En High Hopes, Bruce Springsteen desempolva viejos clásicos, covers y otras rarezas para formar un disco poderoso pero irregular, cuya función más efectiva es la de pantallazo de una de sus décadas más productivas.

Por Santiago Farrell

A casi década y media de entrado el siglo XXI, Bruce Springsteen presenta un disco que podría considerarse posmoderno. High Hopes puede escucharse como un compilado de canciones, pero también como un racconto de su prolífica obra en la última década o un nuevo parte de su eterna condición de barómetro del ánimo norteamericano. Acompañado por su legendaria E Street Band y un ejército de colaboradores, The Boss muestra algunas dificultades para unir todo bajo un mismo techo de forma coherente, si bien la calidad general del conjunto compensa en parte sus irregularidades.

En los papeles, High Hopes está formado por dos covers, varios temas originalmente pensados para otros discos y por lo menos dos reversiones de clásicos o temas ya grabados por Springsteen o parte de su interminable repertorio en vivo. Por separado, a ninguna de estas canciones se le puede achacar falta de calidad o fuerza, pero juntas no siempre funcionan, lo que le juega en contra al flujo del álbum. Por ejemplo, el pulso disco-soul de “Harry’s Place” y el jolgorio celta de “This Is Your Sword”, que parece salida de una escena del film “Pandillas de Nueva York”,no tienen ni remotamente nada que ver entre sí ni con los demás temas del disco. Semejante variación por momentos distrae y resulta inevitable que la escucha se disperse.

Pero Springsteen cuenta con elementos que actúan como una suerte de hilo conductor sustituto. El principal es su voz, áspera y trabajada, dotada de un vigor y unas alturas impresionantes para un baby boomer que transita los sesenta. Es esa voz que puede hacer de cowboy duro en “High Hopes”, de cronista oscuro en “Down In The Hole” o de predicador poseído en “Dream Baby Dream”, que arranca con un teclado lúgubre curiosamente similar a “Motion Picture Soundtrack” de Radiohead.

El segundo aspecto clave es la guitarra de Tom Morello, ex Rage Against The Machine, que se unió al vivo de la E Street Band hace ya un par de años. El estilo pirotécnico y tecnicolor de Morello calza justo con el sonido multifacético del disco, y cuando Bruce le da espacio, él se despacha con una serie de solos espectaculares y pasionales, no sólo con técnica sino también con actitud. Y para los más entendidos, El Jefe también reanima instrumentos de camaradas fallecidos, como el saxo de Clarence Clemons y los teclados de Danny Federici. Así, obtiene una unicidad atada con alambre.

High Hopes marca también un cambio de ánimo. El disco anterior, Wrecking Ball, estaba marcado por un discurso furioso y amargado, reflejo de lo más duro de la última crisis financiera en EE.UU. Ahora, The Boss recupera algo de su tradicional ímpetu, pero sin caer en un optimismo ingenuo: después de todo, estos siguen siendo tiempos donde «pagás por todo» y en los que «todos están muriendo, este pueblo está cerrando», como reporta ominosamente en “Frankie Fell In Love”.

El corazón del álbum está en dos colosos de estructura similar: “American Skin (41 Shots)”, una denuncia ardiente del gatillo fácil con letra recauchutada para el reciente caso Zimmerman y la inoxidable epopeya “The Ghost of Tom Joad”, resucitada en una versión bien rockera, en cuya segunda mitad Morello emplea todo su arsenal de trucos para armar un solo sencillamente extraordinario. La diferencia de calidad e intensidad entre estos dos temas y el resto sacude un poco el balance del disco, especialmente en los dos últimos tracks, que quedan como una especie de posdata agotada.

En líneas generales, High Hopes tal vez no sea recordado como una gran adición al vasto catálogo de Bruce, pero sirve para repasar una de sus décadas más fructíferas tras cuarenta años de carrera. La secuenciación es un tanto despareja, pero la conclusión es satisfactoria: sin lugar a dudas, al hombre no le faltan ideas y está decididamente rockero. Pero más que nada, High Hopes es decir punto y guión; habrá que esperar a la próxima entrega para ver en qué dirección avanza el trovador de Nueva Jersey.

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