Nieto distópico del venerable Counter Strike, el coreano PlayerUnknown’s Battlegrounds arrasa en la actualidad del mercado de los videojuegos en línea. ¿Por qué luchar a los tiros en una isla repleta de enemigos puede ser tan adictivo? Aquí algunas respuestas.
Por Alan Savignano
PlayerUnknown’s Battlegrounds (“PUBG”, para entendidos) es un videojuego multijugador en línea diseñado por el estudio surcoreano Bluehole en el que cien jugadores tienen que matarse a tiros en una isla rusa abandonada para llegar a ser the last man standing (“la última persona en pie”). Lanzado en marzo de este año, en una versión en desarrollo de acceso temprano, el juego ya lleva más de 16 millones de copias vendidas para las plataformas de PC y XBOX One y se ha ganado su lugar en el top tres de los juegos más transmitidos a través de la plataforma web Twitch.tv. Esto quiere decir que, sin haber dejado todavía los pañales, PUBG la está rompiendo en la comunidad de los videojuegos.
¿Cuál es la explicación de semejante éxito en un mercado tan competitivo como el de los multiplayer online shooters? ¿Cómo llegó a ser la principal causa de aplazos en las escuelas medias del mundo? ¿Cómo hizo para arrebatar algunos miles de usuarios al hiperadictivo League of Legends (“LOL”), el equivalente a la cocaína en las calles del gaming? Por un lado, está sin duda lo estrictamente técnico: el exquisito uso que hace PUBG del motor gráfico Unreal Engine 4 y su jugabilidad realista heredada de los simuladores de guerra (los Arma) y sus variantes de supervivencia de mundo abierto (DayZ y H1Z1). Pero esto no es suficiente para explicar el gigantesco alcance del juego que se perfila como el sucesor espiritual del amado por todos Counter-Strike. Con una mano en el teclado y la otra en el mouse, habrá que recorrer juntos de principio a fin la experiencia PUBG para resolver nuestras preguntas.
Se inicia la partida. En el margen superior derecho de la pantalla, el contador comienza marcando 100 sobrevivientes. Un avión sobrevuela en línea recta una isla desierta de 8 km2. Cada pasajero es uno de los cien usuarios conectados preparándose para lanzarse en paracaídas y luchar por su vida. Está a punto de recrear el brutal film nipón Battle Royale (2000) de Kinji Fukasaku, la evidente inspiración detrás del diseño del juego. Antes que nada, abre el mapa para saber dónde caer. Si se juega en equipo, en los modos cooperativos de dos o cuatro jugadores, se discute con apuro cuál va a ser la estrategia. En segundo plano, corre algún chat de voz privado, indispensable para coordinar las acciones conjuntas: puede ser desde una aplicación gamer como Discord hasta el comunacho Skype.
En PUBG uno empieza por lootear (“saquear” en español, aunque nunca un jugador de habla hispana va a usar la palabra en su idioma). Los “pro”, los que llevan encima 800 horas –literal– jugadas en sus cuentas, ya conocen el mapa de memoria y van a por los lugares más aprovisionados. Según la trayectoria de la aeronave, quizás se manden directo a la base militar al sur del terreno: será cuestión de caer en los techos o al lado de una entrada a las instalaciones, correr a encontrar la primera arma a mano y reventarse desde el comienzo de la partida con otros igual de osados. Es riesgoso –lo saben–, pero, pasado el frenesí inicial, la recompensa es grande y las posibilidades a largo plazo de ganar la partida, altas. Mientras tanto, los jugadores de puntería tambaleante, aquellos que, en caso de enfrentamiento, entran en pánico y confunden los controles a la hora de apuntar, eligen las zonas más aisladas, tal vez una serie de casas de campo alejadas de los centros urbanos. Igualmente, siempre alguien puede aterrizar en los alrededores. El contador baja a menos de 70 sobrevivientes en los primeros dos minutos.
