El realismo delirante de Shaman –onírico, fractal, policromático- renace para dar vida a este disco que conforma la banda sonora del filme Arriba quemando el sol.

 Por Pablo Díaz Marenghi

La música de Shaman Herrera suele ser ecléctica, difícil de encasillar; plagada de imágenes oníricas, escenas visuales y poética en sus letras. Respecto al sonido, un arcoíris variopinto que recorre el folk, el rock, la trova, la canción y la psicodelia. Una fusión entre la lisergia que puebla a tantas de las bandas oriundas de La Plata con las raíces y ritmos folklóricos nacidos en la Patagonia; lugares de nacimiento y crianza rockera de Shaman. La ciudad de las diagonales –con su nocturnidad, su desborde, su exceso emergente- y Comodoro Rivadavia –con sus paisajes, su flora, su fauna y su musicalidad originaria- se funden en el cantor que, acompañado esta vez por Los Pilares de la Creación, lanzó en abril su nuevo disco, Quimera (Concepto Cero Discos). Con arte de tapa de Paula Duró, compone la banda sonora de la película Arriba quemando el sol: un viaje iniciático por el norte argentino. Del mismo modo, Quimera, propone un viaje: dejarse llevar en torno a melodías instrumentales. Un recorrido sonoro y vivencial que vale la pena escuchar con los auriculares puestos para que ningún arreglo se escape. Prestar atención y dejarse guiar por el delirio.

Nueve piezas componen el tracklist del disco. Ruidos, sonidos ambientales, canciones, remixes, sampleos se intercalan en el recorrido propuesto por Shaman y los Pilares cuyo comienzo lo marca la única canción como la ortodoxia las define. “Tierna oscuridad” -la única letra de Quimera- expone la totalidad del crisol vocal de Shaman. Canta con aires andinos, folklóricos, casi como un payador. Narra un viaje sin retorno mientras suena un bombo y uno se imagina escenas de paisajes norteños; Purmamarca, Humahuaca, Iruya, Tilcara se cuelan por entre las notas de la canción cuya letra afirma: “Entre cada paso hay espacio para pensar / si lo que olvidamos vuelve y choca intempestivo / Mover hacia otro lugar, suave entre lo natural, fantasía eterna” y la invitación a viajar se lanza.

Un rasguido como el folk manda anuncia el comienzo de “Paisajes”, junto a cantos guturales, indescifrables de Shaman. Parecen ondas transmitidas por sondas espaciales en alguna galaxia lejana. Sonidos que remiten a la noche arriba de algún cerro, en alguna reunión con otros viajeros organizada al paso, al calor de un fuego precario, armado a las apuradas luego de escapar de la vigilancia policial. “Espectro” se asemeja al lamento de un fantasma durante unos pocos segundos hasta que “Las manos” dejan oír leves golpes sobre platillos, vibraciones, ruidos de máquinas oxidadas, como sierras que cercenan árboles viejos. Quizás una muestra del atropello del ser humano por sobre la naturaleza virginal. “Agua y campanas” -otra composición minimalista- reúne cantos casi góspel, eclesiásticos, con leves –inaudibles- punteos de guitarra.

“Las quimeras” es otra perla del álbum. Se trata de un valsecito inmortalizado por Cholo Berrocal –cantor popular peruano- que da nombre al disco. Parte de su voz, robóticamente tamizada, se escucha abrigada por sonidos propios del space rock y teclados evanescentes. En “Nuevas sombras” Shaman se pone el traje de un chamán que inicia un conjuro, invoca espíritus mientras habla en un lenguaje inentendible. El sonido puede perturbar y resultar incómodo pero quizás esa sea la intención. Evoca imágenes de pobladores originarios en rituales y celebraciones autóctonas, bebiendo ayahuasca y demás brebajes místicos; con las montañas, los cerros y las sombras de la noche como telón de fondo.

Una versión demo más acústica de “Paisajes” sentencia  la agonía del disco que se corona con “Caminata”; construye una introducción turbia, densa, inquietante a base de ruidos y vibraciones.  Una economía de recursos que puebla un disco en donde Shaman arroja sonidos más que fraseos; como mantras que son escupidos hacia la inmensidad de la naturaleza. Música casi ambiental, no apta para cualquier oído. Un realismo delirante, una musicología que se hace carne con el norte argentino y evoca paisajes, timbres folklóricos mixturados con teclados lisérgicos que harían enfurecer al más reacio payador perseguido.//z

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