. Después sí, medio tarde, llegué al contacto con ellos. Había entrevistado a Peligrosos Gorriones, por ejemplo. Empecé a laburar en periodismo a fines del ‘93 y en música a mediados del ‘96. Entonces no tenía mucha oportunidad de meterme en ese ambiente. Hoy lo veo y digo, “Puta, me lo perdí”. Los vi a todos, pero no era que los veía con la frecuencia que después vi a El Mató, por ejemplo. Ahí dije: “Esto no me pasa de nuevo”. Cada banda que esté buena voy a ir a verla dos o tres veces por año mínimo. Acorazado Potemkin o Valle de Muñecas son bandas que voy a ver porque me gustan mucho más allá del laburo periodístico. También era una época personal mía en la que salía menos a ver bandas porque me gustaba más comprar muchos discos. Se nota (se rie y señala su montaña de discos). No tengo eso de las noches de Cemento. Creo que fui más veces al Zaguán Sur que a Cemento.
AZ: A pesar de eso, hay una discusión interesante que tienen con Adrián respecto a los nichos y los guetos que estaban muy presentes en esa época. Citás la grieta entre Soda y Los Redondos y mencionás cómo Babasónicos quedó más del lado de Soda. Él un poco te discute esa idea.
RC: Él lo discute porque dice que es una discusión vieja. Y tiene razón en que, en un punto, es una cosa de los periodistas. Pero también es cierto que ellos quedaron como bajo cierta ala de (Daniel) Melero como ideólogo, más que de Gustavo Cerati. Melero es el que les dijo: “Muchachos, tienen que hacer una escena. Invéntese una escena”. Desde el punto de vista del marketing es genial. “Después tienen tiempo para decir que no son parte de la escena. Primero digan que son una escena, porque en caso contrario no les va a dar bola nadie”. Estuvo muy bien en eso. En el medio, apareció (Alejandro) Almada con el Nuevo Rock Argentino y un montón de cosas que generaron una movida. Fue un consejo genial de Melero. Él es un personaje crucial en el rock argentino. Crucial. Mucho más de lo que se reconoce y mucho más de lo que sus discos, por ahí, lograron trascender. Hay mucho de ellos que viene de Melero pero también a la inversa. Hay una corriente de pensamiento interesante y musical, también, porque se han cruzado. Es como el pariente más cercano.
AZ: Otro momento del libro en el que hay ciertas rispideces es cuando Adrián plantea críticas al periodismo y a la crítica de rock, y sostiene que una crítica puede ser más un análisis académico de la música. ¿Cómo lo ves vos?
RC: Los dos géneros que más me gustan del periodismo, y, creo, en donde mejor me muevo, son la entrevista y la crítica. Los dos que no están de moda. Pero, claro, por supuesto que le voy a discutir. Porque él tiene una visión que en un punto recula. Él creía, por ejemplo, que al principio el periodista ganaba mucho más que el músico. Y no, los periodistas nunca ganamos más que nadie (risas). Yo defiendo mucho el valor de la crítica. Entiendo que hay críticas con mala leche, como también hay músicos con mala leche. No te digo que respetes la crítica: respetá a ciertos críticos, miradas, conocimientos y formas de exponerlo. No tiene por qué gustarte la crítica en general. Me parece que hay ideas interesantes tiradas por tipos que son interesantes. Me gusta leer ciertas críticas, me voy a meter mucho con Silencio pero a mí las críticas de Sebastián Chaves me gustan mucho. ¿Por qué? Porque el chabón, además, no es periodista, es musicólogo. Estudió arte, viene de otro lado y siempre tiene una referencia. Eso a mí me parece fascinante. Que estén sostenidas y que estén bien fundamentadas. A mí me parece fundamental sostener la crítica en un momento donde no hay mucha profundidad en el análisis, en ir más allá de la superficie del disco. Una de las palabras que etimológicamente está cerca de crítica es crisis. Es poner en crisis a un disco, a una obra de arte. Es agarrar todo lo que te dan, desarmarlo y tirarlo de nuevo. Y decir, bueno, ¿por qué?. La pregunta, en el periodismo, siempre es ¿por qué?. En el caso del porqué del disco, lo tengo que reflexionar yo. ¿Me puedo equivocar? Por supuesto. Yo me equivoqué con un montón de críticas. Pero, tal vez con otras, tuve una idea que hasta al músico le pudo haber interesado. Incluso si lo criticaba. Me parece que es algo válido, que hay que hacerlo cada vez mejor. Así que por supuesto que se lo voy a discutir a Adrián.
