La segunda fecha de la 21ª edición del Festipulenta conjugó rock e intensidad. Tick Toper, Las Bodas Químicas, Buenos Muchachos y El Perrodiablo le dieron potencia y sustancia a una noche fría de otoño.

Por Ayelén Cisneros

Fotos de Nicolás Lopez

Hogar, dulce hogar. Ése era el espíritu que parecía deslizarse en el aire del Zaguán. Este Festipulenta tuvo que lidiar con el peso de la última edición que se realizó durante fin de semana de carnaval en el Matienzo. Aquellas fueron noches que tuvieron una gran convocatoria y presentaciones de bandas a las que se les augura un buen futuro. La segunda fecha de esta nueva edición supo estar a la altura de las circunstancias y regaló dosis de potencia y efervescencia en su habitual casa de Balvanera.

Apenas se abrió el telón del escenario podía distinguirse una doble “T” de luces rojas cuya tipografía recordaba a la del canal TN- Todo Noticias. Pero afortunadamente, no existieron ni menciones a la inflación ni la cara de Santo Biasatti. En cambio, se pudo presenciar el show de Tick Toper, banda de San Pedro, que hizo bailar al público del Zaguán al ritmo de las guitarras y sintetizadores.

Las Bodas Químicas son un trío enérgico con un sonido en que la guitarra eléctrica es la protagonista. Uno de sus temas, que es instrumental, acaparó la atención y los aplausos de todos en el Zaguán. Tienen potencia y actitud y son capaces de reversionar a Pappo y a Atahualpa Yupanqui sin quedar fuera de foco.

La segunda presentación de esta edición del Festipulenta de los uruguayos Buenos Muchachos tuvo una conjunción de grunge y de melancolía justa y necesaria para equilibrar con el power rock anterior. Letras introspectivas y una banda de una trayectoria de más de veinte años que se ve reflejada en un recital prolijo y sutil.

Y por último, el plato principal de la noche: El Perrodiablo. Para imaginarse cómo es un recital del grupo liderado por Doma quizás se pueda pensar como una experiencia performativa en la cual la banda y su público hacen una catarsis de sus sentires articulados por sonidos duros y apelaciones a salir de la quietud.

Doma se mezclaba entre su público y les permitía agarrar el micrófono. Luego, uno de los espectadores lo golpeó. Doma respondió en el escenario y siguió con los demás temas. Todo el recital puede sentirse como un espectáculo incómodo y ésa es probablemente la intención. Más que violencia es descarga. Todos saltan, se rozan, cantan el tema a los gritos, es un ritual de los cuerpos cansados que necesitan, de todos modos, de la experiencia de la catarsis.

La provocación de la banda tocando momentos de “No Pibe” de Manal y “La Lanza” de Babasónicos al ritmo del rock duro es otra característica de un show que no permite apartar la mirada del escenario. Los gestos de Alfonsín (las manos unidas moviéndose de un lado al otro levantadas) por Doma al final del recital hablan de una casa que está en orden de nuevo. Ásperos y auténticos, en eso radica su gracia (y su virtud).