The Drums visitó el país por segunda vez para presentar Encyclopedia, su nuevo disco y de paso abrir la puerta al Music Wins Festival.

Por Sebastián Rodríguez Mora
Fotos de Gisela Arévalos

Para el momento en que Jonny Pierce y Jacob Graham llegaban a Groove en taxi, alguien pinchaba discos para matar la espera. Sí, los muchachitos cero stardom, ninguna camioneta con vidrios polarizados: imagínenlos buscando cambio en los apretados bolsillos de los chupines para no complicarle el arranque de la noche de viernes al taxista, el cual los miraría con interés pero sin sorpresa, porque en Buenos Aires unos cortes de pelo algo particulares no espantan a nadie y si habré visto peores cosas, qué fauna papá, no te cuento mejor porque no vas a llegar tarde al recital. Telonearon los Entre Ríos, trío de máquinas, dos chicos en los beats y las pistas y una muchacha esbelta cantando a media voz.

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Jonny Pierce canta muchísimo mejor en vivo de la asepsia de sus discos con este dúo neoyorquino, completado por guitarra, bajo y batería para las giras y presentaciones. Es hipnótico verlo con su chaquetita roja, su prolijidad extrema, sus movimientos de bailarina, una Natalie Portman en el boliche antes de que se le salga la cadena en Black Swan. La gente, que en esta primera asomada del festival Music Wins (que arranca en un par de fin de semanas en Mandarine Park) estaba cómoda pero amontonada y apenas arrancó “Let Me”, tras el gótico comienzo con “Bell Laboratories”, le sacó una sonrisa de satisfacción a grácil frontman. Jacob es el mensch-maschine, atrapado entre teclados y un paredón de perillas y lucecitas rojas de la consola. Los dos hacen un equilibrio en la imagen que se transporta bien al concepto como banda que tienen: el pop de hoy, ese que se sienta en la precisión y velocidad que el Frankenstein de los años ochenta nos ofrendó, es hacer equilibrio entre desfachatez y lo que podríamos resumir en el concepto de lo lindo. Como decíamos, Jacob es tan finito que baila como una anémona en el Pacífico, toca su pandero y efectivamente el sonido sale, pero pareciera no golpearlo contra su otra mano, es acompasado y leeeento.

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Párrafo aparte (y final) para la llamativa composición del público. Al parecer todo joven turista del Primer Mundo de paso por Buenos Aires estuvo en Groove el viernes a la noche, bailando a lo largo de un setlist que pareció algo acotado, quizás. Se perdía la cuenta con tal cantidad de yanquis –la gran mayoría-, ingleses, algún australiano y demás que estaban ahí con su inconfundible expresión de relajamiento. En ojotas y bermudas, sin la misma concepción de lo que veinte escasos grados de temperatura implican para los porteños, agitaron bien a la par del público local, especialista en recibir y dar amor a las bandas que visitan estos rincones del planeta. Entretanto, la banda se despedía en los bises con ese hitazo “Let’s Go Surfing” y “Down By The River”. Todo redondito y perfecto como este punto final.//z

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