A partir de imágenes de archivo de su familia, una mirada personal sobre el documental Piazzolla, los años del tiburón, en el que la vida y la obra del músico argentino se reconstruyen a partir de los recuerdos de su hijo.
Por Gabriel Reymann
Fotos gentileza de Mariano Nante, co-productor ejecutivo del film.
Daniel Rosenfeld, director del film, dice que es una película sobre padres e hijos. Rara vez un artista es tan poco reacio a explicar su arte. Quien busque biopic en Piazzolla, los años del tiburón (2018) no encontrará Wikipedia.
¿En qué pensaba Igor Stravinsky para hacer todas esas capas de disonancias y consonancias a la vez?, se preguntaba hace mucho Luis Alberto Spinetta en entrevista con Clarín.
“Si querés entender la música, tenés que tocarla. Descubrir que el compositor le pegaba a su esposa, sodomizaba a su perro y cayó en cana por noventa y nueve años no te ayuda a apreciar la canción”, dijo alguna vez Lou Reed en una entrevista que le hizo la periodista Sylvie Simmons.
Ambos tienen razón y están equivocados a la vez.
Daniel Piazzolla en una habitación derruida. ¿Será casa propia o locación elegida ad hoc? Poco importa si el gesto semántico es deliberado o no: le da potencia al artificio. Un hombre exhibiendo sus marcas y cicatrices de vida: no estuvo en la guerra, sus marcas son las que tendremos todos, las del envejecimiento; sus cicatrices son un padre y una hermana ya fallecidos, sus ausencias y los desencuentros, variados y generosos en vida. Cine es igual a artificio.
Ethos y pathos, ¿se juega como se vive? ¿Para transmitir sentimientos bellos y agradables hay que ser una persona bella y agradable? ¿Es la disonancia (sonora, cromática, del orden estético que sea) la traducción artística de una visión de disenso para con el mundo?
¿Es esa pierna renga y la infancia en una New York en plena Ley Seca –esa adaptación y supervivencia ante condiciones hostiles- el germen de una de las expresiones musicales más desafiantes e innovadoras del arte popular del siglo XX? ¿Es la expresión artística primero una objetivación de la propia identidad, del yo del individuo y luego una barricada constitutiva desde la cual afirmarse frente al mundo?
Un joven Astor Piazzolla mira fijo a cámara. No es el único en la orquesta que mira fijamente al lente fotográfico, pero es el único que lo mira decidido y adusto como si se supiera conocedor de su propia importancia. ¿Esa tenacidad es mandato propio o es Nonino comprándole un bandoneón para que estudie? ¿Es absoluta autodeterminación o regreso al instrumento primario por insistencia de su profesora Nadia Boulanger (por no mencionar el apoyo tenaz de la madre de sus hijos)?
Spinetta tenía razón: la experiencia vital es determinante en el arribo al lenguaje propio (o lo más cerca que se esté de eso) en la expresión creativa. Lou Reed también tenía razón: no hace falta un entendimiento de la vida privada de un artista para apreciar su labor artística.
Lo que no hace falta es conocer siquiera treinta segundos de la obra de Astor Piazzolla para apreciar la película. Esto es un film sobre las alegrías, tristezas, luchas, traiciones, encuentros, desencuentros y reencuentros de un padre y sus dos hijos. No es poco. //∆z