Hablamos con el escritor chileno sobre el lenguaje, la muerte, la música y el “arte sin riesgo”. ¿Qué pasa por la cabeza de uno los hombres ineludibles de la poesía latinoamericana? 

Por Juan Carrique

Foto de portada por Pepe-Kino Torres

En mayo de 1975 en Chile, un año y medio después del golpe militar, Raúl Zurita fue detenido en la calle por un grupo de soldados. Lo interrogaron y golpearon, hasta que finalmente lo dejaron ir. En ese momento recordó una frase del evangelio: “si te pegan en la mejilla izquierda, pon la derecha”. Volvió a su casa, se encerró en el baño y puso un fierro a calentar en la llama del calefón. Tenía 25 años, tres hijos y apenas un puñado de poemas escritos. Cuando el fierro estuvo al rojo, lo empuñó y le ofreció la otra mejilla. Cuatro años después, la imagen de su cara quemada aparecería como portada de Purgatorio, su primer libro. Sin embargo, para él no se había tratado nunca de una performance artística, sino de un modo desesperado de responder a la humillación. Casi de inmediato se dio cuenta de que ese gesto radical representaba el comienzo de algo. Se dijo a sí mismo que aquello que había empezado en la máxima soledad y angustia debía concluir algún día con el vislumbre de la felicidad.

Entonces comenzó a proyectar una obra delirante: imaginó poemas en el cielo, en el desierto, en las montañas. Siete años después dejaría flotando sobre el cielo de Nueva York quince versos de humo blanco: Mi dios es hambre, Mi dios es carroña, Mi dios es ghetto… Luego, en 1993, en una obra de ingeniería mayor, lograría grabar en el desierto de Atacama “ni pena ni miedo”, frase que por sus dimensiones sólo puede ser leída desde las alturas. Así como sólo desde el mar podrán leerse los veintidós versos del poema “Verás un dios de hambre”, que Zurita pretende proyectar sobre los acantilados de Iquique y Pisagua, allí donde se encuentra el Pacífico con el desierto.

Además de estas intervenciones poéticas monumentales, la trayectoria de Zurita se compone de más de treinta libros publicados ⎼entre los que se destacan La vida nueva (1994/2018) y Zurita (2011)⎼ y reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura de Chile (2000) y el Premio José Lezama Lima de Cuba (2006). En nuestro país fue editado por Audisea (In Memoriam, Las ciudades de agua y Cuadernos de guerra), Mansalva (INRI) y, recientemente, Alción presentó Obra poética (1979-1994), compuesta de dos volúmenes de más de mil páginas. Por otra parte, en el último BAFICI se estrenó el documental Verás no ver, dirigido por Alejandra Cannobio, que ofrece un retrato de su intimidad y explora las acciones poéticas que ha realizado a lo largo de su vida.

A sus casi setenta años, en la entrevista que le concedió a ArteZeta, Raúl Zurita sostiene que “la poesía es lo más cercano al lenguaje, porque ella manda por sobre quien la está escribiendo”. Además habla de su pasión por Dylan, Leonard Cohen y el folklore argentino, y confiesa su deseo –e imposibilidad– de abandonar la escritura.

AZ: Raúl, me gustaría comenzar con una frase que repetís con frecuencia: “la poesía tiene vocación de extremos”. ¿A qué clase de extremos te referís y en qué poetas encontrás esa vocación?

