A pocos días del aniversario por las dos décadas de su lanzamiento, algunas reflexiones sobre uno de esos discos que lo cambiaron todo y sigue en plena vigencia sonora e ideológica.

Por Santiago Farrell

Todos los caminos conducen a OK Computer.

El tercer álbum de Radiohead, que cumplió veinte años hace poco, tiene la potencia de lo paradigmático. Suele ser lo primero que viene a la mente cuando se piensa en la banda. Pinta como una incorporación lógica a cualquier libro de historia. Y hasta podría decirse que es el último gran disco de algo más o menos entendible como rock de guitarras de la era dorada de las discográficas, que sin saberlo en 1997 daba sus últimos suspiros. Pavada de elogio, sin embargo merecido. Si hoy muchos críticos le encajan al quinteto de Oxford la camisa de fuerza de última gran banda activa en el lento declive comercial del rock, en gran parte se debe a lo que generó OK Computer. Y eso que lo primero que generó fue la decepción de EMI, que nada más escucharlo bajó las estimativas de ventas. Veinte años después, esa fuerza categórica sigue intacta, y resulta interesante preguntarse por qué.

radiohead

La ambición te hace parecer muy feo

Para los fans de Radiohead, OK Computer es el equivalente musical al primer peronismo: el único punto en el que convergen y están de acuerdo sus muy diversas facciones de seguidores. Es el primer disco de la banda que cuenta con una buena dosis de todos los elementos que la hacen reconocible como entidad sonora: guitarras tan preponderantes como antiheroicas, pianos, melodías memorables, experimentos electrónicos, loops, ruidos (como esa guitarra que se derrite al final de “Karma Police”), orquestas, la producción comprimida y escrupulosa de Nigel Godrich y el expresionismo torturado de la voz de Thom Yorke, entre otras cosas. Una paleta sonora que con algún agregado que otro y diverso énfasis se mantiene hasta hoy.

OK Computer también es el momento fundacional de la imagen de Radiohead: artistas serios y sofisticados, exigentes, buscadores incansables de novedades, un poco tétricos, estandartes del bajón contemporáneo (mal que le pese a Yorke, recordemos que según él “Paranoid Android” y “Karma Police” son en joda), encabezados por un falsete angustiosamente bello, que construyen cada disco en una relación de rechazo al anterior e indiferencia a lo que suene en la radio. En un gesto clave para la banda, OK Computer buscó dar vuelta o negar los principios de The Bends (1995): en este caso, dejaron de mirarse el ombligo y pusieron las guitarras en oligopolio con otros instrumentos. Esa iconoclasia se volvería mucho más evidente y conflictiva en Kid A (2000), pero ya está presente acá.

OK Computer constituye un auténtico ejemplar del art rock, ese término tan extraño que se plantea como oxímoron. La clave del éxito pasa por cómo logra un equilibrio constante y precario entre lo inmediato y lo ambicioso, con la ayuda de una producción prístina, heredera de Pink Floyd. Pasan muchas cosas raras para una canción de rock, pero nunca se llama la atención a ellas: la coda de “Karma Police”, el mejunje polirrítmico de “Let Down”, el cluster orquestal à la Krysztof Penderecki en “Climbing Up The Walls”. Varios temas carecen de estribillos propiamente dichos. La sección rítmica de “Airbag” entra y sale del tema como si viniera de un auricular roto. Y qué decir de “Paranoid Android”, ese chiste de seis minutos y medio que cambia repentinamente de ánimo, instrumentación y dinámica varias veces (con dos solos inclasificables de Johnny Greenwood) mientras pregona que “la ambición te hace parecer muy feo”. En suma, son canciones mutantes, disfrazadas con melodías sólidas, que amagan constantemente con deshacerse. Esa tensión recorre todo el disco, pero jamás coarta los ganchos. Una ambición que hoy parece de otro planeta.

RADIOHEAD 1997

Un cerdo en una jaula dopado con antibióticos

La otra gran virtud de OK Computer son sus letras. En una entrevista reciente con la Rolling Stone yanqui, Yorke explicó que escribió casi todo mientras la banda atravesaba una gira particularmente extenuante. Esto explica las constantes alusiones a movimientos (especialmente en “Let Down” o, en un posible giro conceptual, el “idiota que va a 300 metros por segundo” en “The Tourist” y sobrevive a un choque de autos en “Airbag”) y la fragmentación de los versos. Pero las letras sobresalen por dos motivos. El primero es la fuerza de los sintagmas de Yorke, que deja infinidad de imágenes evocativas, con frecuencia perturbadoras, una mezcla entre violencia, jerga tecnológica y una especie de desborde sensorial abrumador. Es el título del álbum, el “apretón de manos de monóxido de carbono” de “No Surprises”, el deseo de que “ojalá te ahogues” que cierra la preciosa “Exit Music (For a Film)”, los “yuppies armando redes” de “Paranoid Android”. Alejado del tormento intimista de The Bends, Yorke se inventó un enfoque inmediatamente reconocible, que en gran medida lo acompaña desde entonces.

En cuanto al segundo motivo, “Fitter Happier”, clavada en el medio del disco, sirve de eje orientador de la obra. Al son de un piano lúgubre, una voz robótica enumera a los tumbos una serie de definiciones sobre el hombre y la sociedad moderna. Se despliega un mundo foucaulteano y opresivo, atravesado por una violencia difusa y brutal, poblado por individuos degradados, cauterizados, inmersos en una tecnología deshumanizante. O sea, el siglo XXI. Era una crítica mordaz al “fin de la historia” decretado por el Primer Mundo en aquella época, pero terminó resultando profética. Muchas de esas imágenes fuertes que invoca Yorke, y sobre todo, esa sensación de desborde irracional y virulento que transmite, un rapto de angustia romántico ante un mundo que se prende fuego, se pueden palpar en innumerables aspectos de la vida cotidiana en 2017, y explican en parte por qué OK Computer no perdió su contundencia, pese a no tener un libreto o una narrativa específica.

Realmente parece que veinte años no es nada. OK Computer sigue ahí, incólume, como un manifiesto recién impreso. Tomemos el aniversario como excusa conmemorativa para escucharlo de nuevo, y esperemos que algún día se equivoque.