El 6 de marzo se puso punto final a los festejos del centenario del natalicio de Astor Piazzolla. Un Luna Park colmado celebró a uno de los mejores artistas argentinos.
Por Pablo Díaz Marenghi
Fotos y video: Jorge Noro
Los barbijos, aquellos ineluctables símbolos de estos tiempos, ocultan las expresiones faciales de los presentes. Algunos con los colores de la bandera de la diversidad. Otros con diseños de películas o, directamente, de uso quirúrgico.
Lo cierto es que ese día, 6 de marzo, marcó un hito en el calendario: se cerraba una serie de conciertos y diversos eventos a realizarse a lo largo y ancho del planeta en homenaje a uno de los artistas más relevantes del siglo XX. Astor Piazzolla no es sólo sinónimo de tango o un referente mundial del dos por cuatro. Es un compositor de vanguardia que vio el futuro antes que muchos de sus contemporáneos y que seguirá siendo reproducido, tocado y escuchado por los siglos de los siglos.
El telón de fondo, el Luna Park, se vistió de gala para enmarcar los shows de, primero, la banda de su nieto. Escalandrum, el conjunto de jazz fusión tanguero liderador por Daniel “Pipi” Piazzolla en la batería —quien fue, además, el curador del show— abrió la velada homenajeando clásicos de su abuelo como “Primavera Porteña”.
Allí se lucieron los típicos cortes abruptos del fragor Piazzolliano fusionado con el bebop y voces invitadas de lujo como la de Elena Roger —quien realizó una enorme interpretación de “Balada para mi muerte” o Raúl Lavié.
Este último, a sus 84 años, generó uno de los aplausos más extensos de la jornada. La gente aplaudió de pie.
“Toqué con tres generaciones de Piazzolla”, dijo el también actor luego de interpretar “La bicicleta blanca” y demostrar que su voz aún se mantiene vigente.
Además de “Pipi” forman este ensamble Nicolás Guerschberg en piano y arreglos, Mariano Sívori en contrabajo, Martín Pantyrer en clarinete bajo, Damián Fogiel en saxo tenor, Gustavo Musso en saxo soprano.
Luego de un setlist breve pero electrizante le dieron paso a Lalo Mir que ofició de maestro de ceremonias y presentó al Quinteto Revolucionario.
Aquí se despacharon con una versión notable de “Muerte del ángel”, “Yo soy María” —con la magnética Julia Zenko de invitada— y “Preludio para el año 3001”, entre otros.
El conjunto está compuesto por Cristian Zárate en piano, Sebastián Prusak en violín, Sergio Rivas en contrabajo, Lautaro Greco en bandoneón y Esteban Falabella en guitarra eléctrica, aquel instrumento que tanto escozor provocó entre el público tanguero cuando Astor lo incluyó en sus bandas.
Otro invitado estelar de la velada fue Jairo. Este se despachó con “Milonga del Trovador” —canción compuesta en su homenaje, algo que, según comentó, lo enorgullece muchísimo hasta hoy— y “Chiquiín de Bachín”.
A los 78 años, su interpretación fue impactante y despertó, una vez más, aplausos a rabiar mezclados con algunas lágrimas.
Pero aún faltaba más. Como no podía ser de otra manera, la eterna Amelita Baltar se subió al escenario rodeada de brillos y lentejuelas para hacer su ya clásica “Balada para un loco”, canción que ya puede decirse que es propia.
“En este mismo escenario me tiraron de todo cuando canté este tango” recuerda la intérprete. Una vez más se revalidó la cualidad verdaderamente subversiva de la tónica Piazzolliana no sólo en cuanto al tango sino a la música en general, demostrando la riqueza armónica y rítmica que se despliega ante cada compás, corte y silencio.
Decir que el final fue un lujo sería redundante. La Orquesta Piazzolla 100, compuesta de 33 integrantes, cerró con tres movimientos de la obra “Aconcagua”, dirigida por el maestro Gustavo Fontana y con el rol destacadísimo de Horacio Romo en bandoneón, quien se encargó de que el público extrañe lo menos posible al inmenso artífice de este homenaje que hoy estaría pasando la centena de vida.
Laura Escalada de Piazzolla, viuda de Astor y responsable de la Fundación que lleva el nombre de su amado, salió al escenario sobre el final para agradecer y revalidar lo acontecido. Pandemia mediante, con todo lo que eso implica, los aplausos de un público que se mostró diverso e intergeneracional podrían funcionar como una suerte de compromiso asumido a futuro. Un deseo de que una obra tan gigante como la de Piazzolla —recopilada en plataformas como Spotify pero sumamente desordenada, tal como ha advertido en varias oportunidades uno de sus biógrafos, Diego Fischerman— siga siendo redescubierta y reivindicada como su enormidad merece. Sin dudas, un merecido cierre de lujo. //∆z