Por siempre amigos, la séptima película de Ira Sachs es brutalmente lúcida y posee una belleza singular que solo un puñado de directores puede brindar.
Por Martín Escribano
La muerte del abuelo paterno le deja a la familia una casa de dos pisos en Brooklyn. Uno de sus herederos, Brian (Greg Kinnear), decide mudarse allí junto a su esposa, Kathy (Jennifer Ehle), y su hijo preadolescente Jake (Theo Taplitz). Los reciben Leonor (Paulina García), la inquilina del negocio de ropa ubicado debajo de la casa de la familia y Tony (Michael Barbieri), su hijo, de la misma edad que Jake. Los ya-no-tan-niños se hacen amigos rápidamente y los adultos comparten un primer momento de armonía hasta que Brian se entera que su padre permitía que Leonor pagara un alquiler muy por debajo de las exigencias del mercado actual, lo que inicia una serie de negociaciones que irán desgastando el vínculo entre inquilina y propietario y cuya onda expansiva repercutirá en el mundo de los protagonistas de esta historia: los little men Jake y Tony.
Por siempre amigos (título que va en sentido opuesto al que la película propone) no es tan solo la historia de un coming-of-age suburbano. Si bien aparecen algunos de sus elementos, como el encuentro con el sexo opuesto, el ojo de Sachs se permite, sin excesos ni subrayados, hacer un diagnóstico brillante sobre cómo las condiciones socieconómicas actuales inciden directa e imperceptiblemente en nuestra formación como personas.
Tomemos como ejemplo al padre, Brian, un actor de obras independientes sin demasiado éxito comercial que ha elegido trabajar de lo que le gusta, hacerle caso a lo que las publicidades nos incitan a realizar todo el tiempo: ser “uno mismo” y cumplir nuestros sueños. La meritocracia, sin embargo, hace agua por todos lados y la plata no alcanza. El sueldo de su esposa, una psicóloga asediada por el estado de salud mental de sus pacientes (“¿otro suicidio?”, pregunta Jake) alcanza con lo justo.
Un piso más abajo, el negocio de ropa de Leonor, inmigrante chilena, se sostiene no gracias a sus ventas sino a un alquiler poco acorde a los nuevos valores inmobiliarios. Leonor y Brian quedan rápidamente enfrentados por ese “orden natural inevitable” que son las leyes del mercado y dejan en claro sus razones: ella le dice que conocía más a su padre que él mismo y que le brindaba compañía más que dinero, él retruca que tiene derecho a gozar de los beneficios de la herencia y que su pedido está dentro de lo que marca la ley.
En el medio, Tony y Jake, ambos transitando esa edad en la que tanto el cuerpo de la infancia como los padres de la infancia empiezan a quedar atrás. Los dos desean ir juntos a la misma escuela de arte, pero es sabido que no hay lugar para todos. Uno es caucásico, el otro es latino hijo de inmigrantes y esos planos compartidos en los que van codo a codo, uno sobre rollers y el otro en monopatín, no están destinados a durar.
Ira Sachs tiene la mirada de un científico social. No solo ha sabido extraer la más pura naturalidad en las inmejorables actuaciones de todo el elenco si no que ha entregado una cinta sin buenos ni malos pero en la que el bien para unos (los de arriba… ¿los del norte?) significa el mal para otros. Por siempre amigos confirma la idea de que en la base de toda riqueza está la crueldad. ¿Qué lugar queda para la amistad, entonces?//∆z