Entre la realidad política y la ficción literaria, Papelucho gay en dictadura (Alquimia, 2019) se erige como un testimonio de época valioso en el que, a través de pasajes de su vida, Juan Pablo Sutherland logra reflejar la infancia y la juventud de un gay y comunista durante el terrorismo de Estado de Pinochet.

Por Adrián Melo

Como a toda su generación, a Juan Pablo Sutherland le tocó vivir la niñez y la juventud en una época nefasta. El Cono Sur Latinoamericano había sido dividido en zonas militares con Estados que practicaban el terrorismo a partir de la secuencia secuestro-tortura-muerte-desaparición. En su Chile natal, la larga noche de la Operación Cóndor se prolongó con su signo distintivo de la represión y el toque de queda permanentes durante casi toda la década del ochenta.  

Nadie mejor que Sutherland, académico, narrador prolífico y pionero del movimiento homosexual chileno para dar cuenta de la manera en que la violencia se desplegaba en el silencio de las calles, en los gritos de los torturados en los centros clandestinos de concentración y cómo se replegaba dejando marcas indelebles en la vida cotidiana y las subjetividades de un niño marica y promisorio joven comunista. 

Como suele suceder en su obra tanto de ficción como académica, el autor bucea entre la autobiografía, la historia, la ficción y la autoficción. Tal como lo expresa en el libro con melancolía: “Durante los ochenta fui un niño extraño, ido, autista en medio de lo real y la ficción para protegerme. Siempre me imaginé como un Papelucho raro, Papelucho elefante, Papelucho monstruoso, Papelucho marica”.

Así como para Manuel Puig el cine supuso la evasión para soportar la homofobia de la vida pueblerina en donde reinan los machos, Sutherland encuentra lo propio en el universo televisivo de las series de ciencia ficción norteamericanas y británicas Ufo, El hombre nuclear, Tierra de gigantes, Star Trek, entre otros y los programas de humor, como el ominoso Japening con Ja y su slogan “Ríe cuando todos estén tristes”, que, leído entre líneas, supone un anuncio siniestro de la tortura y que encuentra en  Argentina su hermano mellizo en Operación ja ja. La televisión fue el refugio para aislarse de la realidad y del insulto social y así poder imaginar un mundo de su propia creación que resistiera al terrorismo estatal. Y con risueña maestría construye un universo que repone un clima de época en el que pueden verse reflejados muchos niños gays hijos de la dictadura militar.

Sutherland encuentra en los actores de la televisión, como el sensual Lee Majors de El hombre nuclear y sus típicas camisas desprendidas casi  hasta el ombligo, o en los cuerpos de los modelos de las revistas eróticas que mostraban, por ejemplo, a Burt Reynolds asomándose como Adán desde las páginas de una publicación semiporno,  la concupiscencia que le permite fugarse del horror mediante el encuentro con los objetos de su deseo. 

Al Papelucho gay del título debiera agregarse comunista, porque el libro es también un Bilgundsroman, una novela de educación e iniciación en donde por medio de la poesía el omnipresente fantasma de Rodrigo Lira, la música, las comedias musicales y la sensibilidad política de aquel niño que siempre evocó el tiempo de la Union Popular en colores y el tiempo de la dictadura en blanco y negro. Se lee el nacimiento de una conciencia política y se ve metamorfosearse al niño en joven militante tanto de las luchas LGTB que emprenderá con Pedro Lemebel como de las luchas con sueños de redención social que fueran el desvelo de Karl Marx. Y también se ve nacer al escritor. 

Papelucho gay en dictadura es un libro ejemplar, intimista y profundamente conmovedor. Relata pasajes de la vida vivida y también novelada de Juan Pablo Sutherland en los que los insultos sufridos por aquel niño marica que  posaba para la foto con una pistola en las manos, el abandono de su padre, el suicidio de su hermano, entre muchos otros momentos. En ellos, todos los que sufrimos infancias y juventudes en dictaduras podemos encontrar catarsis. Un auténtico documento de época que culmina con un NO. Aquel NO con que la sociedad chilena puso fin como pudo al tiempo más tenebroso de la ignomínia. 

Es en contra del neoliberalismo instaurado sobre los escombros y las tinieblas de los crímenes de esos años que se movilizaron y estallaron con pasión las calles de Santiago el año pasado. Y, en consecuencia, desataron el aparato represivo dictatorial nunca del todo desmontando dando cuenta una vez más de que el bacilo de la peste no desaparece nunca. //∆z