Raúl Zurita: Con extremos me refiero a no hacer una poesía de medianía. Extremos estéticos. No puedes conformarte con las cosas que están bien hechas, peinaditas, bien maquilladas. Hay que jugársela. El Zurita es extremo. Son setecientas páginas. No es esa escritura cautelosa, que toma prudencia, que toma resguardo. La poesía quiere cambiar el mundo, por supuesto es imposible, es un sueño, pero si tú no sueñas con fuerza la poesía no existe. Quien no es capaz de matar a sus hermanos, nunca será poeta, pero si lo mata es un asesino. En ese borde habita el arte. Si no eres capaz de mirar en tus zonas oscuras tu propia reserva de criminalidad, no puedes ser considerado un artista. Esos extremos yo los encuentro en un montón de poetas chilenos: en De Rokha, en Neruda (en algunas zonas de Neruda), en Vallejo. Todos los grandes artistas han sido extremistas; extremistas formalmente. Miguel Ángel, Dante. El extremo es jugar la pasión a fondo. En ese sentido, el cinismo de Borges también es un cinismo extremo, no es mediano, es extremo. Es un gran cínico y un gran seductor. Hay gente cautelosa que hace poesía cautelosa, bien hecha, y que se contenta con eso.

AZ: ¿Estás pensando en alguien en particular?

RZ: Pasa en buena parte de la poesía argentina, pero en todos los países es así. Son amigos poetas que sucumben frente al tango. Hay grandes poetas tangueros como Cátulo Castillo o Santos Discépolo, pero no todos sobreviven a esa contundencia. Hacen un arte sin riesgo, un arte menor. Yo lo llamo arte del yo-yo, y el arte no puede darle la espalda al mundo. A las infinitas formas del cuento él tiene que dar cuenta. La soledad, la angustia existencial es una mínima parte.

AZ: A propósito de esta relación entre la escritura y la vida, en las primeras líneas de tu libro Zurita decís: “Trabajar con la vida es trabajar con la corrección sistemática de la propia experiencia como un borrador de la experiencia que será, de la vida que alguna vez será. Es un proyecto de construcción de un nuevo sentido y de una nueva forma social de experiencia.” ¿Podrías desarrollar un poco más esta idea?

RZ: Yo trabajo con los datos de mi vida. Generalmente no los falseo, son los datos. Ahora, están puestos como si eso fuese visto desde una lejanía de diez mil años. Trabajo con los datos de mi vida sabiendo que ese libro nunca va a ser mi vida. Siempre me he sentido un escritor biográfico, pero los escenarios que están son profundamente irrealistas. No hay nada más parecido a una vida que el relato de una vida. No hay nada más distinto a una vida que el relato de una vida.

AZ: En ese gesto, si se quiere biograficista, lo que vuelve una y otra vez en tus libros es la muerte y los muertos (tu padre, tu abuela, los desaparecidos). ¿De qué está hecha esa obsesión?

RZ: Pienso que la muerte debe ser una experiencia alucinante que hasta me despierta curiosidad. La muerte es el hecho más importante en la vida de uno. Ahí está la prueba de una existencia de Dios, el problema es que nunca lo vas a poder decir porque estás muerto. Ese último segundo en la vida de un ser humano, que no pidió vivir –yo no pedí vivir–, es una experiencia atroz, terrible. Entonces Dios existe, porque sería el hijo de puta más grande de la tierra. Por eso existe. Yo pienso mucho en la gente que muere en la tortura, desaparecida, si ese último segundo en que está siendo matada a puntapiés es una experiencia de horror o será una experiencia de comunión con todo. El tango, el tango sabe mucho: la vida es una herida absurda. Uno quisiera fundirse con los otros. Fundirse, adherirse. Y la separación de alguien por la muerte, o por un abandono, puede transformarse en un apocalipsis absoluto. Yo de niño no soportaba la idea de que mi abuela se muriera, me era intolerable. Entonces es posible que la poesía no sea otra cosa que un intento por salvar con los otros tus miedos, tus derrotas.

AZ: La experiencia de la derrota y la humillación es otro de los temas sobre los que insistís permanentemente tanto en tus poemas como en tus intervenciones sobre el paisaje⎼, como si ese fuese el único suelo desde el cual se puede comenzar a escribir. ¿Por qué te interesa tanto?