AZ: Cuando en el libro se ponen a hablar de temas políticos, Dárgelos llama “marketing de la rebeldía” a ciertas bandas (La Renga o Los Piojos) que expresaron ciertas referencias con consciencia social. Él dice: “Nosotros somos contestatarios a nuestra manera, desde otro lado, no desde el lugar de explicitar la referencia”. ¿Cómo ves esta idea?
RC: Cada uno hace las cosas a su manera y no todo tiene que ser igual. El arrogante rock está buenísimo y, el que no lo es, también. A mí me gusta Elliott Smith. No hay nada de arrogante en eso (risas), en su música y su postura. Pero me parece que está bien. Lo interesante, en ese caso, es la variedad. Entiendo la postura de Adrián y entiendo que le molestara que en ese momento todos le dieran bola a eso y no a otra cosa. También me parece que es bastante más fácil consumir cierto rock que otro, que ponerte a encontrar subtextos y demás. No está mal. A mí me gusta ir a ver a La Renga y que pase lo que pasa en sus shows. Pero no es lo único. Él transmite como que lo único que había era eso. Y no es así. También me parece que exagera. Pero, bueno, son los sentimientos de él como músico. Con eso no me voy a meter.
AZ: Ellos se sintieron bastante marginados y lo manifiestan en el libro, en tiempos pre Jessico.
RC: En algún punto sí. Por ahí sentían que estaban para estar en otro lugar y que no se lo daban. Después les sucedió. Después todos decían: “Ahora hacen siempre lo mismo, ahora le gustan a todos”. Esas boludeces del rock.
AZ: ¿Cómo podrías describir la mecánica de trabajo como banda de Babasónicos?
RC: Hay algo muy importante en ellos que es el humor. Ellos se cagan mucho de risa todo el tiempo. Eso hace que la creatividad fluya de una manera diferente. El humor es algo que, cuando tenés un grupo de personas tan distintas, unifica. Porque, de otra manera, se complica. Ellos pueden pasar ocho horas arriba de una combi porque el tránsito está atascado en México, y se están cagando de risa. Y por ahí son muy distintos. Estando de gira, alguno se queda leyendo, otros salen. Hacen cosas diversas y otras en conjunto. Como cualquier grupo humano pero con humor. Por eso creo también es que están hace veintiséis años juntos.
AZ: La última parte, de esta nueva edición del libro, suma dos cosas interesantes: la muerte de Gabo y la polémica alrededor del show en el Teatro Colón. Respecto a la muerte de Gabo, ¿cómo percibiste en estas charlas la reconstrucción de ellos luego de su pérdida?
RC: Tuvieron la “suerte” de que estaba Carca con ellos y que tenían listo el disco que terminaron con Gabo (Mucho, 2008). Él estuvo laburando hasta último momento y, de esa manera, trabajando, les transmitió que tenían que seguir. Más allá de eso, fue muy difícil para ellos hacer A propósito (2011). En Mucho estaban hechos pelota pero la dinámica seguía. Por eso ellos dicen que A propósito es como un disco de compositores, que no es un disco de banda, en donde el grupo se pone a malear todo y a convertirlo en una cosa distinta. Lo de Gabo fue todo lo jodido que yo imaginaba que era y que ellos no me decían que era. Me los encontraba y se hacían los duros. Para A Propósito hicimos un documental con Leo Damario, yo hice toda la parte periodística, y estaban hechos mierda. Gabo era muy importante. Tanto en la composición como en la post producción. Por eso lo llamaron al Tucán (Martín Bosa) en ese disco, porque no llegaban a tiempo. Era difícil, pero salieron adelante.
