Por Walter Jakob

En algún momento, a fines de los años 80′s o a principios de los 90′s, sucedió algo extraordinario: sobre la avenida Luis María Campos, a sólo cinco cuadras de mi casa, abrió Taller 4, un centro de copiado láser color, que ofrecía un servicio sencillamente maravilloso, la fabricación de remeras con estampado a elección. Uno llevaba una imagen cualquiera, indicaba cuál era su talle de remera, pagaba y una semana más tarde, pasaba a retirar la remera con la imagen ya estampada, así de sencillo.

Para mí esto era una solución. Como muchos adolescentes yo creía que el rock era lo más importante del mundo. Una ecuación tan elemental como: “decime qué escuchás y te diré quién eres” tenía perfecto sentido para mí, que invertía gran cantidad de tiempo frente al tocadiscos o al pasacassette. Mis gustos eran muy amplios, proclive a la idealización ya era fanático de los Beatles de muy chico (mi madre tenía todos los LPs) y seguidor de las bandas que después resultaron ser los clásicos de los 80′s como The Smiths (compré Strangeways ni bien salió), pero tenía un problema: mi verdadera pasión, que compartía con muy pocos amigos, era el rock progresivo de los 70′s, un género en el que me había adentrado por las mías (después de robarle a mi hermana mayor un TDK que tenía grabadoSeconds Out de Genesis) y que me diferenciaba de la mayoría de mis compañeros del colegio, desvelados por bandas como Guns and Roses, o Depeche Mode o The Doors (post Oliver Stone, claro).

Lejos de recluirme con mi particularidad, mi deseo de compartir la música que tanto me entusiasmaba, devino en acción evangelizadora, que terminó creando un foco de resistencia en el aula. Los integrantes de un grupo muy minoritario, subyugados por el rock progresivo, le hicimos frente a todas las modas de turno, que si llegaban a interesarnos un poco, jamás nos quitaban realmente el sueño. ¿Cómo podía celebrar a los Ramones si ya había sido flechado por Larks Tongues in Aspic de Crimson o Pawn Hearts de Van der Graaf?

En fin, sucedía que nosotros, los progresivos, nos creíamos y nos sabíamos superiores. Escuchábamos a Robert Fripp, un guitarrista que no le debía nada al blues; es decir: escuchábamos música “difícil” y nos volvíamos locos. Nuestro único problema era que los signos visuales de nuestra religión (recordemos por favor que éramos adolescentes), no suponían un gran negocio para ningún comerciante que cruzara el rock con la industria textil. En vano recorríamos la Bond Street y otros nidos de punks y metaleros (dos tipos que se confundían mucho entre sí en esos días) en busca de remeras, pósters o banderas de bandas que nos rompieran la cabeza.

Y entonces, en ese contexto, apareció Taller 4, para que toda la música que sonaba en los auriculares de nuestros walkmans se nos pegara al cuerpo.

Me acuerdo de algunas remeras: Tales from Topographic OceansThe League of Crafty Guitarists: Show of HandsMelt,Aqualung… Pero de la que más me acuerdo, mi favorita, es aquella que mandé a hacer usando la tapa de un Lp bootleg (pirata) de Genesis, llamado Reunion, que había comprado en la disquería “Orejas”, sita en una galería de la avenida Santa fe entre Riobamba y Callao. Reunion era un disco doble que registraba con muy mal sonido el recital de 1982 en el que se habían reunido, después de siete años sin tocar juntos, Peter Gabriel con Genesis. La imagen de la tapa del disco era fascinante. Con un marco violeta, estaba ahí la foto de Peter Gabriel con una de sus máscaras puestas, la del “Old Man”, aquel personaje con el que le gustaba cerrar The Musical Box, esa joya de nueve minutos del disco Nursery Cryme.

Usé la remera hasta reventarla, y cuando ya solo era un trapo ajado, recorté la imagen que es ahora franelita y me sirve para limpiar discos.//z

Walter Jakob (Buenos Aires, 1975) es dramaturgo, director y actor. Escribió y dirigió numerosas obras, muchas de ellas en colaboración. Desde 2009 conforma con Agustín Mendilaharzu una “dupla creativa” que ya ha producido tres obras: Los Talentos (Premio Trinidad Guevara Mejor Autor 2010), La Edad de Oro (premio dirección Teatro del mundo 2012) y Velada Fantomas (Cetc 2014). En 2013 realizó la dirección escénica de la ópera “El Gran teatro de Oklahoma” de Marcos Franciosi en el teatro San Martín dentro del ciclo de música contemporánea. En cine se destacan sus trabajos en Historias Extraordinarias de Mariano Llinás y Los Paranoicos de Gabriel Medina, entre otras.

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