Al frente de Ararat, su banda principal luego de la disolución de Los Natas, Sergio Ch. reivindica la lucha de sus antepasados y combate a sus propios demonios. Crónica del show en Niceto del viernes: música de la resistencia y rock visceral.
Por Matías Roveta
Fotos de Andrés Paredes
Durante las dos décadas pasadas, al frente de Los Natas y a partir de grandes discos como Ciudad de Brahman (1999) o Toba Trance Vol. 1 y 2 (2004), Sergio Chotsourian –alias Sergio Ch.- fue responsable de construir con su guitarra un sonido inédito en nuestro rock: uno que mezcló la psicodelia con el rock pesado y que estaba influenciado por el stoner rock californiano de Kyuss. Pero ahora su legendaria Gibson SG negra -de la que surgieron memorables cuelgues instrumentales y gemas como “Meteoro 2028” o “Tomatito”- dio paso a un bajo eléctrico con el que Sergio hace temblar paredes y el cuerpo, literalmente, de quien se pare en frente suyo abajo del escenario. Eso fue justamente lo que pasó durante la hora y media de show de Ararat en Niceto: un constante sonido penetrante de bajo que parece surgir del centro mismo de la tierra y te vuela la cabeza.
Pero el tipo no puede con su genio. Arriba del escenario, conecta su bajo a equipos valvulares de guitarra y por momentos lo hace sonar literalmente como una guitarra. En “Caballos” -que abrió el show- por ejemplo, disparó fraseos con suciedad y distorsión a lo Lemmy Kilmister y colgó notas para acoples corrosivos; en “Cazadores de Elefantes” pasó el sonido de su instrumento por un pedal de wah-wah, algo inédito y emocionante al mismo tiempo. Esas cuatro cuerdas son el corazón de Ararat. La columna vertebral, el esqueleto, lo conforman ese mismo bajo y la demoledora batería de Alfredo Felitte, dupla de la que nacieron infinitas zapadas en inspirados ensayos de estudio que fueron dando forma a Ararat II, el segundo álbum de la banda editado el año pasado.
Párrafo aparte para Tito Fargo. Él es quien le aporta matices a las canciones, el que pinta sobre esa base oscura de bajo y batería. Durante el show, Fargo repartió sus funciones entre su guitarra eléctrica, teclados, varios pedales, slide y sintetizadores. Generó climas opresivos y lisérgicos –“Castro”-, música electrónica desquiciada –la mencionada “Caballos”-, paisajes más clásicos –“Tres de Mayo”- y rockeo furiosamente en “Nicotina y Destrucción”.
También se unió a Sergio Ch. en un set acústico -quizás lo mejor del recital- que desnudó la fibra más íntima de esta banda. Esa que vibra en Sergio y su hermano mayor Santiago Chotsourian –alma mater de este proyecto-, que juntos crearon Ararat como el espacio idóneo para canalizar el sufrimiento por sus ancestros armenios perseguidos y exterminados durante siglos. Sonidos del Este, guitarras redentoras y ese dolor concentrado en melodías sentidas que atraviesan a canciones como “El Inmigrante” o “La Ira del Dragón”, se sucedieron es ese momento de la noche. También tocaron “Ganar-Perder”, la conexión Natas-Ararat, canción incluída en discos de ambas bandas –El Nuevo Orden de la Libertad y Música de la Resistencia, ambos de 2009- y que mejor resume la esencia de este rock visceral: resistir al dolor con canciones que exorcizen el alma.