Un repaso de las escenas que dejó la llegada del escritor francés a nuestro país, invitado a un ciclo de conferencias que tuvieron inicio el pasado jueves 10 en el Centro Cultural San Martín.

Por Mariana Kozodij

En la primera charla que dio Michel Houellebecq, en su segunda visita a Buenos Aires (la primera fue en 2007), hubo sumisión de los presentes ante su ritmo con toques ácidos de brillo lamentablemente fugaz. Una forma de suceder y alternar esperas, organización, idas y vueltas que provocó entre varios de los presentes esa frase vacía, siempre dicha al pasar: “estuvo bien”.

Se inició en una tarde no agobiante de noviembre en la que se repartieron unas 500 entradas que “se acabaron en 20 minutos”, según me informó una de las empleadas del Centro Cultural San Martín (CCSM), que intentaba ayudar a los rezagados que llegaban pensando “¿Cuánta gente va a querer ir a ver al autor de Ampliación del campo de batalla (1994)?”. Mucha.

Con una sala colmada y un público diverso que iba desde señoras con traje y sombrero a tono, estudiantes con mochilas abultadas donde se podía escuchar el tintinear específico de envases vacíos de cervezas, diplomáticos, mucho jubilado curioso con bastón –en especial en las primeras filas-, un hombre con traje que me repitió varias veces: “Hay tres colas de cuadra, no van a entrar todos acá”, mientras intentaba ir avanzando en la escala social de la butaca reservada para otro.

20.30 hs comenzaron los primeros aplausos tímidos exigiendo que empezara la charla pautada para las 20. El proceso de adquirir auriculares para la traducción simultánea y acomodar al público tomó su tiempo, aunque el fastidio no llegó a su máxima expresión. Incluso un señor aprovechó para dormitar mientras su mujer comentaba que no entendía cómo funcionaba el aparato “para escuchar al francés”.
Nuevos aplausos y de golpe aparece “la primera star literaria desde Sartre” como lo llamó Le Nouvel Observateur. Houellebecq, pequeño, desgarbado vistiendo un saco que parecía quedarle grande con una camisa que a la distancia variaba entre flores o arabescos.
Su entrada en el escenario junto al escritor y editor Gonzalo Garcés quedó diluida entre charlas personales del público. No hubo una ovación pero no por falta de interés sino por sorpresa. Una mujer, en la fila de atrás, exclamó: “Qué aplauso de bienvenida de mierda”.

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La traducción simultánea suele permitir una conversación más fluida entre los interlocutores, mas no así en la escucha del público. La operación de traspaso de lenguas por momentos se volvió tediosa y sin mucho sentido e invitaba a ocupar la mente con otras cosas; eso se notaba en las caras iluminadas por pantallas de celulares que al menos estaban silenciosos.
Muchas veces el traductor –en este caso eran dos traductoras que se intercambiaban entre sí a los oradores propagando con potencia la confusión- quedaba suspendido ante el estrés de llevar la estenografía del habla a su máxima expresión y los titubeos propios, de los traducidos; además de la necesidad de representar lo más fielmente posible las ideas.

A Garcés y Houellebecq se los veía cómodos y contenidos sobre el escenario en el que bebían con frapera a tiro, mientras el galo movía entre sus largos dedos un cigarrillo electrónico.
El primer tema fue la política, donde se empezó a delinear lo que sería el eje de la charla a partir de la novela Sumisión, en la que se narra un contexto en el que tras una reñida primera vuelta presidencial en 2022 y un acuerdo entre diversos partidos – en especial con el socialismo- se establece un frente con la Hermandad Musulmana que le quita las posibilidades a la extrema derecha de Marine Le Pen de gobernar en Francia. Sumisión apareció en el mercado editorial de manera contemporánea al atentado ocurrido en la redacción de Charlie Hebdo atacada por yihadistas por “difamar al profeta Mahoma” en enero de 2015. En ese momento, Houellebecq “abandonó” la promoción de su libro provocando una nueva fascinación sobre su contenido y creando un marketing específico y con consecuencias puntuales (como más tarde remarcó el propio autor en el transcurso de la conversación con Garcés).

“Podemos hablar fácilmente y pelear sobre la política, es más fácil que hablar del amor”, señaló el invitado y apuntó: “El derrumbe en mis libros no solo aparece desde el punto de vista político, está en las relaciones íntimas”.
Luego comenzó a trazar ideas que viene trabajando en su prosa sobre la libertad, el amor, la construcción de personajes creíbles. “El amor por definición es algo que nos vuelve dependientes”; “Yo me sentí libre muchas veces. Por ejemplo cuando dejé el curso de ecología en medio de un examen. Me levanté y me fui sin haber pensado. Eso mismo hice en Las partículas elementales cuando Annabelle no vuelve a tocar el timbre de Michel. La libertad no es hacer lo que decidimos, sino hacer algo que no teníamos previsto”; “Son más las mujeres las que controlan en el libro (Sumisión). Los personajes masculinos se dejan llevar por la vida”.

Al hablar de hombres y mujeres, Garcés le preguntó qué opinaba sobre las acusaciones de machismo y misoginia que pesan –generalmente sobre la base de una lectura incompleta- sobre su literatura y sus opiniones vertidas en medios. “Me acusaron de misógino y de interesarme demasiado en el físico de las mujeres. Sobre todo eso. El error no es necesariamente de mi lado. Uno no necesariamente se casa para tener conversaciones interesantes”, ironizó Houellebecq mientras varios en el público le celebraban exageradamente el comentario de café.