AZ: ¿Cuáles creés que son las virtudes de Babasónicos?
RC: Una es la originalidad. Después, no son una banda de género. No son solo algo. Me causa gracia cuando alguna banda dice, “No, pero no hacemos rock and roll solamente, a veces tocamos un reggae”. Dale, ¿un cliché más grande no tenés? No es lo mismo en este caso. “Muñeco de Haití”, por ejemplo, ¿qué es? Yo se los definí como tecno latino, pero en realidad no es tecno porque casi no tiene secuencias. Es casi todo tocado. Eso me gusta de ellos. Que no sabés con qué te van a salir. Tampoco sabés por dónde te van a llevar las letras de Adrián. Puede pasar desde una canción como “Y qué” a una crítica social muy profunda, con mucho subtexto y capas de lectura posibles. Y que en una de las capas solamente esté queriendo decir “hacerla muy putita”. Pero en la otra que diga “el camino a la fama no significa nada si no hay una misión”. Upa. O “a los de la foto no los reconozco, no recuerdo haber posado a su lado”. ¿Qué me estás diciendo? ¿Hablamos de la selfie, de la celebridad, de qué? No es solo eso. No es solo una cancioncita. Eso siempre me parece atractivo. Y las que son solo una cancioncita, o que tienen cuatro frases tipo “y qué, estoy mirando a tu novia y qué”, es como, qué hijo de puta, ¿te da la cara para cantar eso? Adrián parándose adelante de un estadio para cantar “soy hermoso”. Hijo de puta, qué cara dura tenés que ser. Es hermoso. Me encanta.
AZ: En un momento incluso él te dice que a veces pensaba las letras en función de eso, en cómo se iba a divertir cantando eso.
RC: Sí, claro. “Yo me voy a divertir mucho cantando esto”. Se le nota. Cantando “Camarín” se le re nota. No estoy seguro pero, cuando fuimos a esta última gira, las tres veces que estaba cantando “soñé ser crítico de rock” me estaba mirando (risas). ¡Hijo de puta! Igual creo que era más una ficción que funcionaba en mi mente nada más. O eso de decir “cómanse a besos esta noche, total nadie lo va a notar”. Tienen eso de ser caraduras también. Dieguito (Rodríguez), por ejemplo, arrancó tocando tachos y el tipo ahora toca 26 instrumentos en el show. Babasónicos invita a animarse, a intentar otras cosas. No quedarte siempre en lo mismo me parece que es un mensaje importante.
AZ: En el libro se habla bastante del acto de escuchar música, su circulación y los cambios que atravesó la producción musical, desde lo analógico a lo digital. ¿Cómo lo ves vos en el sentido de cómo fue cambiando la forma de escuchar, de contemplar la música en vivo o de cómo circula?
