“Estoy muy bien, gracias. ¡Qué bueno que está esto!”, dice un Richard Coleman sonriente sobre el escenario de La Trastienda -apenas termina de rematar con un solo una furiosa versión funk rock de “Normal”- a modo de resumen por el excelente momento que vive luego del lanzamiento de Incandescente: un álbum lleno de clásicos instantáneos de guitarras memorables, estribillos adherentes y un claro mensaje old school que rankea entre lo más destacado de toda su obra. Y la cosa se pone aún mejor. Presenta al tecladista Leandro Fresco y dedica a los hijos de Gustavo Cerati, Lisa y Benito, el tema “Uno Entre 1000” que el ex Soda grabó para Ahí Vamos (2006): durante la intro, antes de surfear en plan de guitar hero ese espeso mar de guitarras arrolladoras que tiene el tema, suelta con emoción la frase final de la primera estrofa: “Algún día, ella despertará”. Si se cambiara el género del sujeto de la oración, la ecuación sería casi perfecta.
Entender este gran presente de Coleman es descubrir que, luego de cimentar las bases del dark local junto a Fricción en los ochenta y de atravesar todos los noventa y parte de los 2000 a bordo de esa nave de rock oscuro y de culto que fueron Los Siete Delfines, el tipo tal vez está experimentando ahora, en plan solista, uno de los mejores momentos de su extensa carrera: editó el sorprendente Siberia Country Club en 2011, luego una interesante colección de covers acústicos llamada A Song Is a Song en 2012 y -para dejar en claro que su vuelo es ascendente y no hay al momento techo a la vista- el flamante Incandescente, largamente el mejor disco del rock argentino cosecha 2013. Con todo, el show en La Trastienda fue una experiencia inolvidable: la promesa del propio Coleman de tocar Incandescente entero había elevado las espectativas y el tipo, acompañado por una banda impecable, cumplió con creces: fueron casi dos horas de rock inspirado, sonido excelente y pleno disfrute al ver, con la potencia del vivo, la ejecución de una obra fundamental.
La marcha triunfal la inició una gran versión del clásico de Neil Young, “Down by the River”, con letra en español y Richard Coleman junto al guitarrista Gonzalo Córdoba emulando el poder de fuego de la Crazy Horse y sus característicos solos de guitarra épicos. Luego fue “Turbio Elixir” y un Coleman descargando, de nuevo, toneladas de punteos asesinos hasta llegar, ahora sí, a ese sentido homenaje a Cerati: “Normal” (en la versión de estudio de Siberia Country Club Gustavo grabó varias guitarras y efectos) y “Uno Entre 1000”. A partir de ahí, Coleman empezó a cumplir con lo anunciado con cuatro seguidas de Incandescente: primero el rock mid tempo preciosista y sinfónico de “Incandescente”, después la veta ceratiana –otra vez- de “Lo Que Nos Une”, para llegar al aroma a country folk con perfección pop en el estribillo de “Perfecto Amor” y al rock urbano y de tintes bluseros de “Corre la Voz” que remite a Manal. De nuevo, dos grandes versiones de clásicos ajenos: “Computer World”, de Kraftwerk, puso a todos a bailar y convirtió a La Trastienda en una rave rockera tras un gran cover que tuvo tintes de electro rock y psicodelia; la canción, además, sacó a relucir la enorme destreza de los músicos que acompañan a Coleman. A Gonzalo Córdoba se suman Bodie Datino en teclados, Diego Cariola en batería y el ex Fricción Daniel Castro en bajo. “Drive”, de The Cars, fue el momento más intimo de la noche: Coleman solo con su Gibson SG al frente de una balada folkie.
“Cuestión de Tiempo” fue un punto alto a partir de su hermosa intro llena de luz con notas de teclado entrelazadas con acordes celestiales de guitarra. La canción, además, es importante porque es definitoria del concepto de Incandescente: “Enviame un texto, no llames más/Es algo violento, fuimos hecho para hablar”, dice el estribillo y lo que está proponiendo Coleman es -ante el avance de las compresiones digitales y el contacto virtual, lejano y falso, entre seres desconocidos- volver a lo básico, a eso que él mismo llama “la conexión intensa, la idea original”. Conversar cara a cara en un bar, salir a caminar, invitar a alguien a cenar. Escuchar un disco y hacerse de una discoteca, real y física, o conservar un álbum viejo para que las fotos no se pierdan en un disco rígido, como propone en “Caja de Fotos” (otro momento sublime en la noche para una balada que condensa blues y psicodelia, y que remite a los Doors más lisérgicos). De ahí la idea de un foco de luz incandescente como símbolo, romántico, de una era atropellada por la modernidad.
Siguieron “Prohibida”, con sus riffs de guitarras filosas a lo Stones de Ron Wood, “Momento de Cambios”, el hit “Hamacándote” (“Este fue mi primer hit de los 2000, de los 2000 años que vengo tocando”, bromeó Coleman) y dos arremetidas a puro rock clásico con Dalan Gutierrez como invitado: primero la propia “Fuego”, que tiene una veta setentosa, sureña y un ritmo galopante, y luego “Heroes” de Bowie con letra en español. El riff nirvanesco de guitarras urgentes y su estribillo lleno de nostalgia (“La tormenta es como la música lenta”) de “Como la Música Lenta” llegó sobre el final del show, que cerró definitivamente con las violas hendrixianas a lo “Voodoo Child” del clásico de LSD “Tuyo” y con la furia punkie de “A Ciegas”. El único bis fue “Memoria”, de Siberia Country Club, y su riff de power chords y palm mute que remite, en partes iguales, a Joy Division y Metallica. “Y para qué mirar atrás, me quedaré paralizado/Si me preguntan diré no”, dice la letra de ese tema que linkea con otra frase matadora de “Caja de Fotos” (“Todos parecen saber mejor que yo, de dónde vengo”) y resume el espiritu actual de un músico dispuesto a enterrar el pasado y mirar de lleno hacia un futuro prometedor.