Ante el rotundo sold out del show del 21 de octubre de Tame Impala en el Teatro Vorterix, desmenuzamos la esencia de una las bandas que sacudió el mundo musical.

Por Sebastián Rodríguez Mora

Vayamos a lo periodístico, a la noticia fría y estadística: a menos de veinte días del anuncio, Tame Impala (la banda liderada por el australiano Kevin Parker) agotó las entradas disponibles para su show del próximo 21 de octubre en Teatro Vorterix.

Ahora, hilemos fino. ¿Qué es Tame Impala, aparte de un seudónimo de Kevin Parker, que grabó un segundo y exitoso disco tocando casi todos los instrumentos por su cuenta (y llamado con coherencia Lonerism, sucesor del debutante Innerspeaker), en medio de la gira mundial de 2011-12? ¿Es acaso esta banda algo más que el inesquivable éxito de “Elephant”, el hit denso y pegadizo del año pasado? ¿Hay algo detrás de la etiqueta de psicodelia –que tanto sufrió MGMT, por ejemplo-, del boca en boca que repite “son un flash, re peposos, boludo/a”?

Por ahí al principio nos metimos en el río de ácido tibio, usamos los sintetizadores como flota-flota y nos dejamos llevar. Y volvimos a repetir el estímulo, viajamos dentro de un viaje en transporte público, etc. De pronto, a quien escribe estas líneas le llovió una certeza, justo en los primeros segundos de “Music to walk home by”: acá hay olor a beatle. Acá tenemos una pista. Lo que llenó el Vorterix para el tercer lunes de octubre es un juego perfecto de alusiones. El principal instrumento de Tame Impala para el éxito es también el más contemporáneo homenaje a los cuatro fantásticos de Liverpool.  Vayamos a las pruebas.

1-      Kevin Parker tiene una sesión de espiritismo semanal en la que arregla con Lennon para traerse su voz del Más Allá. Sin lugar a dudas, es uno de los músicos más fanáticos de ese registro etéreo. Vayamos a Youtube, comparemos. Está disponible la versión trackeada –aislada instrumento a instrumento por un psicótico bondadoso- de varios clásicos de The Beatles, como por ejemplo “A day in the life”. Escuchamos extasiados y luego abrimos “Feels like we only go backwards”. Así podríamos pasarnos horas.

2-      Tenemos “Apocalypse Dreams”. ¿Acaso no es todo lo que “I am the Walrus” quiso ser y no pudo, ese final lleno de capas y capas que hizo conocer el infierno laboral a los técnicos de sonido de Abbey Road? Tame Impala cumple con la promesa de la profundidad infinita en la que el sonido es espacio dentro del que estar firmemente parado, cayendo sin fondo, sin fin y sin displacer. La tecnología de hoy, la pre y posproducción de las grabaciones, todo un universo de posibilidades para poner las perillas de la psychedelic machine a 10.

3-      La ecualización y los instrumentos son beatle hasta la médula. Parker comanda en vivo con una Gretsch idéntica a la de Harrison, el bajo es Höfner, la batería repite los rulos cansinos de Ringo. Está ahí, escondida a la vista como la carta robada de Poe, la herencia de la banda –es discusión en qué medida- que modificó para siempre la música popular occidental. No faltará ocasión para que Sir Paulie Mccartney suba al escenario con ellos para cerrar el círculo.

En conclusión y para no seguir ahondando, Tame Impala lleva muy bien puesta su condición de banda en estado de gracia. Hipermediatizados como están (“Elephant” y “Mind Mischief” tienen cada una arriba de tres millones de reproducciones en Youtube) aún no agotan la ventana de receptividad en los oídos de la tropa flashera. ¿Suenan a tributo? Certainly. ¿Son originales? También, porque están a años luz de The Beats, The Fab Four y otros miles de casos. ¿Con una sola fecha para este año en Argentina  alcanza? Definitivamente no. Las gestiones estarán en marcha, queremos suponer. Hay allá afuera una multitud esperando por buenas noticias.

 

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