RC: A mí me gusta disfrutar y entender la lógica de cada tiempo. No quedarme en la nostalgia de Cemento. Sí, puteo cada vez que paso por ahí y veo que es un estacionamiento del Gobierno de la Ciudad, porque es un lugar que le dio mucho a la cultura argentina. Pero también disfruto hoy de ir a ver bandas a otros lugares, que sean otras bandas y trato de entenderlo. Me parece que es muy importante porque, sin entenderlo, no lo vas a disfrutar del todo. Tampoco me quiero poner en la posición de “Ah, lo entiendo, entonces ahora sí puedo bajar mi opinión canónica”. No, no me quiero convertir al viejochotismo de todo tiempo pasado fue mejor. Sí, por supuesto: yo vi a Spinetta en ciertas situaciones, vi la presentación de Spinetta/Páez. No vi a Sumo, me lo perdí. Pero vi a Virus y vi a un montón de bandas. Vi a Los Abuelos. Todo genial. Pero yo estoy vivo hoy y quiero ver a El Mató. O quiero ver a Las Bodas Químicas. Está todo bien. Me encantaría que Andrés (Calamaro) tocara tres veces por año e ir a verlo. Pero no está tocando. Y, ¿sabés qué? Él Mató sí. Vamos. O Acorazado, o un montón de bandas que me parece que están generando algo distinto. En un momento que es bastante choto para el rock en todo el mundo, acá el rock está muy bien. El disco de El Mató (La Síntesis O’Konor, 2017) para mí es el mejor disco de rock del año pasado. Eso es algo que está bueno vivir. No quedarse afuera. Por supuesto, ya no toca Don Cornelio y la Zona, no está Manal, pero bueno, andá a ver otros grupos. Por suerte hay otros. Sería muy triste que no hubiera nada, pero la realidad es que hay. Y te hablan de hoy. Y tienen el sonido de hoy. Tienen el sonido de lo que es la ciudad hoy. Eso también es algo que a mí medio me obsesiona. Una vez, hace muchos años, le hice una nota a Pablo Ziegler – y esto se lo cuento siempre a mis alumnos -, que era el pianista de Piazzolla, y le pregunté por qué el tango no había evolucionado más allá de Piazzolla. Recién estaba empezando la Fernández Fierro. Y el tipo me dice: “Lo que pasa es que Piazzolla no había incluido solo el jazz y la música clásica en el tango. Sino que era el sonido de la ciudad en esa época”. Vos escuchabas lo que vivía Piazzolla en ese momento, las bocinas, la frenada de los bondis. A mí me marcó mucho eso. Me acordé de eso en situaciones tan ridículas como el primer show de los Arctic Monkeys en Buenos Aires (risas). Escribí que ellos eran una banda ancha, porque habían salido de MySpace y musicalizaban el tiempo presente. Hoy, la vida de esos mismos jóvenes es distinta. Eso que los Monkeys contaban, hoy Santiago (Motorizado) te dice “no sé qué pasa en este lugar, todo el mundo es más joven que yo”. ¡Santiago, boludo! Son como la banda de los jóvenes pero son todos más jóvenes que él. Eso está bueno también. Vivir esas cosas y apreciarlas a mí me provoca placer.
AZ: Se suele hablar en la actualidad de cómo los consumos culturales se vuelven cada vez más fragmentados. Por ejemplo, dejar una película por la mitad en Netflix o escuchar canciones mezcladas en una playlist en Spotify. ¿Sentís que esto afecta de manera negativa a la música?
RC: A mí me gusta escuchar discos. Me gusta escuchar álbumes completos, soy como antiguo en eso. Pero entiendo esa lógica nueva y creo que nos está llevando a compositores diferentes. Los formatos no solo influyeron en la manera en que se escuchó la música sino también en la manera en que se compuso. La aparición del long play, después del simple de tres minutos que hacía que las canciones fueran canciones pop de tres minutos, generó el sustento para que los Beatles o Bob Dylan pudieran hacer cosas distintas. Y después para Pink Floyd, Yes o lo que fuera. Sucedió algo similar con el CD: no solo democratizó el audio –porque “con un grabador más o menos escuchabas mucho mejor que el winco”, decía Sergio Rotman- sino que además generó discos llenos de temas de mierda, de relleno, porque había que durar 74 minutos. Al mismo tiempo, el CD generó que se reeditara todo. Entonces, un montón de álbumes que, durante años solo eran una referencia a un cassette grabado como el orto, de repente estaban a disposición para ser escuchados. Hubo un montón de bandas que escucharon esa música por primera vez. El Mató escuchó a Sonic Youth en discos prestados, por ejemplo. Me parece que esto de las playlists y escuchar de una manera tan random ya está produciendo artistas diferentes. Luca Bocci y Louta, por ejemplo, son los hijos de las playlists. Y está buenísimo. Son como el signo de estos tiempos. Es sobre todo esto, no tanto el mainstream. Sony sacó cinco discos en vivo el año pasado: Babasónicos, Pericos, Cadillacs, Ratones Paranoicos y Caballeros de la Quema. Pero también salieron discos de Louta, Luca Bocci o Usted Señálemelo. ¿Dónde está eso? Y bueno, me parece que están durmiendo. También la industria pasó por un momento de reconversión y ahora empezaron a ganar guita de nuevo. Porque están ganando guita, eso es lo que no te dicen. Siempre lloran, pero ahora están ganando guita con el streaming. Me gustaría ver más apuestas. El consumo cultural ahora está fragmentado, todo genial, pero los artistas llegan igual. Les cuesta más, pero llegan igual.
