Con la actividad musical suspendida, el cantante de Ella es tan cargosa trabaja en dos libros autobiográficos sobre los veinte años de la banda y sobre su adolescencia, respectivamente.

 

Por Lucas González

Fotos: Nora Lezano – Gentileza Web Oficial Rodrigo Manigot

 

Sin cuarentena mediante, esta entrevista se hubiera realizado en el Tarzán, bar notable y emblemático frente a la estación de Castelar. Y de no haber existido una pandemia, la nota habría girado en torno a Las cosas que inventás, el primer LP en veinte años que Rodrigo Manigot lanza por fuera de Ella es tan cargosa. Sin embargo, la conversación es por teléfono y comienza con una reflexión: “Es un momento enloquecedor, asfixiante. Hay que apagar la tele y capitalizar el océano de tiempo libre que tenemos, hundirse en las profundidades y sacar lo mejor que se pueda”. Entonces, girará alrededor de aquellas cosas que realiza para surfear esta coyuntura.

El cantante y compositor confiesa que de a ratos padece angustia, un efecto secundario del que nadie está exento. Para atravesarla, desarrolló un anticuerpo eficaz: dedicarse a lo que le produce felicidad. Suspendida la música, dedica sus días al periodismo, en el programa Quedate #encasa, de Canal 9, y a la escritura. Duplica el esfuerzo ya no sólo para subsistir económicamente, sino como un ejercicio mental para no decaer: “Cualquier actividad creativa, más allá del talento, implica desconectarse”.

Sabe, sin embargo, que la dedicación es, además, la mejor manera de lograr buenos trabajos: “Si querés sacar algo bueno, tenés que sentar el culo. O poner el cuerpo, como dice Juan José Becerra”. La cita no es casual, Manigot formó su prosa llana, cruda e incisiva en los talleres de Alicia Dujovne, Santiago Llach y Víctor Lastra. Al respecto, el músico y, hasta ahora, escritor inédito de zona oeste ironiza: “Pasé más tiempo en los talleres que en el secundario”. Asimismo, reniega de algunas figuras del ambiente, que prefiere no nombrar pero advierte: “Existen talleristas sin formación pedagógica que pueden romperte el corazón. Eso me marcó mucho”. 

Hoy solo asiste al taller de Matías Bauso y dicta los propios, donde enseña de todo, hasta cómo construir una buena canción. El autor de “Llueve” sostiene que cualquiera que se enfoque puede lograrlo. Para él, el truco consiste en ganarle a “esas lagrimitas internas” que aparecen cuando “sentís que nada de lo que hacés tiene sentido”. En paralelo a la enseñanza, trabaja en un libro acerca del vigésimo aniversario de Ella es tan cargosa y en otro donde retrata su adolescencia: “Lo tengo medio guardado, pero es un texto hermoso, que me ayudó un montón, porque fueron los años más duros a nivel familiar”.

No tiene claro cuándo y por qué sello podrían ser publicados, pero sí está seguro de que serán autobiográficos, un género en el que se siente cómodo: “Pasa que tengo poca imaginación y muy buena memoria”, dice, y parafrasea al Indio Solari cuando aclara que “recordar es hacer un poco de ficción”. El problema, sigue, es que “la literatura del yo no es un género en sí mismo. Para que tenga sentido hay que dotarla de sentimientos, meterle mucho detalle, humor y dedicación”. Una de sus referentes, Lorrie Moore, lo resume así en A ver qué se puede hacer (Eterna Cadencia, 2019): “La autobiografía puede ser una herramienta útil: excluye la invención; la relación entre un escritor y su propia vida es similar a la de un cocinero con su alacena. Lo que el cocinero hace con su alacena no es equivalente al contenido de la alacena”. 

Como lo personal es político, y a veces poético, empatiza con el registro que manejan Camila Sosa Villada, Thomas Wolfe, Mary Karr y Agota Kristof. Lo conmueve la entrega y honestidad de esas plumas kamikazes. Si hay que inmolarse en pos de una obra, adelante, tal como él mismo hizo al limitar su imaginario a un conjunto de obsesiones, inquietudes y manías. Para muestra están los cinco discos que editó hasta el momento con Ella es tan cargosa y las notas que publica a menudo en La Agenda. “Yo no tengo miedo de exponerme”, avisa y concede que, superada la barrera de los cincuenta años, el paso del tiempo es una cuestión que ahora le “ocupa y preocupa”. 

La relación con el pasado, presente y futuro pareciera ser el objeto de estudio que aborda en el autobiográfico Las cosas que inventás (2019). Queda clarísimo a lo largo de las canciones, sobre todo en las introspectivas “12/18”, “Cuando éramos el mundo” y “Los sentimientos encontrados”. Entre un rock radial y el mid tempo, el álbum vuelve una y otra vez sobre su vida, pero también la celebra con dos gestos: en “Foto canción” tira paredes con su hermano Mariano y en “Neblina” juega de memoria con Fito Páez, colega y referente.

 

El compositor suspira: “El paso del tiempo es un tema del que nadie puede escapar, ya que estaría negando su condición humana. Todos tenemos una fecha de nacimiento y otra de vencimiento, que ojalá en mi caso se estire, porque disfruto de lo que hago, de mi hija, de mi mujer, de la gente que quiero”. 

ArteZeta: A fin de cuentas, “la vida fuga hacia adelante”, como cantás en “Azul abril”.

Rodrigo Manigot: El tren pasa un montón de veces, pero hay que esperarlo, correrlo, subirse. Igual, cada uno tiene su término de maduración. Yo llegué tarde a un montón de cosas, ¡fui padre a los 47!, pero lo hice en el momento que debía. ¿Todos tendrán las mismas chances en la vida? No lo sé, mientras tanto hay que hacer. Enamorarse de eso que uno hace y achicar el enorme margen de error que posee cualquier carrera artística. Hasta que un día las cosas suceden, o no.

AZ: ¿En algún momento estuviste desencantado con tu arte?

RM: Sí, claro. Todas las semanas me pregunto qué hago, si vamos bien. Pienso que mi carrera está terminada, separo a la banda. Es complicado sostener un proyecto colectivo durante veinte años. Somos humanos. Nunca tuve una mentalidad férrea, pero sí mis compañeros. Gracias ellos, que me conocen y toman en joda, estoy acá. //∆z