La banda de Parker Griggs hizo su debut ante un Uniclub repleto para la presentación de su último disco, Magical Dirt, y sus grandes éxitos.
Por Gabriel Feldman
Fotos de Candela Gallo
La cosa es así. Radio Moscow por primera vez en Sudamérica: seis shows en nueve días, gira relámpago a Brasil y Argentina. Es la 1.30, ¡es martes!, Uniclub, corazón del Abasto, gente en la puerta, parados, sentados, un poco delirados, algunos con cervezas, algunos con cigarros, otros a dos manos, charlando de música. ¿Esperando por entrar? No, Radio Moscow terminó hace un rato su único show en el país y los muchachos de prevención ya desalojaron del local a todo aquel que no tenía pulserita o formara parte de la organización. Pero si de casualidad pasaste a esa hora por la esquina de Guardia Vieja y Gallo, la escena te hubiera hecho flashear todo lo contrario.
Parker Griggs, guitarrista, cantante, pelilargo-jipón, miembro fundador y el único estable de los Moscow (desde su formación en 2003, han desfilado por la banda ocho músicos entre bajistas y baterista), se saca fotos con quien se lo pida, y recibe los saludos y halagos de todos sus fans. Se acomoda su melena detrás de las orejas, y deja ver una cara redonda, como de galletita sonrisas. Foto, saludo, foto, la mano, abrazo, beso. En otro rincón, apoyado sobre el capot de una fiorino blanca está Anthony Meier, el bajista que se incorporó el año pasado junto al baterista Paul Marrone y conformaron la nueva backing band de Griggs para grabar Magical Dirt, su quinto álbum, editado en junio. “Sí, es raro que hayan pasado tantos integrantes, pero cada uno se fue por cosas puntuales: baterista con novia stripper, bajista con planes de vivir en Europa, otro que quería un laburo estable, alguno que no estaba interesado en girar. Cosas de la vida. En verdad Paul fue y vino tres veces, pero ahora es definitivo, nosotros llegamos para quedarnos”, comentará después, con su vaso de plástico en la mano. Eso se nota, es una banda nueva. La impronta de Magical, con guitarras radiantes y voces bien al frente, redefine las canciones más viejas (aquellas que llamaron la atención de Dan Auerbach, quien produjo su placa debut). Pero ahora se concentra en el cariño del público, y en revivir las escenas más gratificantes de esta primera visita, con sold out tickets. Seiscientas personas que sacudieron sus cabezas una y otra vez como en una coreografía multitudinaria. “La energía, la vibra, fue mágico”.
Y viendo el resultado final, el show de Radio Moscow también fue la oportunidad para hacer una especie de fecha bis del Noiseground Festival, que ya se va tornando una tradición en Uniclub (este año celebró su tercera edición), y sigue construyendo espacios de rock pesado multiforme junto a otros ciclos de recitales, sellos y productores independientes, que fueron erosionando algunos dogmatismos sectarios que por demás atañen al heavy y sus derivados, y conformando una escena alternativa que sigue creciendo. Que Vorterix, organizador del Metal para todos, se lance a organizar un “Stoner Fest” para Noviembre, da cuenta del florecimiento y legitimidad de esta escena en particular, cuyos bordes son más elásticos. Entonces, en una única fecha tenés a Sótano A Go Go, Sutrah y Los Antiguos, sumada a la visita internacional. Bandas de muy buen presente, que más de un festival pasteurizado quisiera tener en sus files. Tintes funkies, blues deforme, psicodelia, hard rock, doom y jevi metal (con jota e í latina) para todos.
Pero vayamos al principio. Pasadas las 23, los Moscow subieron al escenario atravesados por el azul de los faroles y el humo. La escena perfecta para iniciar una película de Tim Burton: un puerto sin tiempo, desde donde zarpa mar adentro la embarcación de tres hombres sin un destino fijo. Sólo quieren alborotar las aguas y montar cada una de las olas.
No hablan de más, casi no hablan, un “Qué bueno que vinieron, somos Radio Moscow”, algunos “gracias”, la presentación de cada una de las canciones. No hay remeras de Argentina (por suerte), no hay “son grosos, sépanlo”. Vinieron a tocar y tocan. La agitación hace que sus caras se pierdan entre los pelos. Suenan fuerte, todo terreno. La espesura del bajo Rickenbacker se combina con los mazazos del tambor y los toms, mientras que Griggs viaja ligero con su Fender Stratocaster. Sus dedos son como las patas de una tarántula, que se mueven sigilosos por los trastes de la guitarra.
“I Just Don’t Know”, “Confusion”, “Break Down”, primero. Van a pasar por todos sus discos. Les empiezan a cantar los riffs, se sorprenden, les gusta, sonríen, lo disfrutan, y siguen tocando. No paran. No pararían jamás, amasarían un chicle, una gran tira de colores que se estira ad infinitum. Un manto eléctrico y pegajoso que cubre las cabezas. Pero las cuerdas ceden y hay que afinar. Parker exprime su viola al máximo, es la protagonista en cada una de las canciones con sus monólogos infinitos. Sí, es un poco onanista, pero la banda lo secunda bien, lo mantiene a tiro para que no sea virtuosismo por virtuosismo. Lo que importa es el groove, aunque a veces los márgenes se corren y un correctivo no estaría de más. Un golpe en la nuca: “hey dale, no la alargues tanto”.
“I No Need Nobody”, de The Great Escape of Leslie Magnafuzz (2011), seguida por “Mistreating Queen” del homónimo del 2009 y la más nueva “City of Lights” dieron pie al cántico de la hinchada: Olé, olé, olé, Radio, Moscow. Un inconveniente menor en el pedal del bombo los obligó a frenar aunque sea un momento. Afinar, un trago de agua, y a la frenética “These Days”. El único momento de calma fue en “Deep Blue Sea”, un blues de manual, sin sobresaltos. “A few more songs”, completa después. Las últimas. “Gypsy Fast Woman” los pone en un plan más doom, batería a medio tiempo y un riff sabbathico (que sobre el final, por supuesto, se deforma como un agujero negro). Y con la misión cumplida, “Open your eyes” se irguió más bien como una orden: abran los ojos, el viaje terminó. Se terminó. Y se cierra el telón. No hay bises. Se prenden las luces, encienden la música en los parlantes. Ni una aunque se pida y se cante, aunque se abra el telón de nuevo y Anthony se pare en el borde del escenario, con el bajo colgado, saludando a todo aquél que se le acerque.
Un grupito lo rodea, le dan flyers, lo abrazan, una colorada le dice algo al oído. Un chico va y le ofrece un bagel de Starbucks. Se lo da en la bolsa de papel madera. Él le dice que no, que no quiere, no tengo hambre. El pibe le insiste, se lo pone en las manos, y él le da un mordisco para contentarlo, y se saca una foto. Esto estuvo increíble le dice otro, con pinta de motoquero. Le extienden el brazo tatuado. Guos ameicing mai fren, se ríe fuerte, ¿cuándo vuelven?, se ríe. Se hace silencio, él mira a los costados, tiene toda la atención. Maybe in december, si todo sale bien, maybe in december, y les guiña un ojo. Antes tienen que volver a Estados Unidos para completar el segundo tramo de una gira con Pentagram. Pero mejor la siguen afuera, porque los patovicas son insistentes y si no hay pulsera, afuera.//∆z