El tema volvió hacia el final de la charla con preguntas que había seleccionado el entrevistador de una página de Facebook con intenso tráfico de muro y me gustas, creada a raíz del evento; y ahí Houellebecq fue más astuto para expresar su opinión sobre el tema: “Tal vez soy un poco machista, misógino, pero no me importa. El patriarcado no fue sustituido por un sistema que funcione. Y a mí me gusta lo que funciona”; “El hombre se arriesga a no gustarle más a las mujeres. Se calla. Y entonces la mujer tontamente piensa que cambió”. Luego invitó a las feministas a leer sus libros y conocer la perspectiva masculina para pícaramente acotar “es también una estrategia de marketing”.
Y es que el llamado enfant terrible tiene en claro su posición en el mercado editorial y cultural, en especial a partir de lo que ocurrió con su novela Sumisión. “Para escribir una novela hay que estar persuadido de que es la última. La última posibilidad. No hay que ocuparse de buen gusto y la armonía. Que pase todo”; “Antes de ser escritor soy lector. Me gustan los choques eléctricos que se dan con párrafos teóricos en las novelas”; plantea Houellebecq retomando esa idea de lo compacto, lo irrefutable, el “auténtico núcleo de necesidad” que describe en El mapa y el territorio (2010).
Después avanzó en un repaso breve por ciertas aristas de su obra y la tradición francesa, además de su lugar en el mundo del cine: “Es muy raro que me consideren un actor. No controlo un carajo, nada” –Whatever (1999, coguionista), La posibilidad de una isla (2008, director y guionista), El secuestro de Michel Houellebecq (2014, actor), La experiencia cercana a la muerte (2014, actor); entre otras. La charla volvió a girar sobre la política y en especial sobre la realidad francesa, cómo se vio afectado el turismo tras la seguidilla de atentados y el estado de emergencia. “Perdimos un montón de chinos el año pasado”, bromeó Houellebecq y aseguró que las autoridades no le hacen caso.

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“Yo pienso que Francia es el peor país del mundo”, planteó Houellebecq y realizó una breve descripción sobre las pesadillas administrativas a las que se ven sometidos miles de ciudadanos de manera cotidiana y que pueden llevar al suicidio. Al respecto, planteó: “No he tenido el coraje de ser lo suficientemente aburrido. Soy demasiado comercial”. Y ahí un breve brillo fugaz de sonrisas al admitir su posición mediática y condición de think best seller.

“¿Qué es lo que más apreciás de la cultura francesa?”, le preguntó hacia el final Garcés a Houellebecq y éste, tras una breve meditación, señaló: “El idioma me parece un gran éxito. Ya había hablado de eso en El mapa y el territorio. Francia es un país que se está muriendo pero pelea más que otros países europeos. Hay una fascinación por las tradiciones” y contempló la posibilidad de un franxit aunque todavía no están dadas las condiciones para un referendo de ese tipo como sí ocurrió en Reino Unido.

“Tenía la impresión de que el escritor es como un ser inimputable pero ahora no es tan así, de alguna manera subestimé, no, ‘malestimé’ el libro (Sumisión), sobre todo con el Islam, eso me tomó de improviso”, reflexionó Houellebecq reconciliado con lo sucedido tras la publicación del libro aunque planteó: “Después de Sumisión no puedo imaginar la salida de un libro mío en Francia” y agregó vagamente: “El fenómeno mediático es algo que no me interesa”.

Por último, cuando le consultaron sobre sí está trabajando en una nueva obra, señaló que si bien depende de su salud, que es independiente de su voluntad, y de ciertas cuestiones de mercado que lo obligan a una especie de “yoga mental”, Houellebecq planteó que escribir “es lo único que sé y me gusta hacer.”

El aplauso de cierre fue más fuerte que el de bienvenida. Incluso se escucharon unos cantos tribuneros con unos estirados “Micheeel, Micheeel” pero la salida del escenario del dúo entrevistado-entrevistador fue rápida. No así para el público que quedó preso del cuello de botella que se formó por la devolución de los auriculares usados para escuchar la traducción simultánea.

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Después de ese tedioso trámite, el aire del patio de nuestro modesto Pompidou porteño rompió el clima frío del aire acondicionado. Caminamos hasta avenida Corrientes y subimos a un taxi para ir a la “fiesta” en la que iba a estar Michel Houellebecq. En el subsuelo de un lujoso hotel de Recoleta el vino y el champagne corrían rápido aunque no así tanto como la circulación de los grupos. Presentaciones mediante, saludos, mucho Twitter y ahí Houellebecq, al lado de la mesa de fiambres devorando pancitos y quesos.

Apenas una escena: una periodista comenta que se quiere matar por no saber francés –recuerdo a Houellebecq diciendo justamente en la charla previa que el idioma de su nación es lo que más aprecia. Ante los intentos de conversaciones no galas, el interés del escritor automáticamente se marchitaba, eso si es que en algún momento estuvo en flor. Se lo veía melancólico y poco afecto a la atmósfera circundante. Me comentan que tampoco se sintió estimulado a dialogar con “dos beldades que hablaban francés”.

“La poesía está relacionada con la oralidad, hay que decirla, sino no va”, planteó Houellebecq en el Centro Cultural San Martín. Pero también está la poesía visual que él decidió no transmitir esa noche en ese subsuelo de hotel lujoso del que de un momento a otro se esfumó. Imaginé a Houellebecq apretando el botón de un piso superior en el ascensor transparente y recitando en voz alta, por fin libre operando lo no previsto:

¿Dónde estoy? / ¿Quién es usted? / ¿Qué hago aquí? / Lléveme a cualquier parte, / A cualquier parte menos aquí, / Hágame olvidar / Todo lo que fui / Invéntese mi pasado, / Dele sentido a la noche.

(Fragmento de “Aislamiento”, Configuración de la última orilla. 2013)