Con un escenario conurbaner y la más maravillosa música de mil bandas del Sur que jamás vas a escuchar, el libro debut de Editorial Momofuku mezcla (auto)biografía, bloggerismo explícito y novela de aprendizaje en sus justas proporciones.

 Por Sebastián Rodríguez Mora

Si la interpretación de la realidad se resuelve en el terreno de lo literario, blindemos los bolsillos que 2015 viene bravo para el mercado editorial argentino. Como claramente esto no ocurrirá -toda la campaña de esplendor y derrota en lo que sea que venga a continuación del kirchnerismo nos inoculará poco más que cierta ferocidad argumentativa en las redes sociales- leamos los intersticios, las vetas de sentido que brotan por estos días. Momofuku, la flamante editorial comandada por Lolita Copacabana y Hernán Vanoli presenta la novela debut de Luis Orani (Lomas de Zamora, 1982) como elemento 001 de su catálogo. No vamos a caer en la obviedad del crítico que se traga el anzuelo hasta el esófago porque el cebo es brillante: Primavera Ninja no es una novela sobre el kirchnerismo; más bien habita dentro de éste como pez en el agua. La temprana mención del protagonista visitando la capilla ardiente de Néstor Carlos es una marca temporal en la que la trama principal recibe el tiro de gracia y a su vez el disparo de largada.

Hubo un tiempo en que existió algo llamado periodismo y ha logrado en quince años destruir toda su identidad, por suerte. Hoy vivimos en una lábil democracia de géneros, la puerta abierta del teclado al Universo. El blog como género fue el protagonista de la intelligentsia argentina a la que le habían instalado Uol Sinectis en la PC nomás 15 minutos antes. En Primavera Ninja, Gustavo es un viejo amigo de Martín, narrador en primera del singular. Las reseñas de discos y neoaguafuertes de Gustavo resumen cómo era el oficio en los albores de Internet Para Todos, cuando bajar un disco entero en mp3 era fantasía y los mails eran e-mails. ¿Lo recuerdan? Fue hace casi nada, y muchos vivimos gran parte de nuestras vidas allí.

Por su parte, Martín y su bajo nos suben a los ramales del tren Roca para recorrer el Sur de principios de siglo. De Ezpeleta a Quilmes o La Plata, se abren los capilares de la metrópoli y desde ellos asoma toda la florida fauna de la escena musical independiente, un mérito genial del autor por un detalle no menor: no hay un solo nombre de bandas o solistas que sea real, aunque todos suenen verosímiles y perfectos. Doctor Batman -un prototipo de banda del Sur que la pega en la radio- es la propulsora de la carrera de Juano Díaz, amigo de Martín y Gustavo. Es el que triunfó, el que llegó a un semiestrellato, pero también el que se mató en la ruta en un viaje a San Luis. Este dato no es en absoluto spoiler. Las formas diversas en que Martín y Gustavo construyen a Juano abren a dos formatos disímiles pero conexos. Martín es la novela de aprendizaje por excelencia; Gustavo es el bloggerstar del yo. Martín traza la curva desde los años del fuego social a los de la estabilidad en inflación, caldo de cultivo de los treintañeros (o casi) actuales; Gustavo historiza su paso por la escena independiente de esos años con una biografía sobre su amigo estrella -Carrère, campeón mundial de los testigos literarios, estaría de acuerdo con el formato- y de paso habla todo el tiempo de sí mismo.

Primavera Ninja lee una porción interesante y poco explorada de los últimos años del campo cultural, con un pie entre analogía y digitalidad. En la mudanza de 2001 a hoy, la novela de Luis Orani expone la década ganada por goleada, perdida con robo del árbitro y empatada en el último minuto de sus conurbaners con la intuición del enganche joven en el mar de piernas mediocres. Y nos quedamos a la espera de la reedición de ese discazo de Doctor Batman que no escucharemos jamás y Gustavo reseña así: “Fácil, uno de los mejores cinco discos argentinos de la historia. Doctor Batman salió a gritarle a los pibes que lo que ellos escuchaban como rock and roll era gelatina de manzana, que un cambio de tonalidad te podía dar escalofríos y que también valía cuando la letra de una canción era simple y luminosa”. Cualquier identificación con su estilo es pura consistencia.//z