Los que no fueron asesinados durante la hecatombe inicial empiezan a moverse de locación en locación. Recolectan armas, balas, un chaleco, un casco contra los letales headshots (“tiros a la cabeza”), una mochila que permita llevar más objetos, botiquines, bebidas energizantes, una mira de largo alcance para la francotiradora y otra de corto para el rifle de asalto, una culata para estabilizar el efecto rebote por los disparos, un silenciador para el rifle (¡Alabado sea el algoritmo que puso este preciado e inusual objeto en su camino!). Todos están atentos a los ruidos: disparos a la distancia, un motor de auto que suena en las cercanías, pisadas en la terraza de una casa. Los expertos juegan con headsets de sonido envolvente 7.1 y no se les escapa ni un suspiro. Los novatos, con parlantes integrados o auriculares de marca genérica. Uno ya se imagina a quiénes apostar. El contador ya indica 30 sobrevivientes.
Desde el comienzo de la partida, funciona una mecánica de restricción aleatoria del área jugable en perímetros diametrales cada vez más pequeños. Se trata de la venerada zona. Fuera de ella se pierde vida rápida y progresivamente. Delirantes teorías circulan en la red sobre la naturaleza de la entidad mortífera que existe más allá de la zona. Para algunos es un gas letal en expansión, para otros un campo magnético asesino. Cada quien la interpreta como quiere. Lo cierto es que esta obliga a los jugadores a eventualmente concentrarse en un espacio diminuto del extenso mapa inicial de 8 km2. Cuando esto ocurre, el contador sólo muestra apenas unos 10 sobrevivientes. Las batallas finales tienen lugar en una pequeña colina o en un reducido sector de una playa. Las victorias nunca dejan de ser épicas. Los reflejos agudizados, buscando con la mira detrás de árboles, de rejas o de montones de chatarras, agazapados o cuerpo a tierra entre los arbustos, los últimos competidores uno a uno son atravesados por una bala. La habilidad y la fortuna deciden quién se lleva el puesto número uno al finalizar la partida. Winner winner chicken dinner! Luego de la conclusión, una escapada veloz al baño o a la heladera y de vuelta se pide conexión al servidor para revivir la experiencia.
La experiencia PUBG nos ha dejado frenéticos y con sed de más. Volvemos a nuestra pregunta sobre qué es lo especial que aporta este juego de multijugador de disparos. Ahora podemos entender que el secreto de PUBG está en la fórmula, es decir, en una perfecta combinación de ingredientes ya disponibles en la alacena del gaming. Bluehole supo encontrar el finísimo punto medio entre los juegos de disparos del tipo Counter (se inicia la partida, se obtienen rápidamente armas y se sale con el equipo a matar o morir) y del género open world survival nacido de los simuladores bélicos (se inicia la partida, se buscan no sólo armas sino también suministros, se sobrevive el mayor tiempo posible en un mapa inmenso). El primer grupo promete la acción instantánea y satisface nuestras pulsiones más violentas; el segundo excita nuestro gusto contemporáneo por los escenarios de supervivencia (una sensibilidad moderna que The Walking Dead explotó a su vez en el mercado del entretenimiento televisivo). Es así como PUBG nos da lo mejor de dos mundos en una dosis muy bien medida. Por un lado, la gran expansión inicial del mapa, la necesidad de lootear en casi todo momento y el realismo del armamento disponible y del entorno nos hacen sentir verdaderos Ricks Grimes o Michonnes. Por otro lado, la mecánica de la reducción de la zona, muy bien calibrada en distintos lapsos de tiempo que en total no suelen sobrepasar la media hora, garantiza una buena frecuencia de enfrentamientos mortales.
En definitiva, PUBG supo manejar con maestría el timing entre el aprovisionamiento y la matanza, evitando así el aburrimiento y las ganas de apagar el juego del usuario. También nos regaló esta majestuosa simulación del estado de naturaleza hobbesiano, donde la guerra es permanente y el hombre es siempre lobo para otro hombre. No hay posibilidad de tregua ni acuerdo, la piedad y la distracción se pagan con la vida. Jugar PUBG satisface virtualmente por unas horas al salvaje que escondemos debajo de la ropa.