AZ: Enseñás periodismo hace varios años. ¿Cómo ves a los nuevos periodistas?
RC: Hay de todo. Siempre hay periodistas valiosos que están ahí, esperando salir. Lo que noto en los últimos años es un toque de desidia de los pibes y me preocupa. Es cuestión de darles un par de cachetazos, metafóricamente hablando, como para que reaccionen y que entiendan que el periodismo es otra cosa. Muchos se quedan con el ser famosos o con la parte boluda, que además no siempre sale. Es mucho más difícil que salga eso a que se te ocurran buenas preguntas. Eso es en base al laburo, a sentarte a pensar, a escuchar más de una vez. Además veo, a veces, poca iniciativa en ir más allá con los formatos. Siempre les digo: “Ustedes como periodistas ven diferente. Si ustedes ven un choque no le sacan una foto y lo suben a Twitter. Van y preguntan qué pasó, si hay heridos, donde están los heridos. Eso es ser periodistas”. Es una mirada distinta. No es ni mejor ni peor, es distinta. Ahora, si tenés otros medios para aplicarla, si los conocés, ¿por qué no lo haces? ¿Cómo no se te ocurre? Pero creo que lo van a hacer. No leen tanto. O leen mucho pero no saben qué están leyendo. Por ahí estaría bueno que lean libros. Un poco más. Igual están bien. The kids are allright (risas).
AZ: ¿Qué aspectos tenés en cuenta para contar las nuevas tendencias musicales que surgen?
RC: Todo tiene que ver, en principio, con la obra. A qué te enfrentás. Obviamente pensás en las influencias, pero también pensás en el supermercado chino en el que comprás birra. Hay un montón de cosas que tienen que ver con el disco de Luca Bocci. Podés decir, “es el Fito Páez del 2017” y simplificarlo ahí. Y no es eso solo, hay mucho más. Ahí hay un pibe que viene de otro lado. Todo eso es interesante para meterte, averiguar y tratar de reflexionar sobre eso. Por ahí no es con un pendejo como Luca, que es un nene para un tipo de mi edad. Sino por ahí con alguien de mi generación, como Acorazado Potemkin. Acorazado en el último disco tiene canciones de una profundidad desgarradora. En la presentación en Niceto terminé llorando. Cuando subió Mariano (Fernández Bussy) lloré como loco. Después terminaron con “El pan del facho” y diciendo “otro porvenir”. ¡La concha de su madre! Nos merecemos otro porvenir. No es la única música que me conmueve, pero a mí el rock me sigue conmoviendo. Me parece que, cuando te transmite una cosa así, no sé si hay algo mejor. El sexo, ponele (risas). Pero, ¿mejor que todo ese cúmulo de sensaciones que te puede transmitir una banda en un recital? Pienso en esa clase de shows donde hay una energía diferente. En cualquiera de esas situaciones te puede pasar algo que te cambie la vida. Eso es el poder de la música. Adrián dice en el libro que la música es el transporte de una emoción por el aire. Me pareció fabuloso. Por eso también me encanta nuestro trabajo. Esos momentos te garpan todo. Es tan maravilloso como cuando Keith Richards se despertó, grabó una cosa así medio dormido y al otro día lo escuchó y ¡era “Satisfaction”, boludo! ¿Cómo no nos va a fascinar escribir sobre eso? //∆z