Noel Gallagher volvió a Buenos Aires con un sideshow del Lollapalooza 2016 en el Luna Park que incluyó entradas a precios excluyentes, la presentación de su último disco y un sólido set de canciones ocultas en la historia de Oasis.
Por Sebastián Rodríguez Mora
Foto de Agustín Dusserre
El Luna Park no estaba lleno ni por asomo. Los precios de la maquinaria Lollapalooza, marciales, impusieron para todo su espectro de oferta un doble filtro: el lógico castigo de la tarifa que zapatea desde el anuncio de la edición 2016 al ritmo de la devaluación; la liberación de entradas a la venta por capas de privilegio financiero, desde clientes VIP del Banco Santander Río hasta el llano más imberbe de la fila y el efectivo. El sideshow de Tame Impala en Vorterix –otra vez, la productora prefirió poner el doble 5 y sacar un puntito inteligente- se agotó entre los clientes del citado banco en menos de lo que se pasa un plástico por el Posnet. La importación del festival fundado por Perry Farrell atraviesa este año su peor edición en cuanto a figuras y convocatoria. La industria es Shakira ante la pobre demanda: bruta, ciega, sordomuda. Traslada costos y riesgos directamente sobre el valor neto por cliente. Así, una platea esquinada para el satisfactorio show de Noel Gallagher en el Luna, buena ubicación pero esquinada sin dudas, rozó el 6% de un sueldo mensual para los solteros incluidos en el impuesto a las Ganancias. Los números hablan por sí solos, como también lo hace una rápida mirada en torno al propio asiento, aprovechando los minutos previos al inicio. El campo ($ 750.-), las plateas prefereciales y el pullman estaban llenos. No así el superpullman, arriba y ladeado, área geográfica de la clase popular en el tradicional Palacio de los Deportes porteño (¿cuál? ¿quiénes son? ¿queda alguno vivo?), último ítem de la lista de precios desplegable a los escalofriantes $ 650.-, vacío. Lollapalooza Argentina, el festival más segmentado del mundo.
Y Noel Gallagher salió por fin a las tablas. La valla del campo en el Luna Park está particularmente cerca del escenario. Todo en la postura de este hombre que limita con los cincuenta años denota una timidez trabajada con los años. El lugar de frontman que su hermano Liam ocupó por tantos años en Oasis le daba el margen para trabajar tranquilo en la mediasombra de la guitarra principal, que nunca tuvo vuelos espectaculares. Noel Gallagher pareciera ser un hombre común con un trabajo corriente –el rock como industria, el músico como obrero de cuello blanco- pero también privilegiado y algunas veces auténtico. El set comenzó con “Everybody’s On The Run”, igual que comienza desde hace unos años su blanqueada carrera solista. Buen arranque, sólido, con las guitarras un poco abajo en volumen. Cruzado apenas por un “G’evening”, la acústica del estadio pensada para apreciar el reverb de los guantazos de box quebró en agudos la distorsión de “Lock All The Doors”, el guitarrazo más expansivo de su último disco Chasing Yesterday. Sobrias, cuidadas pero no canónicas, algo más apuradas que en sus versiones de estudio, los cortes de sus dos discos solistas fueron sucediéndose en gran parte con la primera mitad de la veintena de canciones de la noche. Noel Gallagher parece tomarse esas canciones en vivo al modo en que un pintor de edificios encara lo suyo: prolijo, constante, sin lugar al boludeo y las desprolijidades. Algo monótono, sí, pero esa cara del edificio no se pinta sola y si vamos a laburar que valga la pena.
El rompimiento queda para la otra mitad de la lista en esta noche de miércoles. Noel tiene con su opus Oasis una relación maravillosa porque la composición, el sonido de la banda que conoció un status universal hace un par de décadas le pertenece enteramente. Como ya se dijo aquí hace casi un año, además de los discos de Oasis existe una serie de lados B que sólo vieron la luz en singles. Esa obra oscura fue su laboratorio de pruebas solistas. Siempre necesitó de otros músicos y le tomó un buen tiempo confiar en su propia voz tanto como en los exitosos graznidos de su hermano Liam, que otra cosa no tenía para hacer por fuera de meterse cosas por la nariz y vestirse maravillosamente bien. Oasis es su primera banda solista, pero esta que lo acompaña hoy en día parece ser la banda que siempre quiso tener. Es evidente en cómo versiona “Fade Away” y “Sad Song”, dos joyas de su letrística popular y adolescente: la primera, que en su versión original era veloz y arribista del quilombo, en su voz toma colores y densidades amables, ATP como tiene que ser; la segunda, un quejido a la inglesa datado en la era pre-Oasis es reinterpretado con urgencia y cierto entusiasmo, como si en vivo pudiera lavarse la tristeza originaria del mismo título. Hubo lugar también para dedicar “D’Yer Wanna Be A Spaceman?” a Papa Francisco –vaya uno a saber por qué- y otra hermosa y rugida versión de “Digsy’s Dinner”, vieja canción de Definitely Maybe.
Apuremos el paso. Sí, el final fue para “Don’t Look Back In Anger” que a pesar de la emotividad standard entre la gente, fue una versión base, la que se compra en la concesionaria para usarla de remís. Eso es lo que cualquiera puede ver en YouTube. Pero vayamos a lo jugoso, a los bifes de esta hora y 45 minutos de show:
1- No podía faltar el #WorldBestCrowdArgentina. El amontonamiento que provoca Oasis en la clase media y alta de nuestro país es un fenómeno por estudiar. Acaso una combinación de cipayismo soft y la categoría fenomenológica del aguante generen esa cantidad de chicas desmayadas por no merendar antes de venir al Luna Park. La cuestión es que promediando el show alguien sobre la valla logró apelar a la clemencia del protagonista de la noche. “Okey, ¿quieren “Live Forever”? No, yo la canto muy mal, mejor ustedes.” Apenas acompañado por el baterista, Noel le soltó los acordes necesarios a la gente para cantar ese himno hasta pasadito el primer estribillo. El autobombo nacional puede colgarse otra condecoración, we made it.
2- Finalmente, “Wonderwall”. Una de las diez canciones más representativas de la década del noventa, versionada hasta el espanto y la locura. El peligro para el compositor está en caer de cabeza en un cover de su propia canción. Pero de un laberinto puede salirse por arriba: al mejor estilo Rolling Thunder Revue de Dylan, Noel canta como se le canta la melodía plana que Liam hizo bronce y millones. La reutiliza, la doma con menos de la espectacularidad de Jesús María y más del sostén de cabeza y susurro en la oreja de la yegua purasangre britpop. Es otra canción, pero es la misma. Ahí reside la vigencia, quizás, de los buenos compositores: lo mismo es lo distinguible bajo toda condición y ropaje.//∆z