RZ: Me interesa porque trato de escribir desde el lugar de los que realmente no tienen o han dejado de tener. Desde lugares más frágiles, más desesperanzados. Precisamente, desde la humillación y de la derrota porque solamente desde allí es posible construir sueños fuertes. A mí no me importa cuán bien están los que están bien; a mí lo que me importa es cuán mal están los que están mal. Yo he tratado de hablar desde ese lugar: he tratado de hablar de esperanza en un lugar donde no hay esperanza. La poesía es la posibilidad de los que no tienen ninguna posibilidad. Es el amor de lo que carece de amor. He tratado de hablar de lo más débil, porque solamente lo débil puede ser una fuerza avasalladora que termine dando vuelta la realidad. Eso no lo hacen los que están complacidos, los que se encuentran bien. Por eso yo detesto la obsesión con la salud. La salud y el arte no tienen nada que ver. El arte tiene que ver con lo enfermo, con lo frágil, con lo que está quebrado.

AZ: ¿Crees que el resentimiento, la furia, el odio pueden ser valores?

RZ: Son valores que pueden servir mucho en literatura, no sé si en la vida. No hay nada que te quite más libertad que odiar a otro.

AZ: ¿En la escritura hay que escribir “contra”?

RZ: No, en la escritura tienes que escribir. Dejar que la escritura haga su trabajo. El de la poesía, por ejemplo, es un trabajo misterioso, nunca sabes qué es lo que va a salir. Sabes más o menos el comienzo, pero no sabes dónde termina. Toma sus propios rumbos, sus propios caminos, sus propios recorridos. Por eso la poesía es lo más cercano al lenguaje, porque ella manda por sobre quien la está escribiendo. Las estructuras verbales de un gran poema son anteriores y superan a quien la puso.

AZ: ¿Y con la música qué relación tenés? ¿Cómo se vincula con tu escritura? En tus libros hay epígrafes de Pink Floyd, Leonard Cohen, dedicatorias a Dylan…

RZ: Yo tengo una cosa con la música que es absolutamente variadísima y súper intensa con lo que me gusta en ese momento. Yo descubrí a Cohen como cuarenta años atrás. Cuando lo escuché me pareció impresionante, las letras, pero no lo conocía antes, nunca me había interesado. De Dylan me encantan las letras, es un aporte de libertad increíble. Y con “Mother” de Pink Floyd me vuelvo loco. [Comienza a recitar] Madre, ¿tú ves que tirarán la bomba? Madre… No sé por qué me gusta, pero me gusta mucho. Son las cosas que en ese momento descubrí, no es más que eso. BB King también… Pero si tú me dices cuál es la música que a mí me gusta, es la música argentina. Me alucina. Yo nací escuchando Los chalchaleros, Los trovadores del norte, Los fronterizos. Ahora, justamente, voy a sacar un libro que es como la contraparte de Zurita. Se llama La vida nueva. Ya publiqué una primera versión en el año 94, pero tardé treinta años en tener la versión definitiva, cosa rara. Ahí, el texto viene con links a canciones en YouTube, como “Viene clareando”, de Los trovadores del norte. Zamba zamba.

AZ: Para ir terminando, ¿tenés algún tipo de ritual a la hora de escribir?

RZ: Escribo cuando puedo, te diría que casi todos los días. Escribo fundamentalmente en la noche. Tengo mi lugar y todo, pero he escrito años sentado en los pies de la cama de mi mujer con la luz apagada para que no se despierte.

AZ: Y durante todos estos años, ¿pensaste alguna vez en dejar la escritura o suspenderla por un tiempo?

RZ: Yo quería escribir un libro como Zurita. Quería escribir un libro como La vida nueva. Hice más o menos lo que quería hacer, entonces… Siento que ya estoy terminando. Estoy un poco cansado. Ha sido mucho, ha sido harto, ha sido intenso. Me gustaría descansar de la escritura. Me lo he planteado tantas veces y nunca lo he cumplido. A lo mejor me lo planteo una vez más. Ya he alcanzado un cierto alivio. Siento que podría morirme en paz, pero no quiero morirme todavía. //∆z

Foto: Pepe-Kino Torres